La evolución humana como aliada del running
Parir con dolor para correr más rápido y más lejos
Caminar y correr ha sido vital para nuestra subsistencia como especie. Llevamos 250.000 años recorriendo largas distancias para buscar los recursos necesarios y corriendo detrás de nuestras presas para darles caza. Somos el único vertebrado diseñado con la anatomía, la fisiología y la resistencia necesarias para andar y correr. ¿Qué precio pagamos por este diseño tan especial?
El secreto está en la pelvis, que ha evolucionado para pasar de la marcha cuadrúpeda a la bípeda. Cómo se produjo esa transición es una de las cuestiones que traen de cabeza a los expertos en evolución humana, como José María Bermúdez de Castro. Para el codirector de las excavaciones de la Sierra de Atapuerca, “la gran noticia del siglo XXI sería encontrar el esqueleto de nuestro antepasado común con los chimpancés y, en concreto, su pelvis”.
Las adaptaciones de esta han sido claves en la carrera. Ni siquiera los parientes más cercanos al 'Homo sapiens', como los neandertales, estaban tan bien diseñados para correr. Nuestro hueso ilíaco, la estructura de la cadera, es mucho más ancho que el de los chimpancés. Esa anchura ha permitido a los tres músculos responsables de la locomoción bípeda (glúteos mayor, mediano y menor) alinearse lateralmente a lo largo del íleon para darnos estabilidad sobre dos piernas o incluso mantener el equilibrio sobre una sola. Esta anchura extra de las caderas ha hecho que seamos más efectivos en carrera, pero también ha afectado a otro proceso fisiológico vital para cualquier especie: el parto. Las hembras humanas sufren más que cualquier otro simio al dar a luz.
En los cuadrúpedos como el chimpancé, la pelvis es alargada y los tres huesos (íleon, isquion y pubis) se sitúan en planos casi paralelos. De este modo, el feto sigue una trayectoria rectilínea y fluida hacia el exterior. El recién nacido sale con la cara mirando hacia su madre, que puede dar a luz sin ayuda y limpiar a la cría con gran facilidad. Si a esto le sumamos que el diámetro del cerebro de un chimpancé es pequeño respecto al canal del parto, el proceso será un camino de rosas.
No para las hembras de la especie humana. Al adoptar la postura bípeda, disminuimos el tamaño de isquion y pubis y el canal del parto dejó de ser rectilíneo. Este obstáculo, sumado al gran tamaño del cerebro del recién nacido, hace que el parto sea muchísimo más dificultoso. El recién nacido debe girar dos veces en su tránsito por el canal del parto y es necesaria la asistencia de una comadrona.
El primer obstáculo es el estrecho superior, esto es, el anillo óseo formado por el borde inferior del íleon, el borde superior del pubis y el hueso sacro. Su forma es completamente distinta a la de otros vertebrados, con mayor anchura transversal, y la cabeza tiene que ponerse de lado para pasar.
Una vez superado el estrecho superior, aún hay que pasar el estrecho inferior formado por las espinas del isquion, no desarrolladas en animales cuadrúpedos. De nuevo, el feto tiene que girar primero la cabeza y luego el resto del cuerpo para poder salir de la pelvis. El alumbramiento se produce al revés que en los chimpancés, con la cara boca abajo, de forma que la madre tiene mucho menos margen para intervenir; cualquier intento de asistir o tirar del feto en esta fase, dada la posición de extrema flexión dorsal de la cabeza, podría ocasionarle daños en la médula espinal. Por eso todas las mujeres, en cualquier cultura del mundo, buscan ayuda en el momento de dar a luz. Hoy, el parto humano es también un acto social.
La última fase, quizá la más delicada, implica el paso del resto del cuerpo por el estrecho inferior. En la actualidad, se amplía de forma artificial el espacio con una pequeña intervención quirúrgica, la episiotomía. Cuando no existía esta técnica, los riesgos para el recién nacido se multiplicaban exponencialmente.
Todas estas complicaciones son responsables de un número incalculable de muertes de bebés durante el parto a lo largo de nuestro linaje. Han sido 150.000 años de vertiginosa evolución para hacer del 'Homo sapiens' el mejor caminante y corredor que ha poblado la Tierra. Y toda evolución se cobra su precio.
De la locomoción cuadrúpeda a la maratón
Que salir a correr está de moda en España es algo que nadie puede negar. Pero no es comparable a la moda del pádel o del golf. Porque correr es mucho más que un deporte popularizado. Correr es una pulsión primitiva enquistada en nuestros genes, un acto simbólico de huir, una forma de movernos decisiva en nuestra evolución como mamíferos bípedos.
Corriendo dimos los primeros pasos de un camino que nos ha llevado incluso a bautizar una nueva era geológica: ya no vivimos en el Holoceno sino en el Antropoceno. Muchos científicos coinciden en que hoy, el hombre es ya el agente modelador con más impacto en el planeta.
Ese ser humano es el mismo que hace dos millones de años, cuando el clima era el único que esculpía el paisaje de la Tierra, perdió la capacidad de trepar a los árboles en favor de la capacidad de caminar. Hace ocho millones de años, los bosques cubrían África y en ellos reinaba el antecesor común del chimpancé y el humano. Los ambientes húmedos de la selva han dejado poca evidencia fósil y muchas preguntas entre la comunidad científica. La principal: ¿cuál era su forma de locomoción?
