Por qué se te arrugan los dedos cuando pasas demasiado tiempo en el agua: el sentido evolutivo
La piel de ciertas zonas del cuerpo reacciona de forma peculiar al contacto prolongado con el entorno, revelando pistas sobre nuestra salud y una posible ventaja funcional aún poco conocida
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Pasar mucho tiempo en el agua convierte las yemas de los dedos en una superficie arrugada que todos asociamos con baños largos o piscinas. Pero esta transformación no es un simple efecto del agua sobre la piel: es una reacción activa del cuerpo, orquestada por el sistema nervioso, que podría haber tenido una utilidad evolutiva clara.
Durante décadas se pensó que las arrugas eran resultado de un proceso pasivo, en el que el agua se infiltraba en la epidermis por ósmosis, haciendo que las capas externas se hincharan. Sin embargo, ya en 1935 se observó que los pacientes con el nervio mediano dañado no desarrollaban arrugas tras sumergir sus manos. Ese hallazgo sugería que el fenómeno era más complejo. Estudios posteriores, como los realizados por los neurólogos Einar Wilder-Smith y Adeline Chow en Singapur en 2003, confirmaron que la inmersión en agua causa una reducción del flujo sanguíneo en los dedos y que esta respuesta está mediada por el sistema nervioso simpático.
Cuando se aplica anestesia local o el agua altera la salinidad en la piel, las terminaciones nerviosas reaccionan, provocando la constricción de los vasos sanguíneos, como explica un reciente artículo de la BBC. Esta pérdida de volumen en los tejidos profundos genera una tracción en la capa superficial de la piel, que termina formando arrugas. El patrón es siempre el mismo en cada individuo, y parece estar determinado por cómo la epidermis se ancla a las capas inferiores. Según el ingeniero biomédico Pablo Sáez Viñas, ambos factores, la ligera hinchazón de la piel externa y la reducción del volumen interno, son necesarios para que las arrugas tengan la forma habitual.
Los surcos en la piel canalizan el agua, como el dibujo de un neumático, mejorando el contacto con superficies húmedas
Si se trata de un proceso activo, parece lógico pensar que tiene una función. El neurocientífico Nick Davis, de la Universidad Metropolitana de Mánchester, se planteó esta pregunta a raíz del comentario de uno de sus hijos durante un baño. En un experimento con 500 voluntarios, midió la fuerza necesaria para agarrar un objeto con las manos secas, mojadas y mojadas con arrugas. El resultado fue claro: las arrugas aumentaban la fricción entre los dedos y el objeto, permitiendo un agarre más eficaz que con los dedos mojados y lisos.
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Estos resultados coinciden con otro estudio realizado por Tom Smulders y su equipo en la Universidad de Newcastle en 2013. Los participantes tenían que trasladar canicas y pesas mojadas de un recipiente a otro. Lo hacían un 12 % más rápido con dedos arrugados que con los mismos dedos mojados pero sin arrugar. La explicación parece sencilla: los surcos en la piel canalizan el agua, como el dibujo de un neumático, mejorando el contacto con superficies húmedas. Esto podría haber resultado crucial para nuestros antepasados al caminar sobre rocas mojadas, sujetarse a ramas o recoger alimento en entornos acuáticos.
Detección de enfermedades
Además de su utilidad práctica, las arrugas en los dedos también ofrecen pistas sobre la salud. Se ha observado que ciertas enfermedades afectan el tiempo o la intensidad con la que se forman. Personas con diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares o lesiones nerviosas muestran una respuesta reducida. Por el contrario, quienes tienen fibrosis quística desarrollan arrugas exageradas incluso en las palmas. Y en casos de Parkinson, la aparición asimétrica de arrugas entre una mano y otra puede servir como señal de disfunción autonómica.
También hay diferencias inexplicadas: las mujeres tardan más que los hombres en arrugarse, y la piel vuelve a su estado original después de unos minutos fuera del agua. Esto podría deberse a que la arruga modifica la forma en la que percibimos el tacto, algo que no resulta agradable para todos. Aunque no afecta la capacidad de diferenciar objetos por el tacto, sí cambia la sensación, y podría interferir con tareas que requieren precisión.
Pasar mucho tiempo en el agua convierte las yemas de los dedos en una superficie arrugada que todos asociamos con baños largos o piscinas. Pero esta transformación no es un simple efecto del agua sobre la piel: es una reacción activa del cuerpo, orquestada por el sistema nervioso, que podría haber tenido una utilidad evolutiva clara.