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La época romántica del bandolerismo: cuando los forajidos se convirtieron en ídolos del pueblo
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El pasado se asoma invertido

La época romántica del bandolerismo: cuando los forajidos se convirtieron en ídolos del pueblo

Durante siglos, figuras como El Tempranillo o Luis Candelas protagonizaron hazañas que desafiaron al poder. Sus vidas, entre la leyenda y el crimen, aún fascinan al imaginario popular español

Foto: Cuadro de 'Asalto al coche', de Francisco de Goya.
Cuadro de 'Asalto al coche', de Francisco de Goya.

“Si quieres controlar a un pueblo, crea un enemigo imaginario que parezca más peligroso que tú, y luego preséntate como su salvador”.

Noam Chomsky.

Hay un momento en la Edad Media tardía, ahí, donde los siglos XV y XVI se solapan, en los que los últimos árabes nazaríes o peninsulares afectos al islam, se rinden ante la avasalladora fuerza del empuje cristiano. Es el fin de una larga estancia de casi ocho siglos presidida por un pulso antológico teñido de victorias y derrotas para ambos bandos. También es el comienzo del bandolerismo como práctica organizada. Aunque la expulsión fue llevada a cabo de facto, muchos de los nazaríes se negaron ante la evidencia y, como consecuencia de ello, se echaron al monte. Sumidos en la pobreza y amparados por los dictados del todopoderoso Alá, se cebaron con los lugareños en la zona de las Alpujarras. Esto puede ser el inicio de una larga data de acontecimientos documentados en aquel tramo de la historia de nuestro país.

El bandolerismo, como género literario, ha creado su religión e iconografía y sus “hazañas” han reflejado un relato que ha calado hondo en el imaginario público. La cultura popular llegó a consagrar a muchos de ellos como los paladines del pueblo sometido a los caprichos de los poderosos. Es más que probable que fueran meros criminales con buenas coartadas ideológicas que cabalgaban entre las veladuras de la delincuencia revestida de ideales.

Pero es más tarde, entre los siglos XVIII y XIX, en que su leyenda de atropellos queda aderezada en los corrillos como auténticos héroes populares. Objetivamente, antes de la fundación de la Guardia Civil (1844), los bandoleros patrios circulaban por los caminos de España como Pedro por su casa. El terror desatado por estas bandas convertía los caminos por debajo de Sierra Morena en auténticas trampas en las que la vida y la muerte eran una lotería. Gentes de orígenes humildes se convirtieron, en su mayoría, en personajes legendarios que arrastraban la impronta de la fama, entre hazañas y declives. Todos tenemos en la memoria al que quizás sea el más famoso “caco” de España, José María “El Tempranillo”, que se convirtió en el fugitivo más famoso del país allá por el siglo XIX, un bandolero que era el amo incontestable de los caminos de Córdoba.

placeholder José María 'el Tempranillo' en un dibujo. (Wikimedia Commons)
José María 'el Tempranillo' en un dibujo. (Wikimedia Commons)

Ciertamente, una España decadente y con reyes bastante incompetentes —con honrosas salvedades— primaba un mundo frívolo y distante, muy alejado de las necesidades reales de la inmensa pobreza en la que se vivió aquel tránsito hacia el futuro. Con esos mimbres, la Serranía de Ronda, Sierra Morena y zonas dispersas en el Maestrazgo ofrecían amparo y complicidad a aquellos descarriados de la llamada normalidad. Zonas de complejidad orográfica potente dificultaban la labor de las autoridades.

Con quince añitos, José María 'el Tempranillo' le abrió en canal a un sujeto que pretendía a su amada

Los casos de “El Pernales” o de “El Tempranillo” son de traca. Por donde pasaban no crecía la hierba. No solamente evitaban la acción policial de pequeños destacamentos del ejército, sino que obligaban a los terratenientes a pagar un impuesto para dejarlos en paz. En el caso de Curro Jiménez, quizás el más mediático, tras cometer una serie de asesinatos y arrasar su zona de influencia —que no era poca—, pues se desplazaba constantemente y evitaba patrones de conducta, iba por las zonas montañosas de Andalucía por las que medraba sin ser molestado, hasta que le echó el guante un oficial del ejército, más tarde inserto en la futura Guardia Civil.

