Mariana Aróstegui, experta en macrobiota: "Es más rentable que estemos enfermos, eso está claro"
Una bióloga nutricionista sacude el debate sanitario con un mensaje incómodo: la cronicidad da beneficios al sistema industrial de la salud
La bióloga y nutricionista Mariana Aróstegui, una de las divulgadoras más activas sobre microbiota en España, no se anda con rodeos: “Es más rentable que estemos enfermos, está claro.” Lo dijo durante su paso por el pódcast Salud Imparable, donde repasó cómo los hábitos, la comida real y la exposición al entorno moldean —para bien o para mal— los microbios que conviven con nosotros.
Aróstegui diferencia conceptos que a menudo se mezclan. Microbiota es el conjunto de microorganismos —bacterias, virus, hongos y arqueas— que colonizan nuestras mucosas; microbioma es su material genético y los metabolitos que producen. La “flora intestinal”, admite, es un término desfasado. Y de esa precisión terminológica parte su tesis práctica: entender qué hace cada comunidad (intestino, piel, boca, zona urogenital) permite modularla con estilo de vida, no solo con cápsulas.
El foco de su discurso está en los fermentados y los prebióticos de la dieta diaria. Kéfir, chucrut, yogur o kombucha aportan microorganismos vivos y “postbióticos” (sustancias beneficiosas fruto de la fermentación) que refuerzan la barrera intestinal y la inmunidad. Entre las fibras que más gustan a nuestras bacterias cita algas pardas y setas, además de puerros, cebollas, espárragos o alcachofa. Y reivindica una combinación clásica: almidón resistente (patata o arroz cocinados y enfriados), pectinas (manzana, cítricos) y polifenoles (frutos rojos, uva, especias). Ese triángulo alimenta a especies clave como Faecalibacterium prausnitzii y favorece la producción de butirato, un ácido graso de cadena corta con efectos antiinflamatorios y protectores del colon.
La experta subraya que la biodiversidad intestinal no depende solo de la fibra. Reclama mirar fuera del plato: ritmos circadianos, descanso, gestión del estrés, contacto con la naturaleza y con animales. Los hogares con mascotas, explica, suelen mostrar sistemas inmunes más entrenados en la infancia; y viajar también “recalibra” la microbiota si uno se expone a la luz, al aire libre y a los alimentos locales. Por eso el ayuno intermitente, bien planteado, puede dar un respiro al ecosistema: “En ausencia de comida, el territorio se reorganiza; sobreviven los microbios mejor adaptados y reguladores”.
Su crítica al abordaje sanitario de la cronicidad es frontal: “Para lo crónico, catastrófico.” Aróstegui sostiene que se ha “normalizado” vivir con digestiones malas y antiácidos, y que los sobrecrecimientos bacterianos del intestino delgado (SIBO) “no son crónicos; lo crónico es el estilo de vida que los genera”. Aquí propone estrategias graduadas: antimicrobianos naturales (orégano, ajo, berberina, clavo, cúrcuma), probióticos dirigidos a problemas concretos y, sobre todo, cambios sostenidos de hábitos.
También mira a la epigenética. Sostiene que ciertos metabolitos de la microbiota pueden “encender y apagar” rutas asociadas a metabolismo y longevidad. Cita el butirato y la urolitina A (derivada de polifenoles como los de la granada o los frutos rojos), ligada a procesos de renovación mitocondrial. Y para que produzcan lo adecuado, “hace falta el ecosistema completo” —luz solar, movimiento, horarios, descanso—, no una lista milagrosa de alimentos.
En los primeros meses de vida, recuerda, la gran “siembra” microbiana llega de la madre (gestación, parto vaginal y lactancia). Después cuenta el entorno: piel con piel, casa, polvo, plantas, animales. Cuanta más diversidad ambiental, más maduro será el sistema inmune. Por eso se muestra prudente con cualquier intervención temprana que “sobrecargue” a un sistema inmaduro, y vuelve a su mantra del “terreno”: mejorar el estado general del organismo para que sea este quien ponga las reglas del juego a sus microbios.
Aróstegui no demoniza los probióticos de farmacia, pero prefiere hacer crecer a los propios con comida real y fermentados, y reservar las cepas en cápsula para dianas concretas (por ejemplo, Lactobacillus en disbiosis vaginal). “La naturaleza lo tiene muy bien diseñado”, insiste, y la modulación más potente suele ser la más sencilla: dormir, comer sin ultra procesados, moverse, tomar el sol y tocar suelo.
Su visión, tan directa como didáctica, vuelve siempre al mismo punto: la salud intestinal es un proyecto de estilo de vida. Y ese proyecto —que empieza en el plato, pero no acaba en él— es el que, según la divulgadora, puede devolverle el timón al ciudadano frente a un modelo que, dice, funciona regular cuando la enfermedad se cronifica. “Se puede envejecer bien”, concluye, “si el ecosistema —el nuestro y el de nuestros microbios— trabaja a favor.”
La bióloga y nutricionista Mariana Aróstegui, una de las divulgadoras más activas sobre microbiota en España, no se anda con rodeos: “Es más rentable que estemos enfermos, está claro.” Lo dijo durante su paso por el pódcast Salud Imparable, donde repasó cómo los hábitos, la comida real y la exposición al entorno moldean —para bien o para mal— los microbios que conviven con nosotros.