Lo que el fuego se llevó: los monumentos históricos que España perdió para siempre y los que hoy siguen en riesgo
Las recientes llamas en la Mezquita de Córdoba y en Las Médulas reabren un viejo temor: el patrimonio histórico español es frágil y ha sufrido incendios devastadores desde El Escorial hasta el palacio de Liria
Imagen del incendio que asoló la Plaza Mayor de Madrid en 1790. (Archivo)
Los recientes incendios que han afectado a la Mezquita-Catedral de Córdoba y al paraje de Las Médulas en León han vuelto a poner sobre la mesa la fragilidad del patrimonio histórico en España. Aunque las estructuras principales de ambos enclaves han sobrevivido, los daños materiales y la conmoción ciudadana han recordado que incluso los monumentos más emblemáticos están expuestos a desaparecer en cuestión de horas.
En Córdoba, el fuego provocó el derrumbe del techo de una capilla y obligó a suspender temporalmente las visitas y espectáculo nocturnos, un duro golpe para uno de los principales polos turísticos del país. Mientras tanto, en Las Médulas, Patrimonio Mundial de la UNESCO, el fuego arrasó castaños centenarios e infraestructuras turísticas como el Aula Arqueológica y el mirador de Orellán. Aunque las antiguas minas romanas quedaron a salvo, el entorno natural y cultural sufrió un duro revés que será difícil de revertir.
Estos episodios recientes no son sucesos aislados. El patrimonio español ha sufrido históricamente los efectos de incendios que, de forma fortuita o provocada, han cambiado para siempre el aspecto y la memoria de catedrales, palacios y bibliotecas. Desde los Austrias hasta nuestros días, las llamas han sido un enemigo constante de la cultura, pasando por palacios, alcázares, catedrales o plazas mayores. La lista de pérdidas es tan extensa como dolorosa. Y a todo ello se suma hoy un enemigo silencioso y persistente: el cambio climático.
El clima: amenaza creciente para el patrimonio
Las llamas que devoraron parte de Las Médulas son un ejemplo de cómo los eventos extremos, cada vez más frecuentes, ponen contra las cuerdas a enclaves de gran valor histórico. Según estudios del CSIC, espacios como Atapuerca, la Siega Verde en Salamanca, los conjuntos monumentales de Úbeda y Baeza o la ciudad vieja de Santiago de Compostela se encuentran en el mapa de zonas vulnerables. La combinación de olas de calor, incendios de sexta generación e inundaciones hace que monumentos construidos en piedra sufran procesos de erosión, fracturas o debilitamientos que comprometen su conservación.
Fenómenos como el termoclastismo (cambios bruscos de temperatura que agrietan la roca) ya se perciben en catedrales como la de León, mientras que las danase inundaciones han dañado la Real Casa de Moneda de Segovia o el puente romano de Talavera. En el litoral, la subida del nivel del mar amenaza yacimientos prehistóricos como el islote de Guidoiro Areoso en Pontevedra. Incluso piezas sumergidas, como el pecio fenicio de Mazarrón, han tenido que ser rescatadas para evitar su deterioro definitivo.
Más allá del efecto físico sobre los materiales, el cambio climático actúa sobre el territorio: la despoblación rural, la falta de vigilancia y los medios insuficientes hacen que, cuando llega el fuego o la riada, sea demasiado tarde. Expertos como el arqueólogo Javier Sánchez Palencia advierten de que enclaves Patrimonio de la Humanidad deberían contar con equipos estables y especializados para garantizar su protección real.
Edificios que se perdieron en las llamas
Los incendios no solo han sido fruto del azar o la naturaleza. A lo largo de los siglos, la mano del hombre, la negligencia o las circunstancias bélicas han provocado la desaparición de joyas arquitectónicas. La crónica de incendios patrimoniales en España empieza ya en el siglo XVII, aunque mucho antes también los hubo. En 1604, un fuego en el palacio de El Pardo destruyó valiosas obras de Tiziano y Sánchez Coello acumuladas por los Austrias. Décadas más tarde, en 1671, el Monasterio de El Escorial ardió durante quince días, llevándose miles de códices y manuscritos únicos.
Incendio del Alcázar de Toledo en 1887. (La Ilustración Española y Americana)
En el siglo XVIII, destacan dos acaecidos en la capital de España. El primero ocurrió durante la Nochebuena de 1734, el Alcázar de Madrid fue devorado por las llamas, desapareciendo junto a él centenares de cuadros y objetos de valor incalculable, aunque, eso sí, abrió el camino a la construcción del Palacio Real actual. La Plaza Mayor de Madrid también vivió en 1790 el peor de sus incendios, que obligó al arquitecto Juan de Villanueva a reconstruirla con un diseño más sobrio y resistente. El siglo XIX tampoco estuvo libre de catástrofes. En 1862, un incendio arrasó el Alcázar de Segovia, reducido a ruinas durante veinte años, y en 1887, el Alcázar de Toledo sufrió otro fuego que duró tres días. Incluso la Alhambra ha sido pasto de las llamas en cuatro ocasiones, siendo la de 1890, la más devastadora por la pérdida de artesonados y decoraciones de gran valor.
Ya en el siglo XX, las llamas golpearon de nuevo: el palacio de Liria en 1936, incendiado durante la Guerra Civil, aunque se levantó de nuevo y acabó su reconstrucción en 1956; la catedral de Santander en 1941, devastada por el fuego que asoló la ciudad; y la catedral de León en 1966, dañada por un rayo que prendió su cubierta y las vidrieras. Estos siniestros no solo afectaron a la arquitectura, sino también a bibliotecas, archivos y colecciones artísticas de valor incalculable. A esa larga lista de tragedias se suman episodios más recientes y simbólicos, como el incendio del Teatre del Liceu en Barcelona, que ardió dos veces en el siglo XIX y volvió a hacerlo en 1994, o el de la torre Windsor en Madrid en 2005, que marcó el skyline financiero de la capital.
Estado en el que quedó la Catedral de León tras el incendio de 1966. (Archivo)
En todos estos casos, las pérdidas fueron irremplazables, aunque algunas construcciones lograron renacer de las cenizas. Sin embargo, la huella de lo perdido es imborrable y nos recuerda que cada siniestro deja cicatrices culturales difíciles de cerrar. Hoy, la doble amenaza de la negligencia humana y el cambio climático obliga a replantear cómo se protege el legado que nos define como sociedad. Cada catedral, palacio o yacimiento no es solo un atractivo turístico, sino un fragmento de memoria colectiva que puede perderse si no se toman medidas preventivas. La experiencia demuestra que reconstruir es posible, pero el valor de lo destruido jamás se recupera por completo.
Los recientes incendios que han afectado a la Mezquita-Catedral de Córdoba y al paraje de Las Médulas en León han vuelto a poner sobre la mesa la fragilidad del patrimonio histórico en España. Aunque las estructuras principales de ambos enclaves han sobrevivido, los daños materiales y la conmoción ciudadana han recordado que incluso los monumentos más emblemáticos están expuestos a desaparecer en cuestión de horas.