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La enseñanza de la Justicia
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La enseñanza de la Justicia

“No podemos resolver los problemas con que se van a enfrentar nuestros hijos, pero sí podemos fomentar en ellos las fuerzas y capacidades que se encargarán de resolverlos”

Foto: 25º aniversario de los incidentes raciales de Los Ángeles. (EFE)
25º aniversario de los incidentes raciales de Los Ángeles. (EFE)

El viernes pasado di una conferencia sobre este tema en el Congreso de la Abogacía madrileña. No soy jurista, pero pienso que el derecho, como parte más elaborada de la moral, es la gran creación de la inteligencia humana. Sin duda, la ciencia o el arte son extremadamente importantes, pero, como dijo el gran jurista Hans Kelsen, “la justicia es la felicidad social”. La herramienta básica para alcanzar la vida buena y para ampliar nuestras posibilidades de acción. Hay cosas que no puedo hacer por mis propias fuerzas -por ejemplo, defender mi libertad de la opresión del más fuerte- pero que puedo alcanzar con la colaboración de los demás. Los derechos son fuerzas simbólicas que me permiten controlar las fuerzas reales, la violencia por ejemplo. Por eso es tan insuficiente el concepto del derecho y de la libertad del pensamiento neoliberal, que piensa que la no injerencia ajena es suficiente para que un individuo ejerza la libertad. Todo derecho es “derecho de crédito”, es decir, necesita de la cooperación de los demás para ser real.

¿Deberíamos entonces incluir la justicia en los currículos educativos? Hay una presión universal para que la educación obligatoria se centre en las STEM (science, technology, engeneering, mathematics) y en la preparación para el trabajo. Parece, sin embargo, necesario educar no solo buenos profesionales sino buenos ciudadanos. El insensato debate que generó en España la introducción deEducación para la ciudadanía y los derechos humanos” muestra hasta qué punto es un asunto que levanta todo tipo de suspicacias. Desde la jerarquía eclesiástica se llegó a decir que la escuela no tenía competencias para enseñar moral a los alumnos. Con esto se excluía, por supuesto, la enseñanza de la justicia.

Conocer y comprender lo que ha supuesto para la humanidad la búsqueda de la justicia y la creación de los sistemas normativos, forma parte de la Ciencia de la Evolución de las culturas, de la que les he hablado muchas veces. En el Congreso de la Abogacía me encontré con Juan Iglesias, catedrático de Derecho Romano. Comentamos el poder creador de los juristas romanos, que inventaron gran parte de los conceptos con que pensamos todavía el derecho. Por cierto, que en la Universidad española ha habido grandes romanistas, como ha mostrado otro catedrático de la especialidad –Javier Paricio- en su reciente libro ”Un siglo de la romanística complutente (1880-1987). Una de esas ideas que permanecen es la definición de ius: dar a cada uno lo suyo. Cuando explico esta noción a mis alumnos la aceptan como evidente. Pero si se fijan, da por supuesto una “propiedad” previa, algo propio de sujeto.

En realidad “derecho” es algo que me pertenece y que no tengo, por eso puedo reclamarlo, y los demás “deben” atender mi reclamación, porque están en “deuda”. A eso me refería al hablar antes de los “derechos de crédito”. ¿Se dan cuenta de lo novedoso de esta invención? Una invención que dejó abierta, por supuesto, la cuestión de los límites de esas propiedades que cada persona reclama. La historia de la humanidad ha ido reconociendo cada vez más “propiedades” del individuo, que fundamentan las reclamaciones que consideramos justas, es decir, adecuadas a derecho. Son estos derechos los que fundan los deberes. Por eso, durante los debates de las dos grandes declaraciones de derechos universales –la francesa de 1789 y la de la ONU en 1948- se discutió si debían incluirse los deberes y no solo los derechos, y se llegó a la conclusión de que lo importante era reconocer estos. Lo demás llegaría por añadidura.

Parece, sin embargo, necesario educar no solo buenos profesionales sino buenos ciudadanos

Pero con conocer cómo se han ido “inventando” los derechos y hasta qué punto aumentan nuestras posibilidades de acción, no basta. Ya dijo Aristóteles que lo importante no es saber qué es lo justo, sino ser justo. ¿Se puede enseñar algo tan complejo? En este momento, casi todo el mundo piensa que es necesaria una “educación en valores”. Sin embargo, ninguno de los lectores de este artículo que tenga más de cuarenta años habrá recibido esa educación, que es un invención moderna. El fundamento de la educación moral no eran los valores, sino las virtudes, un concepto que la cultura europea ha abandonado, y que ha sido recuperado por la psicología americana. Las virtudes -intelectuales, deportivas, morales, etc.- son hábitos operativos que facilitan la realización de los valores. Se aprenden, como ya indicó también Aristóteles, por repetición, es decir, de la misma manera que aprendió a jugar Rafael Nadal, o que se desarrolla el talento según Ericsson. La práctica de la justicia se adquiere actuando justamente.

Educar el hábito de la justicia implica un afán de imparcialidad, de reconocimiento de los derechos ajenos y de los propios, la reflexión sobre las consecuencias de los actos, el control de los impulsos, la comparación con otros casos, el examen del comportamiento pasado, la capacidad para ponerse en el lugar del otro, la intolerancia ante la injusticia, la compasión (la “humanitas”, otro concepto creado por los jurista romanos). Todos estos hábitos forman parte de una buen educación. Me gusta recordar una brillante frase de Antoine de Saint-Exupéry: “No podemos resolver los problemas con que se van a enfrentar nuestros hijos, pero sí podemos fomentar en ellos las fuerzas y capacidades que se encargarán de resolverlos”. Y una de esas competencias básicas es la virtud de la justicia.

El viernes pasado di una conferencia sobre este tema en el Congreso de la Abogacía madrileña. No soy jurista, pero pienso que el derecho, como parte más elaborada de la moral, es la gran creación de la inteligencia humana. Sin duda, la ciencia o el arte son extremadamente importantes, pero, como dijo el gran jurista Hans Kelsen, “la justicia es la felicidad social”. La herramienta básica para alcanzar la vida buena y para ampliar nuestras posibilidades de acción. Hay cosas que no puedo hacer por mis propias fuerzas -por ejemplo, defender mi libertad de la opresión del más fuerte- pero que puedo alcanzar con la colaboración de los demás. Los derechos son fuerzas simbólicas que me permiten controlar las fuerzas reales, la violencia por ejemplo. Por eso es tan insuficiente el concepto del derecho y de la libertad del pensamiento neoliberal, que piensa que la no injerencia ajena es suficiente para que un individuo ejerza la libertad. Todo derecho es “derecho de crédito”, es decir, necesita de la cooperación de los demás para ser real.

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