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Las islas a 160 kilómetros de Tenerife que España perdió frente a Portugal: una disputa abierta más de 500 años después
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DESACUERDO TERRITORIAL

Las islas a 160 kilómetros de Tenerife que España perdió frente a Portugal: una disputa abierta más de 500 años después

Frente a Tenerife, a solo 160 kilómetros, emerge un diminuto archipiélago casi desconocido: las Islas Salvajes. Aunque las controla Portugal, su soberanía sigue siendo motivo de disputa con España cinco siglos después

Foto: Vista aérea del archipiélago de las Islas Salvajes entre Canarias y Madeira (Archivo)
Vista aérea del archipiélago de las Islas Salvajes entre Canarias y Madeira (Archivo)

A simple vista pueden pasar desapercibidas en los mapas, pero están ahí: a apenas 160 kilómetros de Tenerife y con nombre tan sugerente como enigmático, las Islas Salvajes han permanecido fuera del radar turístico y del imaginario colectivo español. Rodeadas por el océano Atlántico, se levantan con discreción entre dos gigantes del turismo: el archipiélago canario y el de Madeira. Sin embargo, su lejanía del bullicio no ha evitado que se convirtieran en el foco de una larga disputa geopolítica que, a día de hoy, sigue sin cerrarse del todo.

El archipiélago está compuesto por tres islas principales —Salvaje Grande, Salvaje Pequeña e Ilhéu de Fora— y varios islotes menores. Su apariencia árida y su escasa vegetación no impidieron que portugueses y españoles discutieran durante siglos su titularidad. A pesar de estar más cerca de Canarias que de Madeira (165 frente a 280 kilómetros), las islas forman parte oficialmente del territorio portugués desde hace décadas. Sin embargo, la historia detrás de esta posesión no es tan clara ni tan definitiva como parece.

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A nivel turístico, pocas personas podrían localizar estas islas sin ayuda de un GPS. No están abiertas a la visita del público, ni cuentan con hoteles, playas o restaurantes. Son un paraíso natural protegido y prácticamente deshabitado, pero su historia está marcada por la diplomacia, la geopolítica y una curiosa combinación de mapas antiguos, tratados inconclusos y una disputa por miles de kilómetros cuadrados de mar.

Un conflicto de cinco siglos sin cerrar

Las Islas Salvajes llevan más de quinientos años siendo objeto de debate entre España y Portugal. Aunque hoy la soberanía efectiva la ostenta el país luso, el origen del conflicto se remonta al siglo XV, cuando el explorador portugués Diego Gomes aseguró haber descubierto el archipiélago en 1438. España, sin embargo, sostiene que navegantes vinculados a la conquista de Canarias ya conocían estas islas desde 1402, y se apoya en mapas como el de los hermanos Pizzigani (1367) para reforzar su versión.

placeholder Imagen aérea de las Islas Salvajes, entre Canarias y Madeira (Archivo)
Imagen aérea de las Islas Salvajes, entre Canarias y Madeira (Archivo)

A lo largo del tiempo, la propiedad de las islas pasó de manos privadas a control estatal. En 1938, en pleno conflicto de la Guerra Civil Española, Portugal consiguió que una comisión internacional reconociera su soberanía sobre el archipiélago. España no pudo impugnar la decisión, y ese vacío fue clave para consolidar la presencia lusa. Ya en 1971, el Gobierno portugués compró las islas a una familia de Madeira y las convirtió en una reserva natural, eliminando así cualquier uso privado o comercial.

La cuestión volvió a tensarse en los años 70 y 90, especialmente en relación con la delimitación de las aguas y la Zona Económica Exclusiva (ZEE). Mientras España argumentaba que las Salvajes eran rocas deshabitadas —y por tanto, solo daban derecho a 12 millas náuticas—, Portugal defendía que eran islas habitadas por técnicos y personal de vigilancia ambiental, lo que ampliaría su ZEE hasta 200 millas. En 1997, España reconoció de facto la soberanía portuguesa sobre la superficie terrestre, pero no sobre las aguas que la rodean.

Los desencuentros han continuado en forma de pequeños incidentes diplomáticos. En 1975, pescadores canarios izaron una bandera española en una de las islas, y años después Portugal denunció supuestas incursiones del ejército español en el espacio aéreo del archipiélago. No obstante, ambos países han mantenido el desacuerdo dentro de los márgenes diplomáticos, sin escalar a conflictos mayores.

Las Salvajes hoy: entre guardias, científicos y silencio

A día de hoy, las Islas Salvajes forman parte del Parque Natural de Madeira y están protegidas como santuario de biodiversidad. Su acceso está altamente restringido y solo es posible visitarlas con un permiso especial concedido por las autoridades portuguesas. El objetivo es preservar su valiosa flora y fauna, que incluye medio centenar de especies endémicas y zonas de cría de aves marinas.

Vivir en el archipiélago no es tarea sencilla. No hay agua potable, las costas están plagadas de acantilados escarpados y la superficie total apenas supera los tres kilómetros cuadrados. A pesar de ello, Portugal mantiene presencia humana continua a través de una familia de vigilantes del parque y efectivos militares que rotan periódicamente. Para Lisboa, esa presencia es suficiente para considerar que las islas están habitadas.

Este pequeño archipiélago se convirtió en símbolo de una disputa que nunca terminó de cerrarse y que, siglos después, todavía influye en el trazado invisible del mapa atlántico

España, por su parte, discrepa de esa interpretación. Según Madrid, esa ocupación no es suficiente para cumplir los criterios del derecho marítimo internacional que permitirían ampliar la ZEE portuguesa. La disputa sobre las aguas sigue sin resolverse, y aunque no ocupa titulares ni es fuente de fricción directa, representa uno de los desacuerdos territoriales más antiguos de Europa occidental.

A simple vista pueden pasar desapercibidas en los mapas, pero están ahí: a apenas 160 kilómetros de Tenerife y con nombre tan sugerente como enigmático, las Islas Salvajes han permanecido fuera del radar turístico y del imaginario colectivo español. Rodeadas por el océano Atlántico, se levantan con discreción entre dos gigantes del turismo: el archipiélago canario y el de Madeira. Sin embargo, su lejanía del bullicio no ha evitado que se convirtieran en el foco de una larga disputa geopolítica que, a día de hoy, sigue sin cerrarse del todo.

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