El aborto o por qué debo ser el más tonto del pueblo
¿En qué momento debe tener derechos el feto? Tanto las posturas de los que aprueban el sí como los que están a favor del no son excesivamente dogmáticas. No es la solución
El comienzo de mis investigaciones ha sido siempre un poco estrafalario. Si me encuentro con un tema interesante del que no sé nada, me propongo escribir un libro sobre él, porque eso me fuerza a estudiarlo sistemáticamente, a exponerlo con rigor y a mantener un debate público. Esto es importante, porque, como dijo Antonio Machado: “En mi soledad, / he visto cosas muy claras / que no son verdad”. La discusión pública nos libra de esas falsas y fáciles evidencias, por eso he pretendido mantenerla en este foro. En los noventa, pensé que el aborto era un tema importante y trabajé en él durante meses. Al final, no escribí nada porque fui incapaz de llegar a ninguna conclusión rigurosa. Por eso, me asombra la claridad con que todo el mundo parece ver este asunto, la contundencia con que lo hacen en formato tuit. Debo de ser más tonto que los demás, porque necesito estudiar mucho las cosas antes de verlas medianamente claras.
Sin embargo, resulta sospechoso que esa certeza absoluta la tengan tanto los partidarios del sí como los del no. Ambos se parecen en un aspecto: sostienen conclusiones sin haber expuesto previamente el argumento. Ni las afirmaciones “tengo derecho a disponer de mi cuerpo” y “la vida es un don inviolable de Dios” son aceptables si no se justifican. Ambas dan por resuelto dogmáticamente el problema. Una, al considerar que el feto es parte del cuerpo de la madre, lo que le priva efectivamente de derechos, al no tener ni siquiera existencia individualizada. La otra, porque hace una afirmación religiosa que debería a su vez ser demostrada. Las dos posturas, por lo tanto, juegan con cartas marcadas. Podía añadir otra postura más, la del famoso experto en ética Peter Singer, que afirma que el feto no tiene derechos en ningún momento, y que se debería legalizar el infanticidio de niños con graves deficiencias. Como ven, el paisaje es tormentoso.
Tanto los partidarios del sí como los del no creen tener la verdad absoluta sobre la cuestión
Estos días ha vuelto a plantearse el problema del aborto, y lo ha hecho en las peores circunstancias posibles: dentro de un campaña electoral. Nada serio se puede discutir en esa situación, que debería estudiarse en zoología dentro de las actividades de cortejo del mundo animal. El aspirante se pavonea luciendo sus mejores —y falsas— galas para atraer a su pareja, o compite a testarazos con el rival. En el caso humano, nadie en el periodo de noviazgo se presenta como es en realidad, sino como piensa que al objeto de su deseo le gustaría que fuese. Si le gusta bailar, se mostrará como un apasionado bailarín o bailarina. Una vez conseguido el objetivo —el voto positivo—, no vale la pena mantener el esfuerzo y entonces vienen las desilusiones, es decir, los incumplimientos de las promesas electorales o de cortejo.
La aceptación
Creo que, fuera de la campaña, el tema del aborto debería volverse a tratar, por la misma razón que adujo el Tribunal Constitucional alemán en 1975. El Parlamento había aprobado una ley que permitía el aborto hasta la duodécima semana. El Tribunal Constitucional lo rechazó, no porque pensara que había que prohibir el aborto sino porque creía que se había trivializado la cuestión. Por eso, lo que pedía es que se volviera a pensar. Pidió algo parecido a una segunda lectura, dio la orden de “piénsenlo otra vez”. El Parlamento lo hizo así y al año siguiente se aprobó una ley parecida, pero discutida de nuevo. Este mandato al Parlamento para que vuelva a reflexionar me parece muy interesante. Lo he mencionado en esta sección al hablar del modo canadiense de enfrentarse a la petición secesionista de Quebec. La sentencia del tribunal fue: si el movimiento secesionista tiene una mayoría significativa, las fuerzas políticas tendrán que pensar seriamente sobre el tema y llegar a un compromiso.
