Los filósofos que ya se imaginaban que Pedro Sánchez no iba a dimitir
El presidente del Gobierno sirve como percha para profundizar en un dilema que ha ocupado a muchos grandes pensadores sobre política y moral: la idea del 'Mal menor'
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Decía Pedro Sánchez hace unos días en la red social X: "No vamos a permitir que la posible corrupción de unos pocos ponga en peligro el buen rumbo de España". Poco después, justificando las medidas adoptadas tras hacerse público el informe de la UCO, afirmaba que "sentimos un enorme respeto por los ciudadanos, por ello no vamos a entregar el Gobierno a la oposición más inútil, tóxica y divisiva de nuestra historia".
Con estas declaraciones, el líder del PSOE coloca los presuntos casos de corrupción que le rodean como un mal menor frente a la posibilidad de que el PP y Vox llegasen al poder tras unas hipotéticas elecciones. No es algo que se le ha ocurrido a él. La teoría del mal menor es un principio filosófico y ético con siglos de historia a sus espaldas, que sostiene que, cuando se enfrentan dos males inevitables, es moralmente aceptable elegir el que cause menos daño. Esta doctrina, que se utiliza comúnmente en contextos políticos, religiosos o éticos para justificar decisiones difíciles, ha sido debatida por grandes pensadores, que han sacado conclusiones de todo tipo.
Sentimos un enorme respeto por los ciudadanos, por ello NO vamos a entregar el Gobierno a la oposición más inútil, tóxica y divisiva de nuestra historia.
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) June 18, 2025
Lamento lo sucedido hoy en el Congreso. Este no es el camino.
Pido respeto y altura política. pic.twitter.com/PQi7CSwslZ
Este concepto, arraigado en la historia del pensamiento, se encuentra, por ejemplo, en antiguos proverbios recopilados por Erasmo y en obras literarias del siglo XII como la Alexandreis de Gautier de Châtillon.
La aplicación de este principio puede encontrarse también en dilemas éticos clásicos como la tabla de Carneades, donde un náufrago se salva a costa de otro, o el dilema del tranvía, que obliga a elegir entre salvar a un número mayor de personas sacrificando a un número menor. Veamos qué dijeron otros grandes pensadores en relación con ello.
Sócrates
Defendía en su pensamiento el griego , considerado el padre de la filosofía occidental, que cometer una injusticia es peor que padecerla. Según el filósofo, la injusticia degrada al agente, rompe la integridad moral del individuo y la polis.
Aunque no formuló explícitamente una teoría del "mal menor", abordó la cuestión del mal y la elección ética en varios de sus diálogos, especialmente en los textos de Platón como Critón, Apología y Gorgias. Sócrates rechaza la idea de cometer un mal, incluso si es para evitar otro mayor. Para él, hacer el mal es siempre injusto y daña el alma, que es el bien más valioso del ser humano. En el Critón, por ejemplo, se niega a huir de la cárcel (aunque eso signifique su muerte) porque hacerlo implicaría quebrantar las leyes y cometer una injusticia, lo cual considera peor que morir.
Desde este punto de vista, Sócrates no aceptaría el principio del mal menor tal como lo entendemos hoy, ya que considera inaceptable elegir un mal, aunque sea menor, si implica actuar injustamente. Su ética es estrictamente idealista y está centrada en la pureza moral del alma, no en las consecuencias prácticas de las acciones.
Además, para él, la corrupción es un daño externo, sí, pero también una degradación interna del carácter político y social; por ello sostenía que había que exigir una reflexión tanto sobre la moralidad del perpetrador como del sistema que lo permite.
Hannah Arendt
La obra de la filósofa Hannah Arendt es quizá la más relevante en el contexto de actualidad en el que nos encontramos, y quizá la pensadora que más ahonda en el concepto de mal menor. Para ella no hay una única causa de la corrupción, sino que se trata de un fenómeno multicausal y un problema sistémico del capitalismo. Las consecuencias de la corrupción para la ciudadanía son, a su parecer, la erosión de la credibilidad y la legitimidad del Estado y el aumento de la desigualdad y la polarización en la sociedad.
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En su obra La responsabilidad personal bajo la dictadura (1964) advirtió sobre el uso "aberrante e ideológico" del concepto de mal menor señalando que la aceptación de este fue conscientemente utilizada para "adormecer la conciencia moral" durante el período nacionalsocialista.
