Las "casas de la duda" o cómo tener un pie en España y otro en Portugal
La frontera más antigua de Europa, la que separa España de Portugal, se ha mantenido casi intacta desde hace siete siglos. Sin embargo, casos curiosos como el de las “casas de la duda” revelan historias únicas
La Fontañera, pedanía fronteriza entre España y Portugal. (Foto: Diego González)
La frontera entre España y Portugal, conocida popularmente como 'La Raya' es una rareza histórica: trazada en los tratados de Badajoz (1267) y, sobre todo, en el de Alcañices (1297), apenas se ha movido en siete siglos, aunque pequeñas decisiones sobre el terreno dejaron cicatrices mínimas. Ese equilibrio, casi de filigrana, explica por qué todavía hoy fascina a geógrafos, historiadores y viajeros.
Durante generaciones, la frontera,la más antigua de Europa y la segunda del mundo, se interpretó a golpe de mojones, ríos caprichosos y acuerdos entre comisiones bilaterales. El resultado es un límite estable, pero con historias muy curiosas de microajustes que cambiaron unos metros la soberanía de un patio, una cuadra o una cocina.
El divulgador Diego González, autor del blog Fronteras, lleva casi dos décadas recopilando anécdotas rayanas (contrabando de café, hitos que se buscan entre jaras, pueblos divididos por un arroyo) y acaba de publicar el libro Historiones de la geografía (GeoPlaneta, 2025), donde cuenta algunos episodios que muestran hasta qué punto la geografía administrativa se adapta a la vida cotidiana.
Las casas de la duda
Uno de esos episodios tiene que ver con las llamadas “casas de la duda”. Estas eran viviendas, corrales o caseríos cuya nacionalidad era incierta mientras no llegaban las comisiones a “aterrizar” el tratado en el campo. “Cada diez años la comisión de límites hispanolusa revisa la frontera, comprueba que los mojones de piedra estén en su sitio y en buen estado y si no es el caso los repone”, recuerda González. A veces, ese repaso topográfico se tropezó con obras hechas "a la buena de Dios".
Publicado en 2023: Existe una casa rural en la frontera de Extremadura con Portugal que está tan pegada al límite, que al ampliar la cocina acabó robándole un trozo de país al vecino #AgostoFronterizo:https://t.co/o7Lp8ZMFCK
El ejemplo más sonado se sitúa en La Fontañera (Valencia de Alcántara), en la casa rural Salto del Caballo. Sus antiguos propietarios ampliaron la cocina y levantaron un pequeño establo. Cuando los técnicos revisaron los hitos, descubrieron que parte de la obra pisaba término portugués. ¿Demoler? ¿Sancionar? La práctica se impuso al expediente: “Si mueves una piedra, pues la frontera también se mueve”. Así, los comisionados desplazaron unos metros el mojón y la casa quedó íntegramente del lado español.
Aquello, contado por los vecinos y documentado con prudencia por el propio González, ilustra un modo de resolver conflictos de apenas unos centímetros en una línea de cientos de kilómetros. Queda, además, la guinda irónica del autor: “Desde Olivenza que España no le levantaba un trozo de territorio a su vecino tan fácilmente”. La anécdota es amable, pero revela cómo la frontera física (los hitos) y la jurídica (el papel) dialogan en la práctica.
El Pino y Valencia de Alcántara: un pie en cada país
El fenómeno de las "casas de la duda" tiene otro escenario emblemático también en Valencia de Alcántara, en la pedanía de El Pino (a 12 kilómetros de La Fontañera),donde un regato marca hoy con claridad el límite... pero no siempre fue así. Durante décadas, varias "casas de la duda" (dos del lado teórico español y dos del portugués) vivieron en una indefinición útil. Cuando la burocracia de un país se volvía cuesta arriba, la duda permitía alternativas legales al otro lado; cuando escaseaban los recursos, el portuñol del contrabando vertebraba la supervivencia. La pertenencia, muchas veces, la definía el camino de herradura y no el BOE o el Diário da República.
La memoria de los vecinos conserva esa ambivalencia como seña de identidad. Familias enteras crecieron sin certeza absoluta de cuál era su país administrativo, mientras el trajín del campo y el contrabando marcaban el ritmo semanal en época de posguerra. Hubo incluso tienda de ultramarinos abierta en 1957 que hacía también de bar, un recordatorio de que, por muy escondida, la frontera era un lugar con pulso económico y social.
Hoy el enclave se ha despoblado y la Raya es, sobre el terreno, una línea clara. Pero la leyenda persiste: relatos de “alcoba lusa y salita española”, soldados que subieron a colocar los hitos en los años cincuenta y apodos compartidos a ambos lados del arroyo. Al caminar por ese bosque de fresnos y castaños, la geografía deja de ser un mapa para convertirse en biografía.
Las fronteras no solo se escriben, también se recalzan, se negocian y, a veces, se mueven
Quizá la enseñanza más valiosa es que las fronteras no solo se escriben, también se recalzan, se negocian y, a veces, se mueven lo justo para que una cocina no quede en otro país. La Raya, heredera de Badajoz y Alcañices, sigue ahí; Y las “casas de la duda” recuerdan que, entre mojones y arroyo, la geografía también se vive.
La frontera entre España y Portugal, conocida popularmente como 'La Raya' es una rareza histórica: trazada en los tratados de Badajoz (1267) y, sobre todo, en el de Alcañices (1297), apenas se ha movido en siete siglos, aunque pequeñas decisiones sobre el terreno dejaron cicatrices mínimas. Ese equilibrio, casi de filigrana, explica por qué todavía hoy fascina a geógrafos, historiadores y viajeros.