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¿Un ratio de bares por habitante? Este sociólogo plantea una nueva ley para que nadie se quede sin su 'vermú' de confianza
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UNA 'UTOPÍA' MUY ALCANZABLE

¿Un ratio de bares por habitante? Este sociólogo plantea una nueva ley para que nadie se quede sin su 'vermú' de confianza

Hablamos con Javier Rueda, sociólogo y politólogo, sobre su propuesta para reabrir o promocionar los bares que la despoblación rural ha dejado por el camino a lo largo de los años

Foto: Javier Rueda, autor de 'Utopías de barras de bar'.
Javier Rueda, autor de 'Utopías de barras de bar'.

Se dice que España es un país de bares. Desde las comedias costumbristas de Lope de Vega hasta las sitcoms más actuales, las tabernas españolas cumplen la función social de entrelazar personajes e historias de gran trascendencia personal, pero también política. Dicen que la democracia occidental nació en los bares, al ser el punto de encuentro de estratos sociales opuestos. Muy comúnmente asociamos las cañitas en las terrazas de verano a ese concepto tan manoseado por ciertos políticos, sobre todo después de la pandemia: "libertad" a la madrileña. Más allá de ser un espacio para el recreo o un recurso económico y turístico que explotar sin descanso, sí que es cierto que la libertad se halla entre sus paredes. Que se lo digan a las mujeres de la pequeña aldea gallega de Loureiro, quienes en 2019 salieron a la calle un 8 de marzo con el lema As mulleres do rural tamén poden ir ao bar ("Las mujeres rurales también pueden ir al bar"), acabando la manifestación en la única taberna del pueblo, siempre frecuentada por hombres.

Precisamente, es en los entornos rurales más deshabitados en los que la actividad hostelera cumple la función de ser "plaza del pueblo" en la que tratar distintos asuntos, de los más mundanos a los más existenciales. A veces, el simple hecho de que uno de sus múltiples parroquianos falte un día, ya resulta sospechoso, como veremos después. Así lo ilustra Javier Rueda, sociólogo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, quien ha recorrido decenas de bares tanto de grandes capitales de provincia como de municipios de eso que llamamos España vaciada, para proponer una ley que garantice un ratio mínimo de bares por habitante y así garantizar que las personas del mundo rural tengan un espacio en el que reunirse.

"Quiero que existan unos mínimos formales amparados por la ley y que se establezca unos criterios para crear estos espacios", afirma, en una conversación telefónica con este diario. "Como sucede con las farmacias, ya hay informes que hablan de fijar un ratio por entidad municipal, y no solo por número de habitantes". Se trata de una utopía no tan lejana que amplía de manera ambiciosa las funciones más evidentes de un bar, como es el hecho de servir comidas y bebidas.

"No queremos que se conviertan ni en el bar de señores jugando ni en la sede de la asociación ecosocialista. La idea es que todos convivan"

Rueda ha conocido de cerca acciones concretas que ya apuntan en esta dirección. En su libro Utopías de barra de bar (Lengua de Trapo/Círculo de Bellas Artes, 2025) menciona algunas de ellas. Por ejemplo, en Tene, un pueblo de Quirós, en Asturias, en el que ante la ausencia de bares sus vecinos se organizaron para adaptar una antigua escuela en un centro social en el que jugar a las cartas, tomar algo o realizar todo tipo de eventos. Está el caso de Buciegas, una pedanía de tan solo 45 habitantes en el que el bar, cerrado hace años, se abre bajo demanda de los y las vecinas, pagándose las facturas con fondos municipales y, a la par, compartir espacio con un consultorio médico.

También en Cuenca, concretamente en el despoblado Villar del Infantado, sus 30 habitantes tienen la llave de un bar que funciona como tienda y panadería. Más llamativo es el caso de Calabazas de Fuentidueña, en la provincia de Segovia, en el que desde hace ya cuarenta años el bar está autogestionado a través de una asociación vecinal cuyo lema es "Uno viene, se sirve y deja el dinero en la caja".

"La clave sería apoyar estas experiencias, darles alas", prosigue el sociólogo. "Y eso pasa por apoyar económicamente y facilitar la gestión pública siempre a petición de los municipios o asociaciones locales interesadas. Que la gente se pueda mover y disponer de espacios para reunirse. Las propuestas deben nacer desde abajo hacia arriba, por ello mi objetivo último es plantear una ley que se publique en el BOE. Eso no quiere decir que esté proponiendo un nuevo 'chupinazo' arquitectónico, con rotondas absurdas o proyectos vanguardistas que acaban siendo inútiles. La infraestructura debería estar integrada social, territorial y estéticamente con el municipio".

