Es noticia
Cómo invadir China sin despeinarse: el ambicioso plan de Felipe II que pudo cambiar la historia
  1. Alma, Corazón, Vida
El imperio occidental contra China

Cómo invadir China sin despeinarse: el ambicioso plan de Felipe II que pudo cambiar la historia

Un imperio en expansión, un jesuita con un plan audaz y una flota dispuesta a conquistar lo imposible. Una invasión soñada que se desmoronó antes de zarpar

Foto: Una mañana de primavera en el palacio Han, por Qiu Ying (1494–1552).
Una mañana de primavera en el palacio Han, por Qiu Ying (1494–1552).

Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible; los políticos por hacer imposible lo posible.

Bertrand Russell.

Era el verano de 1588. Un enjuto jesuita, políglota y astrónomo, con el precario calzado que dan los votos de pobreza y un andar pausado, se plantaba ante el rey en su retiro de verano en El Escorial. Un proyecto descomunal, increíble, casi imposible, albergaba entre pecho y brazo la descomunal ambición de un imperio en su infinita expansión. Un proyecto que pudo haber cambiado la historia de la humanidad. El monarca de la Casa de Austria había fundido accidentalmente dos imperios en uno. Portugal, con su grandeza marítima y sus pequeños emporios mercantiles dispersos por toda Asia y África, se había unido a la Corona Española. Aquel extraordinario matrimonio de intereses conjuntos prosperó y fuimos un poderoso imperio en el que, ciertamente, no se ponía el sol.

Esta unidad, no solo geográfica, fue breve pero fértil en logros. Esto acontecía a caballo de los siglos XVI y XVII (1580 y 1640). El principio Aeque principaliter, gestión política que implicaba las peculiaridades administrativas de los reinos bajo el mandato del mismo rey, permitía a la Casa de Austria gobernar de manera descentralizada aquellos vastos territorios que ni antes ni después han tenido réplica en la historia. Esta empresa conjunta en política exterior fue un éxito incomparable de nuestra alianza con los hermanos portugueses. Tras la exitosa colonización de Nueva España (México), el mundo parecía no tener límites para las armas españolas. Hernán Cortés, con la ayuda de los tlaxcaltecas, totonacas y chichimecas, entró en aquella lejana guerra civil y arrasó a los aztecas. Embridado el asunto de la conquista en aquellos territorios de ultramar, con el refuerzo de nuestros hermanos portugueses, surgió la idea de conquistar el Imperio Ming.

Los informes previos a la conquista no eran en absoluto imprecisos. La viabilidad tanto financiera como técnica estaba al alcance

Enormes territorios y riquezas exóticas estaban en el punto de mira de Felipe II. El monarca encomendó tareas conjuntas de espionaje masivo a partir de la plataforma de Filipinas y las islas de las Especias. Militares, marinos, religiosos y nativos recopilaban información constante para planificar la tan ansiada invasión. España valoraba el gran potencial de riqueza que encerraba aquel ignoto imperio oriental: especias, piedras preciosas, jade, seda, una ruta uniforme y plagada de exóticos pueblos vasallos (la Ruta de la Seda), y la posibilidad de convertir a aquellos descarriados a la religión cristiana. No hay que olvidar que los depredadores británicos y holandeses estaban al acecho.

Todo a favor

El nombre de China evocaba el de un paso gigantesco en el control de la economía mundial. El prestigio de su conquista elevaría al olimpo a quien se atreviera a ello. Comenzó a considerarse seriamente el asalto a la capital de Oriente. Juan de la Isla es llamado a capítulo por el rey para activar este increíble reto. Los informes previos a la conquista de aquel reino lejano no eran en absoluto imprecisos. La viabilidad tanto financiera como técnica estaba al alcance. Además, había un factor importante que operaba a favor del proyecto de la Corona española: filipinos, vietnamitas, japoneses, tibetanos y otras minorías operarían como apoyo y soporte ante la invasión; estos pueblos estaban cansados de ser vapuleados por los grandes orientales.

Foto: Cuadro de 'Asalto al coche', de Francisco de Goya.

El primer experimento (al estilo portugués) fue abrir un pequeño emporio en la provincia de Fujian. Algo más al sur, los portugueses tenían sus pequeños y productivos emporios de Macao y Hong Kong, y una pequeña misión comercial en Nagasaki. Ello dio pie para proceder con los usos portugueses y evitar profundizar tierra adentro, alejados de la logística fácil. Los Ming, o los chinos, muy celosos de su territorialidad, entendieron que los europeos no tenían buenas intenciones e hicieron la vida imposible a estos. Los jesuitas, promotores intelectuales de la misión, crearon un debate interno importante sobre los beneficios y perjuicios de una invasión violenta para promover la evangelización del “Dios verdadero”. Los militares, muy contentos ellos con la alternativa de arrasar a aquellos orientales de ojos conspicuos, querían solucionar aquellas frívolas dudas a la voz de ya.

Pero mientras estas cosas ocurren, otros acontecimientos empiezan a frenar el ímpetu previo de la magna obra de conquista. Uno de los mejores marinos de nuestro país, el vasco López de Legazpi, de forma imprevista, se iría a la eternidad. Entretanto, el inspirador de aquella campaña, Alonso Sánchez, de procedencia jesuita, entregaba un elaborado informe confidencial al monarca español. Los jesuitas se oponían frontalmente a una violenta intervención, pues se suponía que los uniformados no iban a jugar a las canicas. Por aquel entonces, los Ming habían hecho una oferta acorde con el espíritu de los de la sotana, tal que conceder una explotación mixta en la zona de influencia de Macao.

Los jesuitas querían promover la construcción de iglesias, monasterios, universidades, hospitales y un mestizaje entre autóctonos y foráneos

La política diplomática de los jesuitas, una forma de erosión tranquila y convergente con la cultura local, no dio sus frutos por la presión del estamento militar y la urgencia de medallas. El plan del jesuita Alonso Sánchez, de brillante elaboración, fue solapado con el más inmediato que prometían los militares de aquel entonces. El plan en cuestión requería la intervención de una armada hispano-lusa de 12.000 soldados con una cantidad idéntica de auxiliares japoneses y filipinos. Los jesuitas, rendidos ante la proyección militar y el cariz que tomaba el asunto, querían promover la construcción de iglesias, monasterios, universidades, hospitales y un mestizaje entre autóctonos y foráneos. Esta “conurbación” de la filosofía jesuita, siempre adelantada a su tiempo, y la más rigurosa por actual doctrina de hechos consumados de la milicia, se solaparon en aquel gigantesco proyecto. El plan habría sido, de llevarse a cabo, un paso definitivo para las ambiciones del Imperio español. Pero...

Foto: La sórdida red de espías de Felipe II.

El año 1588 fue, por otras razones, un año aciago en el que los elementos devastaron la más formidable flota que vieron los tiempos. El desastre acontecido a la Armada española en su lucha contra los oleajes del Mar del Norte y su circunvalación por el norte de las Hébridas, Escocia e Irlanda, la pérdida de cerca de un 20 % de sus naves (los ingleses solo hundieron cuatro embarcaciones en el estrecho del Canal de la Mancha) y la desmoralización de perder sin luchar dieron al traste, como un efecto mariposa, con la delirante invasión de China. Aquel desastre, el de la Felicísima Armada, acabó de forma expeditiva con el proyecto oriental. Algo más tarde, con Felipe III hubo un atisbo de meterle mano al asunto; pero perdió demasiado el tiempo tentándose las ropas.

Los científicos se esfuerzan por hacer posible lo imposible; los políticos por hacer imposible lo posible.

Historia de España
El redactor recomienda