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Se combatió como si no hubiera un mañana: la historia de Los Araucos y su bravura
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Se combatió como si no hubiera un mañana: la historia de Los Araucos y su bravura

Fue una guerra sórdida, como cualquier otra, entre unos europeos barbudos y unas gentes panteístas que vivían tranquilamente entre bosques y lagos en un lugar paradisíaco

Foto: Pedro de Valdivia en un retrato de 1854 por Federico Madrazo
Pedro de Valdivia en un retrato de 1854 por Federico Madrazo

Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo.

Albert Camus.

Se habla de la guerra de los Cien Años como si fuera una meritoria extensión del horror humano, un trágico récord de caída libre en oscuros abismos, pero ha habido otras muchas y más largas. Durante el periodo de expansión accidental –pues en origen se iba a Japón e India–, en el sur del sur de América, se libró una larguísima sucesión de batallas en una antológica guerra de desgaste. Fue una guerra sórdida, como cualquier otra, entre unos europeos barbudos y unas gentes panteístas que vivían tranquilamente entre bosques y lagos en un lugar paradisíaco en las estribaciones de la cordillera andina, la más larga del mundo.

La Corona española se enfrentaba a un adversario correoso, escurridizo y altamente motivado.

En el agreste sur de los Andes, habitaban, a ambos lados de esta milenaria mole pétrea, unos pueblos hermanados en identidad, pero con líderes diferenciados. Eran los mapuches, gentes fornidas, fibrosas, con una enorme capacidad de sacrificio y una adaptación digna de encomio ante unas tierras gélidas y de vientos inusuales y constantes, que no daban cuartel a lo humano.

placeholder Batalla entre mapuches y españoles
Batalla entre mapuches y españoles

Los españoles entablaron, a través de iniciales escaramuzas, contacto con el pueblo mapuche, probablemente el grupo indígena más prolijo en aquellas áreas y en aquel tiempo. En los años siguientes, mientras los peninsulares construían fortificaciones en territorio mapuche, en un despiste colosal tomarían conciencia de haber tropezado con un enemigo correoso y osado.

Hacia 1553, durante el verano austral, los españoles sufrirían una dolorosa emboscada que los diezmó de forma devastadora. Con una impecable coordinación, cerca de cuatro millares de mapuches cogieron desprevenidos a los defensores de la más grande y sólida guarnición, llamada Tucapel, matando al gobernador Pedro de Valdivia y expulsando a los españoles, que se verían obligados, ante la potente ofensiva, a abandonar una docena de asentamientos aparentemente ya consolidados. Asentamientos en territorio mapuche, excepto uno que quedó al norte de La Araucanía, que, por su simpleza estratégica, estaba en un promontorio rodeado de una enorme cascada y un lago, entre escarpadas sierras y verdes valles fluviales; como testimonio de una guerra sinfín, sobreviviría a los embates de aquellas gentes enfurecidas.

Cinco años, cinco, pasarían hasta recibir los refuerzos venidos de Perú.

Foto: A las afueras del castillo de San Felipe de Barajas, estatua de Blas de Lezo (iStock)
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Lautaro, cabecilla de la revuelta mapuche y ex prisionero de los españoles, lideró una marcha hasta Santiago, a la sazón la capital de la gobernanza local. En la capital, los españoles intramuros, ya advertidos de la amenaza, estaban preparados para el ataque mapuche; esto supuso, dentro del susto, una parada técnica para seguir combatiendo. Pero fue solamente un ligero descanso antes del comienzo de la larguísima y centenaria Guerra de Arauco. Cien años más tarde, tras arduas negociaciones, se delimitó una frontera formal y el consiguiente reconocimiento oficial de pueblo libre; una situación jurídica que jamás en la historia del descubrimiento de aquellas tierras ningún colectivo indígena recibiría de la Corona española.

Mientras los pueblos mesoamericanos –mexicas, mayas tardíos y otros menores–, y más avanzada la conquista, el sofisticado pueblo inca, fueron paulatinamente derrotados por la superioridad tecnológica por un lado y por el entrenamiento de sus soldados, en el continente sudamericano los araucas o mapuches exigieron un enorme esfuerzo a la Corona, que, sin duda, supuso derrotas y victorias para ambos bandos. Cuando llegaron los refuerzos desde Perú, el escenario dio un vuelco definitivo.

El tratado de paz definitivo, o lo que es lo mismo, la historia de los parlamentos, negociaciones y acuerdos promulgados entre las dos partes en conflicto, los llamados Acuerdos de Quilín en 1641, demuestran cómo una historia de resistencia puede sorprender hasta a los más avezados profesionales de lo militar. Fue, en todo caso, lo que ahora se llama una guerra asimétrica. Pocos y bien organizados, con la clara voluntad de vencer antes o después a cualquier precio. Un difícil combate...

Foto: Manuel de Montiano

La capacidad de los indígenas en los acuerdos logrados desborda las potencialidades expresadas en cualquier negociación que se precie, con las iniciales posturas de fuerza evidentes como partida de acuerdos previos. La tradicional superioridad europea en campos como armamento, táctica y estrategias se vio desdibujada ante la presunta pasividad de la entrega sin lucha –en muchas ocasiones– de los indígenas. Pero, a veces, la realidad es áspera y sorprendente.

El autor de La Araucana –poema épico consistente en 37 cantos–, el poeta y militar Alonso de Ercilla y Zúñiga, políglota de clara vocación renacentista, dibujó un relato de la conquista de lo que hoy es Chile. En cueros vueltos, el envés de cortezas de árboles autóctonos y trozos sobrantes de papeles de toda índole en los que documentó aquella epopeya –pues no puede ser llamada de otra manera–, elaboró las fases del conflicto con un canto a las partes contendientes: no había buenos, no había malos...

La Guerra de Arauco fue un enorme quebradero de cabeza para la Corona y el Virreinato del Perú en particular, que se vio sacudido ante la sorpresa de la rápida adaptación del adversario mapuche, que tenía tomada la medida a los españoles. La boscosa zona sur de Chile y aquel escabroso terreno apoyaron las técnicas guerrilleras de los araucas; por añadidura, el alto coste financiero de la “contrainsurgencia” y el precio en vidas llegaron a cuestionar la pervivencia de aquel asalto al rincón sur de América. Finalmente, se consiguió, pero, ¿a qué precio?

Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo.

Historia de España