Foto: Imagen de turistas en la playa de Las Vistas (Arona, Tenerife) (EFE/Miguel Barreto)

También habla de la importancia de la conexión para compartir experiencias y puntos de vista. "Imagina que el proyecto sale adelante y que llegamos a tener 600 locales abiertos con ese enfoque. Algunos de ellos podrían entrar en diálogo y aprender los unos de los otros. Solo eso ya sería un gran indicador del éxito del proyecto".

Casas públicas rurales

Como apostilla Rueda, "la vía de la autogestión no promete renaceres espectaculares o arcadias felices del turismo rural, pero sí conserva los bares de la España vaciada impulsándolos desde su núcleo fuerte". Es por esto mismo que el sustantivo de "bar" se queda corto para definir el alcance de su propuesta, bautizándolos como "casas públicas rurales" en las que servir comidas y bebidas sea la principal, pero no la troncal de sus funciones. Lo esencial es "garantizar el acceso y evitar la exclusión", ya que más allá de las buenas experiencias compartidas, estos lugares han sido históricamente puntos de exclusión activa o pasiva, como sucedía con las mujeres gallegas de Loureiro.

"Reivindico tanto el derecho a quedarse o a volver como el derecho a irse"

Como sociólogo y politólogo, Rueda es muy consciente de las distintas sensibilidades políticas o culturales, y por ello es muy crítico contra la monserga nostálgica que impera en nuestros días o la visión idealizada que se tiene de los bares. "Los espacios del comer y beber en compañía se abrodan no como problema público o asunto político, sino desde una melancolía que mueve a la inacción o desde una idealización que borra de sus mesas todo atisbo de conflicto", escribe en las primeras páginas de su libro. "No queremos que estas casas públicas se conviertan ni en el bar de señores jugando a las cartas ni en la sede exclusiva de la asociación ecosocialista del municipio", sentencia Rueda. "La idea es que todos convivan: los señores mayores, el club de lectura feminista o el grupo político local. Ahí es donde reside la vocación pública, en convivir, en asumir el potencial conflicto como parte del uso colectivo".

"Muchos dueños de bares ganan en un domingo lo que tardan en ganar en tres semanas de días laborables. Este modelo no es sostenible"

Muchas personas se vieron literalmente forzadas a huir de esos entornos en los que se criaron después de soportar realidades de violencia y opresión, la gran mayoría por motivos de discriminación sexual o de género. Estas historias se engloban bajo el término de "sexilio", siendo algunas de ellas recogidas en una reciente exposición del fotógrafo abulense Samuel Reales. "Reivindico tanto el derecho a quedarse o a volver como el derecho a irse", asume. "El gran problema de la despoblación es que solo se entiende que para paliarla hay que hacer repoblaciones masivas, cuando en realidad lo que hay que hacer es deseable ese regreso o esa permanencia. Hay que crear ilusión, dignidad y reconocimiento para todos, no solo redistribuir recursos".

Sin relevo y hasta que el cuerpo aguante

La propuesta de Rueda se centra en el mundo rural al ser foco de extinción de bares. En 2022, un 17,7% de los municipios españoles no disponían de ningún bar en el que servir. Un dato que tampoco nos sirve para percibir las dimensiones del abandono de la España rural en lo que a servicios hosteleros se refiere, ya que como avisa el sociólogo, "la gran mayoría de los empresarios mantienen el negocio hasta la jubilación a duras penas, aunque ya no les sea rentable".

Una vez alcanzan la edad de jubilación, la mayoría desaparecen y nadie los toma de vuelta, salvo la población migrante. "Conozco de primera mano muchos casos de bares reabiertos o reacondicionados por inmigrantes, aunque no hay datos para confirmarlo porque no hay mucho trabajo estadístico en esas zonas despobladas".

Los 'domingueros' y el 'guiri'

Otros, los más afortunados o aquellos que destacan por la belleza de su entorno destinada a la explotación turística, pueden sobrevivir por esos momentos concretos del año (o de la semana) en el que vienen foráneos de visita. "Muchos ganan en un domingo lo que tardan en ganar en tres semanas de días laborables", asegura el sociólogo. "Este modelo de negocio no es sostenible en el tiempo por los gastos de mantener el local abierto".

