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El rey orondo: el monarca leonés que perdió el trono por su peso y lo recuperó gracias a la medicina del califa de Córdoba
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El rey orondo: el monarca leonés que perdió el trono por su peso y lo recuperó gracias a la medicina del califa de Córdoba

Sancho I de León pasó a la historia no por sus batallas, sino por su cintura. Depuesto por su peso, encontró en un médico del califa de Córdoba la receta para recuperar el trono… y la dignidad

Foto: Retrato de Sancho I (Wikimedia)
Retrato de Sancho I (Wikimedia)

“Robar, asesinar, saquear: a eso lo llaman imperio; y cuando crean un desierto lo llaman paz”, Tácito 98 d.C .De la obra Agrícola.

Era el tiempo en que la península ibérica estaba dividida a sangre y fuego por dos comunidades en conflicto permanente. La ambición territorial de ambas, estaba mediatizada por un odio artificioso que servía como coartada para ocultar los entresijos de la verdad última, tal que era que, el enfrentamiento religioso ocultaba lo que en realidad se buscaba; el dominio territorial y sus recursos; nada nuevo bajo el sol. Parece que para matarnos los humanos siempre tiene que haber una razón por banal que esta sea.

En este punto, se hace necesario destacar la enorme potencia de este antiguo reino, pues, abarcaba ni más ni menos que cerca de 220.000 km². Lo que hoy es León, Zamora, Galicia, Asturias, Salamanca, Cantabria, Castilla la Vieja, norte de Portugal, y partes de Cáceres y Badajoz aledañas, a lo que se ha dado a conocer como la Raya portuguesa y española.

Con el avance de la Reconquista, el reino de León se fue consolidando sobre su centro de gravedad y Sancho I, vástago de Ramiro II de León y la princesa navarra Urraca, tomó el poder... por un ratito nada más. De linaje noble, su pavorosa afición al condumio y el morapio y su insaciable apetito lo condenaron a ser el hazmerreír de la corte leonesa.

No podía subir a un caballo y en combate era un cero patatero por su voluminosa carga orgánica

No podía subir a un caballo y en combate era un cero patatero por su voluminosa carga orgánica; siendo tal que ya les había roto el espinazo a varios equinos. Casi nada. La nobleza al principio aguantó el tirón, pero con el tiempo lo echaron con cajas destempladas del sillón regio, pues no daba la apariencia necesaria para acreditar su identidad real. La culpa la tenían los 235 kilogramos del ala que el sujeto esgrimía con gran alegría hasta que la aristocracia leonesa se cabreó y lo depuso. El monarca gordinflón tomó entonces una decisión draconiana, probablemente única en la historia.

Foto: paz-al-andalus-cronica-palatina-espana-musulmana-califa-cordoba

Pero la redención vino detrás de una voluntad férrea

Era el tiempo del poderoso califa de Córdoba, Abderramán III. El cordobés tenía una pléyade de médicos judíos en la corte, a cada cual mejor. A un millar de kilómetros de aquella poderosa ciudad, la fraccionada comunidad de nobles leoneses, siempre enredados en guerras fratricidas, en el año (958) del Señor que todo lo ve, pero nunca interviene, se pusieron de acuerdo para desalojar del poder al orondo monarca.

Sancho I se refugió en el reino de Navarra bajo el amparo de su sabia abuela, la reina Toda. El gran califa árabe –un diplomático donde los haya–, instado por la buena señora, le envió a un supergaleno de reputación intachable, un tal Ben Shaprut impregnado de medicina Ayurveda, cirujano y probablemente, el más adelantado de su oficio en toda Europa. En unas jornadas maratonianas lo puso a adelgazar con severidad y también, con cariño. Baños de vapor, caminatas extenuantes, verduritas y fruta, eran su dieta de choque. Además, le obligaba a subir y bajar escaleras como si no hubiera un mañana. Por momentos, el paciente quería que un rayo fulminara a aquel matasanos, malvado matasanos.

Un cuerpo cargado de alimentos embrutece al sujeto que lo padece

Este hombre de Allah ¿o de Yahvé? Era como una gota malaya, perseguía al monarca leonés por tierra, mar y aire. Había semanas que lo castigaba sin postre –le gustaban los Calipos de sabores de la época confeccionados con nieve del Roncal en el bajo Pirineo–, de idéntica manera, le quitó la cerveza, la mantequilla y el pan; aquel cuerpo regio venido a menos se subía por las paredes ante la mera presencia del galeno terrorista. Como es sabido, la palabra “díaita”, no solo suponía un adelgazamiento programado e intenso, sino que también abarcaba aspectos psicológicos. Ya lo decía Horacio, el famoso poeta romano: un cuerpo cargado de alimentos embrutece al sujeto que lo padece; o lo que es lo mismo, “in mens sana, corpore sano” ...

Abderramán III, estaba al tanto de la terapia de shock y era informado puntualmente de la evolución del orondo calavera. Las relaciones con la embrionaria Aragón y el reino de León eran diplomáticas en esos momentos y no había follones destacables. El de turbante le enviaba plantas especiales para mejorar el carácter del avieso leonés, hasta tal punto que aparcó su cólera ante el galeno y empezó a quererle. Había días que las carcajadas, producto del consumo de aquel ansiolítico mágico, se oían hasta en Córdoba. Todo iba bien.

Hay quien dice que el médico judío le llegó a coser parte de la boca para disminuir la ingesta de condumio –algo dudoso según los cronistas– y que, a su vuelta, para celebrar sus 130 kilos de volumen volatilizado tras seis meses de terapia intensiva lo celebró con un lechal y una jarra de vino de dimensiones importantes. El médico ya no estaba a su lado, por lo que se deduce que con este acto se vengó de aquel matarife con turbante.

Finalmente, aquel crápula sería admitido de nuevo en la corte con el máximo rango gracias a los buenos oficios del galeno.

“Robar, asesinar, saquear: a eso lo llaman imperio; y cuando crean un desierto lo llaman paz”, Tácito 98 d.C .De la obra Agrícola.

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