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Aprender a cambiar

Por lo general, el cambio se promueve devaluando el presente y el pasado. Y esta es una operación peligrosa si se hace mal, porque no todo lo que existe debe ser cambiado

Foto: El profesor debe estar en el centro de los cambios educativos. (IStock)
El profesor debe estar en el centro de los cambios educativos. (IStock)

En el panorama político, económico, social, educativo, hablamos continuamente de 'cambiar'. Vamos a cambiar la constitución, la estructura del estado, el sistema productivo, la escuela. La palabra se usa como eslogan de publicidad política, o como un ensalmo. Parece que repitiéndola muchas veces se va a producir un milagro. Sin embargo, la palabra es tan vacía y confusa que roza la equivocidad. Se cambia cuando se construye y se cambia cuando se destruye.

Otra palabra de moda, 'innovación', adolece de esa misma vaguedad. Ambas necesitan un calificativo: bueno o malo. Hay cambios deseables y cambios temibles. Hay innovaciones creadoras e innovaciones destructoras. Gran parte de la crisis económica con la que estamos peleando la produjeron “innovaciones financieras” absolutamente detestables. Cuando se aceptó la “contabilidad creativa”, el mundo debió echarse a temblar.

Gilles Deleuze ha explicado la paradoja del cambio. ”Nada puede ser propuesto como mejor, sin insistir en la maldad de lo anterior”. Es decir, siempre que se valora el cambio, hay que devaluar el presente y el pasado. Y esta es una operación peligrosa si se hace mal, porque suele dar lugar a descalificaciones totales del pasado. Este es el problema de todos los movimientos revolucionarios.

La revolución educativa suena muy bien, pero es una afirmación retórica porque apela a lo nuevo como si fuera un aerolito caído de otro mundo

Lo importante no es cambiar, sino 'mejorar'. Es lo que significaba la palabra 'progreso', palabra que ha caído en descrédito, pero que deberíamos recuperar. Desde muchas disciplinas se está elaborando una 'Ciencia del cambio social'. Tiene tres capítulos: convencer de la necesidad del cambio, definir la meta del cambio, explicar cómo se debe llegar a él, es decir, la hoja de ruta. En ella hay que incluir lo que los economistas llaman “coste de oportunidad”. Es decir, lo que pierdo por elegir este camino. Para entenderlo bien, pueden aplicarlo a la situación catalana. Deberían convencernos a todos de la necesidad del cambio, definir adónde queremos llegar, y describir el procedimiento y lo que perderemos por aplicarlo. Y si todo es positivo, ¡adelante con los faroles!

Cambiar todo de arriba abajo

Ya saben que me interesa en especial el progreso del sistema educativo. En 'Despertad al diplodocus' (Ariel) he intentado responder a esas tres cuestiones: por qué, para qué y cómo. Ken Robinson, un gurú de la educación, dice que no basta con hacer mejor lo que hacíamos antes. No basta con reformarlo, hay que cambiarlo de arriba abajo. La revolución educativa suena muy bien, pero es una afirmación retórica porque apela a lo nuevo como si fuera un aerolito caído de otro mundo o arribara por generación espontánea. El cambio en la escuela tienen que hacerlo los que ya están en la escuela. No se puede esperar a que unas nuevas generaciones ocupen las aulas. Hay que transformar lo que hay. Esa es la tesis principal de la 'ciencia del cambio', que es una ciencia de la evolución. También aplicable a la política.

Cualquier reforma educativa tiene que apoyarse en los profesores, de lo contrario nunca llegará a las aulas

Para poner en marcha el proceso de mejora de la educación, necesitamos una movilización educativa de la sociedad, a la que me gustaría convocarles. Lo más sabio que he oído en educación es un proverbio africano que dice: “Para educar a un niño, hace falta la tribu entera”. No se trata de “meter todo en el mismo saco” porque -hoy estamos de refranes- “a río revuelto, ganancia de pescadores” o “en la noche del absoluto, todos los gatos son pardos”. Cada persona, cada institución, cada agente social, tiene sus propias responsabilidades educadoras. Desde hace tiempo acaricio la idea -¡qué bella expresión!- de elaborar una “carta de los deberes educativos de la sociedad”. ¿Se apuntan?

En este momento, tenemos una posibilidad de iniciar esa movilización. Ya saben que el ministro de Educación me ha pedido que redacte un Libro blanco de la profesión docente. Cualquier reforma educativa tiene que apoyarse en los profesores, de lo contrario nunca llegará a las aulas. Como forma de participar en el cambio educativo, les pido que me envíen sugerencias para ese libro blanco. Pueden hacerlo en esta dirección.

En el panorama político, económico, social, educativo, hablamos continuamente de 'cambiar'. Vamos a cambiar la constitución, la estructura del estado, el sistema productivo, la escuela. La palabra se usa como eslogan de publicidad política, o como un ensalmo. Parece que repitiéndola muchas veces se va a producir un milagro. Sin embargo, la palabra es tan vacía y confusa que roza la equivocidad. Se cambia cuando se construye y se cambia cuando se destruye.

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