Una española cuenta su experiencia trabajando en un banco en Suiza: "Dos horas más que te cuelan. Vaya mentira que me han metido"

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Suiza continúa atrayendo a profesionales que buscan salarios competitivos y una vida laboral estable, pero la realidad no siempre coincide con las expectativas. La joven española Sara Álvarez, residente en Zúrich, ha compartido en TikTok su experiencia en un banco suizo. Después de trabajar durante un año y medio como dependienta en una tienda de ropa en el centro de la ciudad, consiguió unas prácticas remuneradas en ciberseguridad, un campo en el que se había formado.

Actualmente, forma parte del departamento de tecnología de un banco suizo, donde vive su primera experiencia en un entorno de oficina. “Hace casi dos meses que empecé en mi primer trabajo aquí en Suiza”, comenzó diciendo la joven en el vídeo, donde describió las situaciones que más le sorprendieron de su nueva rutina.

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Uno de los aspectos que más llamó su atención fue el horario laboral. “El horario decían que era de nueve a cinco, pero el primer día llegaron las cuatro y media y yo estaba: ya solo queda media hora. Eran las 16:59 y todo el mundo seguía trabajando”, relató. Al ver que nadie se levantaba, decidió preguntar a su jefe a qué hora solían salir. “Dice: a ver, pues normalmente como a las seis. ¿Cómo que a las seis? Yo he venido a las nueve porque me habían dicho que era de nueve a cinco”, recordó.

La sorpresa aumentó cuando descubrió que muchos empleados comenzaban antes la jornada. “Le pregunté a qué hora entráis y me dice: Pues a las ocho y media. O sea que realmente el trabajo de nueve a cinco que todo el mundo está vendiendo viene a ser de ocho a seis, dos horas más que te las cuelan, así como quien no quiere la cosa”, afirmó. “Vaya mentira que me han metido aquí”, añadió.

En otro vídeo, Álvarez abordó un segundo aspecto que le resultó sorprendente: el volumen de las reuniones dentro de la oficina. “La segunda cosa es lo alto que habla la gente cuando tiene un meeting o una reunión en su escritorio. Simplemente, se ponen los cascos, el micrófono y empiezan a gritar por toda la oficina”, explicó.

“Los primeros días me quedé tiesa porque estaba en plan: ¿esto está permitido? A mí cuando me llama alguien me falta tiempo para cerrar el ordenador y correr a las cajitas de cristal para que nadie me escuche. Me da vergüenza. Y veo aquí a la gente gritando, riéndose a pierna suelta”, continuó.