"Cuando he visitado pueblos, el bar es como el control de frontera. Se dan cuenta en seguida de que no soy de allí y se hace el silencio"

Además de ser un perjuicio para la economía cotidiana, este modelo de turismo rural muchas veces produce que los servicios de los pueblos se atasquen, lo que ha inspirado olas de rechazo por parte de la población local a que vengan turistas de fuera, lo que de toda la vida hemos conocido por el mote de "domingueros". El año pasado, por ejemplo, vimos contenidos en redes sociales donde usuarios anónimos desaconsejaban acudir a Asturias por argumentos absurdos, desde ataques de osos a problemas con visados. "El problema de los domingueros es que tienen una idea muy consumista del pueblo, no tienen un sentido de filiación real con la población local", añade Rueda, contraponiendo la figura del "dominguero" a la del "guiri", extranjeros normalmente blancos y europeos que todos los veranos llenan las ciudades y pueblos españoles. Según su propia experiencia, los "guiris" suelen ser más respetuosos con el entorno y los servicios que el visitante nacional.

"El bar es un sitio vivo, en el sentido de que la gente entra, habla, conversa o discute a diario, pero también es el lugar en el que se dan a conocer, donde puedes ver su peor lado o dejan de ser bienvenidos", señala Rueda. "Cuando he visitado pueblos, el bar es como el control de frontera del municipio. Se dan cuenta en seguida de que no soy de allí y entonces se hace el silencio". Sin embargo, esta actitud no tiene por qué resultar mala o negativa. "Lo contrario sería convertir el bar del pueblo en un parque de atracciones turístico en el que el parroquiano de toda la vida te pregunta y está a sueldo del Ayuntamiento para hablar con todo el mundo".

Más que un lugar, una utopía

La importancia de los bares en la sociabilidad española es tan vasta que en ocasiones es la que decanta que alguien sobreviva (o no) a algún percance desafortunado del destino. Rueda habla de un pueblo de Albacete en una situación de "extrema despoblación" en la que la dueña del único establecimiento hostelero contaba lo siguiente: "Había un hombre que venía, le llamaban 'el Americano'. Había estado en América de jardinero y es verdad que venía y me quitaba las flores secas y ya... dos o tres días, digo, 'que no viene el Americano', y venía todos los jueves a tomar paella. Y yo, digo, que no viene. Pues a ver si puedes ir....". Al final, la dueña del bar subió a su casa, y al ver la puerta entreabierta, se le encontró boca arriba, muerto.

Foto: Escena de una taberna. (David Teniers II, Galería Nacional de Washington)

Este testimonio demuestra hasta qué punto los bares de la España vaciada son algo más que meros lugares en los que se sirven comidas y bebidas y la gente socializa. "No se puede negar su carácter identitario y de memoria colectiva: heridas y conflictos de décadas, leyendas y mitos, gastronomía del lugar, todo se despacha con normalidad en el bar sin que esto parezca llamar la atención de nadie", escribe Rueda. "Dado que uno de los elementos fundamentales de estos espacios es su pluralidad territorial, nos podemos dar cuenta de la cantidad de historias, prácticas e imaginarios colectivos que penden de un hilo con el progresivo cierre de los bares de la España vaciada y de los pueblos que los albergan. Una nueva pregunta aparece ante nosotros: sabiendo lo que son y su relevancia, ¿qué pueden llegar a ser? ¿Qué utopías pueden nacer en un bar de pequeño pueblo sin nombre?"

Se dice que España es un país de bares. Desde las comedias costumbristas de Lope de Vega hasta las sitcoms más actuales, las tabernas españolas cumplen la función social de entrelazar personajes e historias de gran trascendencia personal, pero también política. Dicen que la democracia occidental nació en los bares, al ser el punto de encuentro de estratos sociales opuestos. Muy comúnmente asociamos las cañitas en las terrazas de verano a ese concepto tan manoseado por ciertos políticos, sobre todo después de la pandemia: "libertad" a la madrileña. Más allá de ser un espacio para el recreo o un recurso económico y turístico que explotar sin descanso, sí que es cierto que la libertad se halla entre sus paredes. Que se lo digan a las mujeres de la pequeña aldea gallega de Loureiro, quienes en 2019 salieron a la calle un 8 de marzo con el lema As mulleres do rural tamén poden ir ao bar ("Las mujeres rurales también pueden ir al bar"), acabando la manifestación en la única taberna del pueblo, siempre frecuentada por hombres.

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