De Magallanes al mundo globalizado: por qué la leyenda negra contra España sigue viva
El relato histórico ha sido moldeado durante siglos por vencedores y rivales, distorsionando hazañas y ocultando avances. Una mirada crítica revela la batalla cultural que aún condiciona nuestra memoria colectiva
“Vivimos tiempos oscuros, en los que los peores han perdido el miedo y los mejores la esperanza”.
El horizonte es una línea divisoria entre el cielo y el mar —en el caso de los navegantes—, una línea fascinante que siempre está ahí, pero siempre es inalcanzable. Es algo inasible, un fijo discontinuo, un enigma volátil. También es la frontera de la esperanza. Cuando nuestros católicos reyes Isabel y Fernando y, más tarde, unos Austrias iluminados se volcaron en aquella monumental apuesta transoceánica, acabarían persiguiendo la línea del horizonte como algo ignoto. Tras Eratóstenes en primera instancia y, posteriormente, Magallanes y Elcano, cada día se hacía más evidente que los terraplanistas jugaban en segunda o fumaban cosas raras.
Pero mientras nosotros, “los malos” de la Leyenda Negra, éramos demonizados, mientras Atahualpa se comía literalmente los sesos de su hermano o Enrique VIII asesinaba a Ana Bolena y, de paso, a casi 40.000 de sus seguidores; los españoles teníamos que purgar nuestros “desatinos” y las difamaciones vertidas en mor de unos anglosajones incapaces de vencernos en el campo de batalla. Pero mientras, España seguía poniendo pilares en los océanos y en tierras extrañas donde ni la luna ni el sol se ponían nunca.
El problema de la historia viene cuando se ideologiza y se convierte en política. Mientras Europa era una carnicería (siglos XVI y XVII, y no me quiero poner a sumar), los anglosajones mataban a diestro y siniestro solapados con los protestantes de cualquier latitud —si ello casaba con sus intereses— y con la mera intención de medrar y sumar adeptos para sus filas; nosotros, y puntualmente nuestros hermanos portugueses, invadíamos los océanos y las tierras amparados por un inmenso mar de estrellas. Según el profesor e historiador hispanista Marcelo Gullo, la Leyenda Negra es una batalla geopolítica, cultural e inacabada.
Hoy somos unos ignorantes la mayoría y nos hemos tragado las lúgubres teorías anglosajonas
Al consolidarse España en sus convicciones, quizás quijotescas, quizás demasiado idealizadas, que se perpetúan en el tiempo para aunar a los pueblos españoles de ambos lados del Atlántico; un imperio que fue un auténtico estado federal como nunca jamás se vio; los ingleses, más tarde británicos, y sus pupilos avanzados, los rubicundos norteamericanos, no podían permitir que un imperio colosal venido de Europa les robase la tostada, y hablo de la tostada mental propia de los piratas “colocados” o, más bien, freiduría de refritos con aceite recalentado que campaban en sus azoteas. En este punto, cabe preguntar: ¿dónde tenían esta chusma de piratas cerveceros las escrituras de tal evento?, a no ser que argumentasen con el típico mantra que refleja la famosa frase (sic) aquella que dice “todo para mí y lo tuyo también”, o América para los americanos o “el mejor indio es el indio muerto”; política que se sigue practicando, por cierto, y con bastante éxito, para desgracia de los pueblos del mundo. Los indios de antaño ahora se han clonado en asiáticos, árabes, etc.
Un proyecto grandioso
Habría que hacer una simple reflexión sobre el particular. La hispanidad fue un proyecto grandioso que otras micropotencias no podían tolerar ni igualar y, desde entonces, se destapó la Caja de Pandora y sus infectas esencias. Desde el mismo día del Descubrimiento comenzó una guerra cultural para enajenarnos de nuestra colosal obra desde el sur de Río Grande hasta la Patagonia y eso sin sumar otros cientos de miles de km² a lo largo y ancho del mundo y la mitad de ellos en la diagonal que va desde el noroeste de EE. UU. hasta Florida. El mundo anglosajón, el supremacista y en ocasiones racista mundo de los perfectos, no podía tolerar que los morenitos españoles se hicieran con la exclusiva de aquel vasto territorio.
Al hacerse cargo España de la defensa del catolicismo, los nativos tuvieron una cobertura y protección, una vez acabada la etapa del Descubrimiento y las lógicas matanzas acontecidas por ambas partes —es la guerra— (en el caso de México fue una guerra civil entre varias tribus aliadas de Hernán Cortés contra los mexicas, y en el caso de los incas, otra guerra civil que, a modo de lotería, favorecía a los peninsulares).
Entonces, no se entiende cómo, desde que Cortés ocupó los valles mexicas hasta el propio año 1975, el hospital más antiguo de México subsistiese durante casi cinco siglos hasta que se le hiciera una necesaria reforma para su subsistencia. No se entiende cómo más de doce universidades fueran fundadas antes que Harvard, no se entiende cómo miles de hectáreas fueran sembradas, no se entiende cómo podían algunos llamarnos ladrones cuando hacíamos enormes inversiones “in situ”. España nunca consideró a América como una colonia. Hospitales, universidades —la Universidad de San Marcos fue fundada 85 años antes que Harvard—, ambulatorios, una administración con mayoría local nativa o criolla, etc., se contraponían a ese presunto canon genocida que nuestros adversarios anglosajones nos adjudicaban.
Entonces España era grande y nuestros complejos inexistentes. Hoy somos unos ignorantes la mayoría y nos hemos tragado las lúgubres teorías anglosajonas. Nosotros somos los responsables de nuestra ignorancia, no otros. Somos unos paralíticos subordinados al fútbol y los programas de entretenimiento. Quizás esa sea la forma en que se extingue la esperanza... Así nos va.
“Vivimos tiempos oscuros, en los que los peores han perdido el miedo y los mejores la esperanza”.