¿Ser desorganizado te hace menos inteligente? Esto es lo que revela la psicología
Lo que a simple vista parece un defecto podría esconder una forma diferente —y válida— de ver el mundo
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Durante años se ha tendido a ver el desorden como algo negativo, una señal de dejadez o falta de madurez. Sin embargo, desde la psicología se plantea un enfoque distinto, más comprensivo y matizado. La psicóloga Olga Albaladejo ha contado en 'Cuídate Plus' explica que, en algunos casos, ser desorganizado es una forma de rechazar estructuras impuestas. Es decir, no siempre responde a la apatía, sino a una decisión personal. En muchas ocasiones, va ligado a una mente creativa o a un estilo de vida no convencional.
Cada desorden tiene su porqué
No existe un único perfil de persona desorganizada. Según Albaladejo, algunas lo son porque viven a un ritmo acelerado y dejan el orden en segundo plano. Otras, porque necesitan ese aparente caos para fluir mentalmente. También están quienes procrastinan o quienes tienen un tipo de pensamiento diferente, como ocurre en casos de neurodivergencia. Todas estas formas de vivir el orden son válidas. Entenderlas permite ver más allá de los prejuicios y evitar valoraciones injustas.
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El desorden como una señal, no como un fallo
Aunque convivir con cierto desorden no tiene por qué ser un problema, puede convertirse en una fuente de estrés. Para afrontarlo, el sitio especializado Sortifyd recomienda empezar por metas asumibles. Ordenar un solo rincón, por ejemplo, puede generar una sensación de avance sin agobios. Establecer lugares fijos para los objetos esenciales o aplicar la norma del “uno entra, uno sale” son prácticas útiles. No se trata de cambiar de golpe, sino de incorporar rutinas sostenibles.
A menudo se interpreta el caos exterior como una falta interna, pero no siempre es así. Para la psicología, el desorden puede revelar una manera de pensar o una emoción no resuelta. Por eso, antes de corregir o etiquetar a alguien como desorganizado, conviene preguntarse qué historia hay detrás. Tal vez, en lugar de un problema, estemos ante una expresión legítima de cómo esa persona se relaciona con el mundo.
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