Hay, además, otro argumento que me mueve a no dar como resueltos temas conflictivos: el miedo a habituarme. Sé por experiencia la facilidad con que acabamos aceptando cosas que nos parecían escandalosas, y que no lo hacemos atendiendo a argumentos sino porque nos habituamos, es decir, por el mismo mecanismo con que se aceptan las costumbres. En muchos casos, se adoptan costumbres muy poco racionales, por ejemplo, la moda de los pantalones rotos. ¿Por qué se acepta algo claramente en contra del sentido común? He puesto un ejemplo tan trivial para no referirme a casos trágicos, como la aceptación del nazismo por buenas personas, o a casos desasosegantes, como nuestra actitud ante las muertes de migrantes en el mar.
Repensar el aborto obliga a repensar temas más amplios, como la fundamentación general de los derechos o el modo de definirnos como especie. El momento del nacimiento preocupó especialmente a una pensadora política como Hannah Arendt, judía que había vivido el Holocausto. ¿Quién nace cuando un niño nace? Desde el punto de vista científico, nace una cría de una especie de mamífero. La ciencia no puede decir nada más. No es de su competencia. Pero por razones que he explicado en 'Biografia de la humanidad' —libro que les prometo que cito por última vez—, los humanos nos hemos empeñado en decir que lo que nace NO ES solo una cría de mamífero sino una PERSONA. Esta es una afirmación constituyente, voluntarista, que nos defiende y nos exige o, lo que es igual, a veces nos encanta y a veces nos molesta.
¿Cuándo tiene el feto derechos? ¿A los 14 días? ¿Cuando nace? ¿En el momento en que empieza a sentir dolor? ¿Cuando tiene individualidad?
He vuelto a releer el libro que dedica al tema del aborto uno de los grandes juristas americanos, Ronald Dworkin, 'El dominio de la vida'. Piensa que la polémica puede enfocarse de dos maneras diferentes. La primera, centrada en determinar el momento en que un feto es persona y tiene derechos. ¿Desde el nacimiento? ¿Después de los 14 días, cuando ya tiene individualidad? ¿Cuándo es viable? ¿Cuándo empieza presumiblemente a sentir dolor? Considera que es una vía en la que resulta difícil ponerse de acuerdo. Prefiere la segunda, que se basa en un principio fundamental: la vida humana es algo sagrado, palabra que no tiene ningún sentido religioso para él, sino que indica tan solo un valor intrínseco a proteger. A partir de aquí, la cuestión está en cómo se defiende mejor la 'sacralidad', por usar su término, de la vida humana. Y no le parece obvio que sea la prohibición absoluta del aborto la mejor manera de hacerlo. El libro más conocido de Dworkin es 'Taking Rights Seriously', hay que tomar los derechos en serio. Y eso lo aplica al tema del aborto. Hegel decía que la tragedia nunca se da en el enfrentamiento entre el bien y el mal, sino en el enfrentamiento entre dos tipos de bienes. En este caso, los derechos de la madre y los derechos del feto. Eliminar uno de los bienes a proteger solo proporciona una pseudosolución.
Los derechos y la moral
De su libro, saco una consecuencia. Cuando convertimos los derechos en el fundamento de la acción exigible —los derechos del feto nos exigen protegerlo—, estamos olvidando que puede haber 'deberes' que no se basen en los derechos de otra persona sino en la simple protección de un bien o evitación de un mal. No se puede decir que el cuadro 'Las Meninas' o el 'Moisés' de Miguel Ángel tengan derechos. Y, sin embargo, nos parecería mal que alguien por divertirse los destrozara. No creo que en sentido estricto los animales tengan derechos, y sin embargo creo que es perverso disfrutar con su sufrimiento. El 'endurecimiento moral' puede embrutecernos, sin que vaya directamente contra algún derecho. Cuando antes mencionaba el miedo a habituarme, incluía también este 'embotamiento afectivo'. Temo, por ejemplo, que a mis alumnos jóvenes no se les ocurra pensar que alguna vez el aborto ha planteado problemas morales.
