Cuando los tercios españoles incendiaron la costa inglesa: la olvidada hazaña de Amézquita
España invadió y arrasó varias ciudades inglesas en el siglo XVI. Un puñado de marinos vascos sembró el terror en la costa británica mientras Isabel I maquillaba la derrota
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F0ff%2Fb87%2Fd5c%2F0ffb87d5c712775f96e125c4c35c4711.jpg)
"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio", Cicerón.
Varias veces se holló la tierra de los ingleses y es algo que no solemos recordar, de hecho, hay mucha gente que no se lo cree; pero sí, y hasta una docena de veces sumando las acciones castellanas y las de la Corona Austria.
Los castellanos en varias ocasiones prendieron fuego a Brye, Plymouth, Gravesend, Man, Southampton en los siglos previos al XVI. Ya con el advenimiento de los Habsburgo, lo que se intentó es darles un golpe definitivo, golpe, por otro lado, diseñado por los oficiales vascos Miguel de Oquendo y Martínez de Rekalde junto con Valdés basándose en una ventaja dinámica sorprendente, táctica pura. Todos ellos, escuderos de Bazán, esto es, la vieja y experimentada guardia, muñidora de tantos éxitos pretéritos.
La muerte de Álvaro de Bazán, el vencedor de Lepanto junto con Juan de Austria, de las batallas de Túnez, Malta, y posteriormente de Lisboa y las Azores, convertiría a este marino de altura única en un ídolo de masas. Lamentablemente, durante el ataque coordinado contra Lisboa con el Duque de Alba; Bazán, moriría sorpresivamente.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F2a0%2F509%2Fc32%2F2a0509c32d7cb920b86a31b6983851f1.jpg)
Cuando Oquendo, Valdez y Rekalde tuvieron que obedecer las inapelables órdenes del Duque de Medina Sidonia, a la sazón comandante de la flota; la marea en la rada de Plymouth era alta y consumada. Los ingleses no tenían opciones de vencer, pues las naves estaban abarloadas una tras otra por las amuras y el tiro al blanco era cosas de niños. Un error histórico que nos costaría muy caro.
Vascos por doquier
El siglo XVI fue “mucho” vasco. Urdaneta y Legazpi con el Tornaviaje, Elcano dando la vuelta al mundo de la mano del trágicamente finado Magallanes. Es un hecho que en los mares dominados por España, que eran casi todos, había más vascos que setas y lógicamente esos morroskos, además de levantar pedruscos como medida profiláctica contra invasores despistados, hacían cosas.
Pero el tema de hoy nos obliga a recordar a otro grande que en buena medida ha pasado desapercibido. Amézquita se llamaba. Aquí se demuestra lo sibilinos que eran (y son) los ingleses. La milonga esa de que nunca han sido invadidos, es el plato nacional. Hacia el año 1588 un rey comodín Groucho Marxista, llamado Enrique III de Navarra, accedió a la Corona de Francia, siendo protestante (antes había sido católico, pero fue requerido a reflexionar para ocupar el trono, lo que hizo presto).
Felipe II estaba cabreado y envió a sus ejércitos a darle un varapalo con aditivos al renuente navarrico. Para ello, creó la Liga católica y envió a Juan del Águila junto con dos levanta piedras, que años más adelante darían un prestigio inmenso a La Corona por su osadía; uno de ellos era Carlos de Amézquita y el otro, Pedro de Zubiaur. Aplicado el correctivo al díscolo Enrique de Navarra, era menester hacer otras cosillas.
Hasta seis poblaciones costeras fueron arrasadas
Juan del Águila, allá por el año 1595, organizaría una expedición contra Inglaterra, Amézquita estaba al mando de la expedición con cerca de 300 arcabuceros. La mala fama que cogió entre los ingleses se debía a que por donde pasaba, arrasaba. Era un pirómano de primera. En julio de ese año, quemó la ciudad de Mousehole; más al oeste, prendió fuego a la fortaleza de Penance que ardió como una tea, eso sí, no sin antes avisar a sus inquilinos de que, de no rendirse, iban a hacer una sabrosa barbacoa. Hasta seis poblaciones costeras fueron arrasadas. La verdad es que mientras los españoles se aplicaban en el saqueo, los ingleses huían despavoridos en todas direcciones.
El caso es que a Drake, que andaba por esos pagos con su compinche Hawkins, hasta que dejaron de serlo en el asalto de San Juan de Ulúa, intentaron echarle el guante, pero, en un punto de iluminación, los vascos se pusieron a remar como si no hubiera un mañana. Era su carta oculta y una práctica muy usual en las costas de Vizcaya y Guipúzcoa. Total, que viendo los ingleses lo improbable de la captura de las naves de Amézquita, le contaron a la pobre Isabel I un cuento chino – y digo pobre, porque tenía una alopecia galopante que, entre eso y los polvos de arroz del maquillaje, era lo más aproximado, con el debido respeto, a un adefesio.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fa9b%2F5a7%2Fa8b%2Fa9b5a7a8b55cfa2c1f6133f6e8d09902.jpg)
Amézquita y los tercios embarcados, vengaron de alguna manera la enorme tragedia padecida en el año 1588 por La Grande y Felicísima Armada, una derrota debida a varios factores que muy probablemente, se podría haber evitado unos días antes si Medina Sidonia hubiera dado carta blanca a Oquendo y Rekalde en ese instante en que la eternidad se detuvo en la rada de Plymouth. Amézquita hizo lo que otros dos vascos, por cuestiones de obediencia debida, no llevaron a cabo.
Qué vida esta...
"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio", Cicerón.