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Mariana Aróstegui, experta en macrobiota: "Es más rentable que estemos enfermos, eso está claro"
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Mariana Aróstegui, experta en macrobiota: "Es más rentable que estemos enfermos, eso está claro"

Una bióloga nutricionista sacude el debate sanitario con un mensaje incómodo: la cronicidad da beneficios al sistema industrial de la salud

Foto: Mariana Aróstegui (Youtube)
Mariana Aróstegui (Youtube)

La bióloga y nutricionista Mariana Aróstegui, una de las divulgadoras más activas sobre microbiota en España, no se anda con rodeos: “Es más rentable que estemos enfermos, está claro.” Lo dijo durante su paso por el pódcast Salud Imparable, donde repasó cómo los hábitos, la comida real y la exposición al entorno moldean —para bien o para mal— los microbios que conviven con nosotros.

Aróstegui diferencia conceptos que a menudo se mezclan. Microbiota es el conjunto de microorganismos —bacterias, virus, hongos y arqueas— que colonizan nuestras mucosas; microbioma es su material genético y los metabolitos que producen. La “flora intestinal”, admite, es un término desfasado. Y de esa precisión terminológica parte su tesis práctica: entender qué hace cada comunidad (intestino, piel, boca, zona urogenital) permite modularla con estilo de vida, no solo con cápsulas.

El foco de su discurso está en los fermentados y los prebióticos de la dieta diaria. Kéfir, chucrut, yogur o kombucha aportan microorganismos vivos y “postbióticos” (sustancias beneficiosas fruto de la fermentación) que refuerzan la barrera intestinal y la inmunidad. Entre las fibras que más gustan a nuestras bacterias cita algas pardas y setas, además de puerros, cebollas, espárragos o alcachofa. Y reivindica una combinación clásica: almidón resistente (patata o arroz cocinados y enfriados), pectinas (manzana, cítricos) y polifenoles (frutos rojos, uva, especias). Ese triángulo alimenta a especies clave como Faecalibacterium prausnitzii y favorece la producción de butirato, un ácido graso de cadena corta con efectos antiinflamatorios y protectores del colon.

La experta subraya que la biodiversidad intestinal no depende solo de la fibra. Reclama mirar fuera del plato: ritmos circadianos, descanso, gestión del estrés, contacto con la naturaleza y con animales. Los hogares con mascotas, explica, suelen mostrar sistemas inmunes más entrenados en la infancia; y viajar también “recalibra” la microbiota si uno se expone a la luz, al aire libre y a los alimentos locales. Por eso el ayuno intermitente, bien planteado, puede dar un respiro al ecosistema: “En ausencia de comida, el territorio se reorganiza; sobreviven los microbios mejor adaptados y reguladores”.

Su crítica al abordaje sanitario de la cronicidad es frontal: “Para lo crónico, catastrófico.” Aróstegui sostiene que se ha “normalizado” vivir con digestiones malas y antiácidos, y que los sobrecrecimientos bacterianos del intestino delgado (SIBO) “no son crónicos; lo crónico es el estilo de vida que los genera”. Aquí propone estrategias graduadas: antimicrobianos naturales (orégano, ajo, berberina, clavo, cúrcuma), probióticos dirigidos a problemas concretos y, sobre todo, cambios sostenidos de hábitos.

También mira a la epigenética. Sostiene que ciertos metabolitos de la microbiota pueden “encender y apagar” rutas asociadas a metabolismo y longevidad. Cita el butirato y la urolitina A (derivada de polifenoles como los de la granada o los frutos rojos), ligada a procesos de renovación mitocondrial. Y para que produzcan lo adecuado, “hace falta el ecosistema completo” —luz solar, movimiento, horarios, descanso—, no una lista milagrosa de alimentos.

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En los primeros meses de vida, recuerda, la gran “siembra” microbiana llega de la madre (gestación, parto vaginal y lactancia). Después cuenta el entorno: piel con piel, casa, polvo, plantas, animales. Cuanta más diversidad ambiental, más maduro será el sistema inmune. Por eso se muestra prudente con cualquier intervención temprana que “sobrecargue” a un sistema inmaduro, y vuelve a su mantra del “terreno”: mejorar el estado general del organismo para que sea este quien ponga las reglas del juego a sus microbios.

Aróstegui no demoniza los probióticos de farmacia, pero prefiere hacer crecer a los propios con comida real y fermentados, y reservar las cepas en cápsula para dianas concretas (por ejemplo, Lactobacillus en disbiosis vaginal). “La naturaleza lo tiene muy bien diseñado”, insiste, y la modulación más potente suele ser la más sencilla: dormir, comer sin ultra procesados, moverse, tomar el sol y tocar suelo.

Su visión, tan directa como didáctica, vuelve siempre al mismo punto: la salud intestinal es un proyecto de estilo de vida. Y ese proyecto —que empieza en el plato, pero no acaba en él— es el que, según la divulgadora, puede devolverle el timón al ciudadano frente a un modelo que, dice, funciona regular cuando la enfermedad se cronifica. “Se puede envejecer bien”, concluye, “si el ecosistema —el nuestro y el de nuestros microbios— trabaja a favor.”

La bióloga y nutricionista Mariana Aróstegui, una de las divulgadoras más activas sobre microbiota en España, no se anda con rodeos: “Es más rentable que estemos enfermos, está claro.” Lo dijo durante su paso por el pódcast Salud Imparable, donde repasó cómo los hábitos, la comida real y la exposición al entorno moldean —para bien o para mal— los microbios que conviven con nosotros.

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