Creo que todo el mundo desea que el número de abortos sea el menor posible. Para conseguirlo, debemos conocer mejor todos los aspectos del problema. Hay, por ejemplo, un tema que me interesa, sobre el que no encuentro documentación, y que me parece importante para comprenderlo mejor. Se ha estudiado mucho los motivos que llevan a una mujer a abortar, pero conozco pocas investigaciones que estudien el paso anterior, que posiblemente nos descubriera aspectos nuevos. Catharine MacKinnon, destacada abogada feminista, partidaria del aborto, insiste en la necesidad de centrarse en el hecho del embarazo, de sus motivos, y de lo que supone para la mujer. Afirma que una presión social no feminista impedía a las mujeres tomar decisiones libres sobre este asunto, en un sentido u otro. No sobre el aborto, sino sobre el mismo embarazo. Si la he entendido bien, lo que habría que conocer son las condiciones en que una mujer que va a abortar llega a quedar embarazada. Acaban de aparecer unas estadísticas sobre el aumento del número de embarazos en niñas menores de 15 años en España.
No creo que 'Las Meninas' o los animales tengan derechos, pero nadie disfrutaría viendo cómo se atenta contra ellos
En el año 2017, en Albacete, la tasa fue de cinco embarazos por 1.000 mujeres, triplicando la media nacional. Alrededor del 10% de los abortos lo realizan menores de edad. Al preguntar a las niñas sobre su embarazo, algunas dijeron que creían que a ellas no les iba a pasar. Uno de los pocos estudios que conozco ha analizado, con las debidas garantías, 18 relatos biográficos de niñas menores de 15 años. En ellas aparece una compleja red de influencias en algo que parece tan simple como quedarse embarazada (Pacheco Sánchez, C. I. “Embarazo en menores de quince años: los motivos y la redefinición del curso de vida”, 'Salud Publica', México, n.º 58, 2016). Y sospecho que algo parecido sucede en mujeres adultas. A sabiendas de lo delicado del tema, me gustaría contar con la colaboración de mis lectoras sobre este tema. Se me ocurren varias posibilidades:
1.- Quería tener un hijo, pero las expectativas afectivas, sociales, económicas que tenía en el momento del embarazo cambiaron. Por ejemplo, la pareja se rompió, o aparecieron dificultades económicas.
2.- No dispuso de píldoras anticonceptivas o de píldoras del día después.
3.- Olvidó tomarlas o pensó que las había tomado.
4.- Fallaron otros procedimientos anticonceptivos que había utilizado.
5.- Sufrió una violación.
6.- Sufrió presión afectiva por parte de su pareja, miedo o coacción.
7.- En el momento de mantener relaciones sexuales, no era plenamente consciente de lo que estaba haciendo, por edad, información, por la emoción del momento, etc.
8.- Otros motivos.
Estas preguntas no están movidas por la curiosidad, sino por la convicción de que hay aspectos de la afectividad humana que se nos escapan, y que conocer sus respuestas nos permitiría evitar los problemas que pueden provocar. Por eso pido su ayuda.
Posdata.- Este es el último artículo que escribo en El Confidencial. Para mí ha sido una interesantísima experiencia intelectual. He intentado tensar al máximo la posibilidad de tratar y debatir temas complejos en un medio de gran difusión. Eso solo puede hacerse en un diario digital como El Confidencial. Quiero agradecer a los lectores que siguieron esta sección durante más de cuatro años su interés y su colaboración. Podemos seguir en contacto a través de mi blog genealogiadelpresente.com.
El comienzo de mis investigaciones ha sido siempre un poco estrafalario. Si me encuentro con un tema interesante del que no sé nada, me propongo escribir un libro sobre él, porque eso me fuerza a estudiarlo sistemáticamente, a exponerlo con rigor y a mantener un debate público. Esto es importante, porque, como dijo Antonio Machado: “En mi soledad, / he visto cosas muy claras / que no son verdad”. La discusión pública nos libra de esas falsas y fáciles evidencias, por eso he pretendido mantenerla en este foro. En los noventa, pensé que el aborto era un tema importante y trabajé en él durante meses. Al final, no escribí nada porque fui incapaz de llegar a ninguna conclusión rigurosa. Por eso, me asombra la claridad con que todo el mundo parece ver este asunto, la contundencia con que lo hacen en formato tuit. Debo de ser más tonto que los demás, porque necesito estudiar mucho las cosas antes de verlas medianamente claras.
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