Alzados a la categoría de héroes

Así como los nobles castellanos utilizaban a los bandoleros para amedrentar a sus labriegos y ganaderos en los siglos previos al XV e incrementar sus ganancias vía coerción, en Aragón, ya en la época barroca, los nobles los usaban para recaudar diezmos. Pero todo cambia con la llegada del Romanticismo y muta en iconos e ídolos a estos elementos, la inmensa mayoría sin escrúpulo alguno y, además, alzados a la categoría de héroes. Quizás este espaldarazo de la población a estos insurrectos contra el sistema hiciera crecer el apoyo popular y prolongar su existencia.

Su salida de prisión fue apoteósica. Todos y todas querían tocar al caco más famoso del país

El caso de Luis Candelas tiene su aquel. De ese núcleo de bandoleros de corte romántico, jamás se manchó las manos de sangre. Era un caradura de tomo y lomo y más chulo que un ocho; era “gato” lógicamente, esto es, madrileño de pura cepa y de Lavapiés. Personaje tranquilo y nada violento, encarnaba la quintaesencia de los sublevados contra los pudientes a base de “recaudar” en hurtos de buen botín dividendos, los cuales descargaba a los pudientes en beneficio de los de alpargata. Este maestro del disfraz, nacido en 1804, culto, refinado y de excelente educación formal, retoño de una pareja de carpintero y ebanista, era un chaval de buen porte y agraciado. Don Juan empedernido, perseguía a las féminas por tierra, mar y aire. Era un seductor nato y le gustaban las mujeres con estilo. Un buen día se coló en una fiesta de alta sociedad y, literalmente, en un acto exacerbado de pasión —o un ataque de enajenación mental transitoria— raptó a una criatura celestial y se la llevó a uno de sus múltiples escondites. El padre de la ¿agraviada?, despechado, lo denunció por un hurto inexistente y, por las mismas, lo puso a la sombra por seis añitos.

Un maestro de la levitación

Su salida de prisión fue apoteósica. Todos y todas querían tocar al caco más famoso del país. Hay que recordar que el famoso político Salustiano Olózaga era amigo entrañable del chorizo; de hecho, Candelas le ayudó a escapar de prisión en una ocasión. Lamentablemente, su osadía le condujo, en un mal paso, a desnudar al embajador de Francia de sus efectos y este lance condujo al culterano masón al garrote vil. Cosas que pasan. Pero quizás sea José María “El Tempranillo” el bandolero de relumbrón por su osadía en sus actos. A temprana edad, con quince añitos, le abrió en canal a un sujeto que pretendía a su amada. Por las mismas, salió escopetado del pueblo en el que aconteció el suceso y de ahí a sumarse a la partida de los 7 Niños de Écija fue todo uno. Analfabeto e hijo de jornaleros, no tenía más cultura que la de tomar las cosas por la fuerza, aún a costa de una vida corta. ¿Su especialidad? Era un maestro de la levitación. Cualquier carruaje del rey con los impuestos regios a la depauperada población de aquellos lares era sujeto de volatilización.

Foto: Detalle del retrato de Álava, Museo de Bellas Artes de Álava.

Todo hay que decirlo: dejaba al cinematográfico Robin Hood a la altura del betún. Era esclavo de la compasión y repartía las incautaciones entre su cuadrilla de 50 bandidos, que se dice pronto. Galán de estilo impecable, era capaz de bajar en brazos a las mujeres que iban en las diligencias para que sus zapatos no sufrieran la agresión del medio. Luego les contaba una buena milonga mientras las despojaba de sus haberes.

La odisea de este bandolero da para una enciclopedia; pero todo tiene un final. Con cerca de treinta años, un chivato de los migueletes, con objeto de hacerse con la recompensa, le descerrajó una andanada de trabuco en una pérfida emboscada. España, un país muy curioso donde el antiguo bandolero romántico y trabucaire que sacudía los bolsillos de los señoritos y potentados ha derivado en una saga de ingeniería inversa.

“Si quieres controlar a un pueblo, crea un enemigo imaginario que parezca más peligroso que tú, y luego preséntate como su salvador”.

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