Esta cuestión es clave, porque chimpancés, orangutanes y gorilas son cuadrúpedos: su esqueleto está diseñado para trepar con facilidad, pero no para caminar erguidos. Si quieren avanzar con velocidad por el suelo, se impulsan con las cuatro patas. En el caso del ser humano, las especies más antiguas de nuestro linaje ya caminaban sobre las piernas.
“Es muy probable que nuestro antecesor común con los chimpancés fuera también un 'peso pesado' de los bosques africanos, que se escindió en dos poblaciones a lo largo de la inmensidad de las selvas africanas. Una de esas poblaciones adoptó la postura erguida sin entrar en competencia con la otra, y dio lugar a la genealogía humana. Solo mucho más tarde, cuando las sabanas dominaron buena parte de la geografía africana, la bipedestación tomó un protagonismo definitivo y se abandonaron las prácticas trepadoras”.
Lo dice José María Bermúdez de Castro, uno de los mayores expertos del mundo en la evolución humana. Desde el museo homónimo de Burgos, a pocos kilómetros de los yacimientos pleistocenos de la Sierra de Atapuerca, desglosa cuáles han sido las adaptaciones que nos han llevado a conquistar el planeta erguidos sobre dos patas.
La pelvis y los glúteosDe entre las adaptaciones evolutivas, la primera y más importante es la que ha sufrido la pelvis, donde residen los secretos del desplazamiento. Si comparamos la del chimpancé y la del humano, las diferencias anatómicas son evidentes.
Para empezar, el hueso iliaco de nuestra pelvis es mucho más ancho que el del chimpancé. Ambas especies compartimos tres músculos que se insertan en este hueso: el glúteo mayor, el glúteo mediano y el glúteo menor. Los chimpancés usan los tres para impulsarse cuando corren a cuatro patas o cuando se mantienen erguidos por cortos periodos de tiempo. En ellos, los tres músculos tienen una función aductora. En nuestro caso, el glúteo mayor también nos impulsa; la diferencia está en cómo ha evolucionado la posición del glúteo mediano y del glúteo menor.
En los chimpancés, estos dos músculos se sitúan en la parte posterior de la pelvis mientras que en los homínidos, aprovechando el ancho del íleon, se alinean lateralmente. En este simple cambio reside la clave del bipedismo humano. Al modificar su posición modificaron también su función, de aductores (impulsores) a abductores (tensores). Hoy, glúteo mediano y glúteo menor son los responsables de estabilizarnos. Se ponen en tensión para permitir que nos mantengamos en equilibrio sobre una sola pierna sin caernos. Los ancianos tienden a perder el tono muscular de esta zona, de ahí que a menudo necesiten apoyarse en un bastón.
Los músculos de las piernasOtros músculos que han evolucionado son los que suben desde el fémur, la tibia y el peroné para insertarse en el isquion, esto es: isquiotibiales, bíceps femoral, semitendinoso y semimembranoso. Juntos forman la masa muscular de toda la cara interna de la pierna. Su función fundamental se ve en la marcha, esto es, al extender la cadera y flexionar la rodilla. En este caso, los simios tienen mucha más capacidad de flexión que nosotros, precisamente para trepar a los árboles.
Los piesEl género 'Ardipithecus', el más cercano a ese eslabón común entre chimpancés y humanos, habitó la Tierra hace unos cinco millones de años. Sabemos que tanto en el tamaño de su cerebro como en algunos rasgos morfológicos era muy parecido al chimpancé, pero el hallazgo de parte de la pelvis de un individuo no deja lugar a dudas sobre su locomoción bípeda. Sin embargo, el 'Ardipithecus' conservaba algunas características que le hacían capaz de moverse entre las ramas mejor que Tarzán. La principal, sus pies.
El dedo pulgar de 'Ardi' se articula con los demás formando un ángulo de 90 grados, como el de nuestras manos, y el resto de dedos son mucho más largos. Esto hacía de él un trepador formidable que probablemente no se movería sobre dos patas continuamente. Era bípedo, sí, pero desde luego no era un buen corredor. Este dato es importante, porque indica que la bipedestación se originó en ambientes cerrados de selva: un 'Ardipithecus' no podría abandonar la protección de los bosques y salir a campo abierto, porque sería una presa fácil para los depredadores por su dificultad para correr.
Desde hace al menos 3,7 millones de años, ese dedo se ha alineado con los demás. Las huellas de Laetoli, en Tanzania, demuestran que los homínidos de entonces, 'Australopithecus afarensis', ya caminaban erectos y que su pie era muy similar al del 'Homo sapiens'.
En ese camino ha quedado atrás parte de la capacidad de flexión, tan importante en las habilidades trepadoras. A cambio, tenemos tres arcos plantares que forman una bóveda capaz de soportar el peso del cuerpo en desplazamiento, disipar las fuertes cargas que se ejercen sobre el pie y economizar energía. Nada sale gratis en la evolución.