Durante décadas, la figura del hijo único ha estado rodeada de prejuicios que lo retratan como egoísta, malhumorado o incapaz de socializar adecuadamente. Sin embargo, la investigación científica no respalda estos estereotipos. Los hijos únicos no presentan diferencias significativas en su desarrollo emocional ni social respecto a quienes crecen con hermanos. La clave no está tanto en la estructura familiar como en el entorno en el que el menor se cría.
El contexto pesa más que la cantidad de hijos
Alice Goisis, profesora del University College de Londres, explica que la situación económica y los recursos emocionales del hogar tienen un papel mucho más relevante que el hecho de tener o no hermanos. En el Reino Unido, por ejemplo, ser hijo único suele estar vinculado a familias con mayor nivel socioeconómico, lo que se traduce en mejores condiciones de salud y bienestar a largo plazo. En cambio, en países como Suecia, los hijos únicos proceden con más frecuencia de hogares vulnerables, lo que puede influir negativamente en su desarrollo.
Aunque la ciencia descarta grandes diferencias con respecto a otros niños, se han observado ciertas particularidades entre los hijos únicos. La psicóloga clínica Linda Blair, en declaraciones a BBC Mundo, destaca su avanzado nivel lingüístico, fruto del contacto constante con adultos durante los primeros años. Además, tienden a organizar su tiempo libre de forma autónoma. En el lado menos positivo, pueden carecer de la llamada “inteligencia de calle” y sentirse incómodos en entornos desordenados o caóticos.
El origen de los mitos sobre los hijos únicos se remonta a finales del siglo XIX, cuando psicólogos como G. Stanley Hall o Alfred Adler atribuyeron rasgos negativos a los niños sin hermanos. Hall llegó a describir esta condición como “una enfermedad en sí misma”. Aunque estas teorías han sido rebatidas por estudios modernos, su influencia persiste. No obstante, como señala la psicóloga Adriean Mancillas, divulgar información verificada y accesible es clave para desmontar los prejuicios y apoyar decisiones familiares libres de culpa.
Durante décadas, la figura del hijo único ha estado rodeada de prejuicios que lo retratan como egoísta, malhumorado o incapaz de socializar adecuadamente. Sin embargo, la investigación científica no respalda estos estereotipos. Los hijos únicos no presentan diferencias significativas en su desarrollo emocional ni social respecto a quienes crecen con hermanos. La clave no está tanto en la estructura familiar como en el entorno en el que el menor se cría.