La justificación de una acción como "mal menor" puede deslizarse de una necesidad genuina a una justificación ideológica, lo que implica un riesgo de normalizar o incluso escalar el daño. Para el votante, esta perspectiva subraya la necesidad de una cautela extrema y un escrutinio crítico cuando un líder político recurre a este argumento.
Maquiavelo
Nicolás Maquiavelo, en obras como El Príncipe y Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, sí acepta (y en cierto modo justifica) el uso del mal menor, aunque no con ese nombre exacto. Su pensamiento representa un giro radical respecto al idealismo socrático: para Maquiavelo, el objetivo principal del gobernante es conservar el poder y garantizar la estabilidad del Estado, incluso si eso implica actuar de forma inmoral.
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El pensamiento de este filósofo, por tanto, defendía que el mal era algo que necesita existir para que pueda existir un Estado. Bajo su doctrina, los medios inmorales utilizados para fines políticos estaban por encima de la moralidad individual. Pero según esta filosofía, la razón de Estado y la supervivencia política irían por encima de los individuos, aunque esto significara inmoralidad. Había, según él, que aceptar el mal como parte de la organización estatal.
Montesquieu
Montesquieu aborda en El espíritu de las leyes ideas que se relacionan estrechamente con el principio del mal menor, sobre todo al analizar la corrupción y el diseño institucional. Considera que todos los gobiernos tienden a corromperse, pero defiende que la clave está en limitar el daño mediante la separación de poderes. Para él, permitir ciertas imperfecciones en el sistema (males menores como ineficiencias o desigualdades) es aceptable si con ello se evita un mal mayor: la concentración absoluta del poder y la tiranía. Esta lógica se expresa en su célebre idea de que "el poder debe frenar al poder", justificando la existencia de contrapesos incluso si eso implica aceptar conflictos o defectos parciales en el funcionamiento del Estado.
También, de acuerdo a sus teorías, vincula la corrupción con la decadencia de los gobiernos, pero entiende que no toda corrupción puede eliminarse. Por ello, propone un enfoque pragmático: las leyes deben adaptarse a la naturaleza humana, no pretender transformarla. Desde esta visión, ciertos males menores —como el lujo en una monarquía o la rivalidad entre poderes— pueden ser útiles si preservan el equilibrio político. Así, Montesquieu anticipa una forma moderada del principio del mal menor, entendiendo que tolerar defectos menores es preferible a arriesgar la libertad y caer en el despotismo.
Tocqueville
Para este pensador francés, la corrupción era un defecto íntimamente ligado a la ciudadanía, pues se producía a raíz de una incapacidad para actuar colectivamente en democracia, una especie de tiranía de la mayoría que derivaría en un declive de la vida cívica. Esto derivaría a que la ciudadanía se mostrara apática como tónica general y que se preocupase únicamente por satisfacer sus intereses privados.
La corrupción sería pues resultado de la desafección ciudadana y la falta de participación activa de las personas, que permitiría contrapesar los intereses egoístas, de los ciudadanos y del poder.
El mal menor y la corrupción, ampliamente teorizados
Otros filósofos, como Michael Ignatieff, comparten esta preocupación, insistiendo en que el principio del mal menor solo debería aplicarse como "último recurso", cuando no hay otro método para resolver una emergencia. Advierte, como otros filósofos, sobre el peligro de que se convierta en un "mal mayor" si se desvincula de las condiciones que lo justifican, es decir, una amenaza real e inmediata.
Las perspectivas más actuales refuerzan la visión de la corrupción como un problema sistémico que erosiona la legitimidad y funcionalidad del Estado. Para el votante, esto significa que la elección no es solo sobre la moralidad de individuos, sino sobre la salud del sistema político en su conjunto.
Decía Pedro Sánchez hace unos días en la red social X: "No vamos a permitir que la posible corrupción de unos pocos ponga en peligro el buen rumbo de España". Poco después, justificando las medidas adoptadas tras hacerse público el informe de la UCO, afirmaba que "sentimos un enorme respeto por los ciudadanos, por ello no vamos a entregar el Gobierno a la oposición más inútil, tóxica y divisiva de nuestra historia".