Por qué ya no ves emos por la calle, pero TikTok está lleno de jóvenes llorando
Analizamos el impacto que tuvo esta corriente musical y social en los jóvenes de la década de los 2000 y cuáles son las tendencias y equivalencias actuales, como el 'sadbaiting'
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El 16 de marzo de 2008, en la céntrica Glorieta de los Insurgentes de la Ciudad de México, se produjo una escena que quedaría grabada en las retinas de todo el mundo gracias a la fuerza de Internet. Cientos de jóvenes salieron a la calle convocados a través de redes sociales predecesoras de Instagram o TikTok, en una protesta en principio pacífica, pero que terminó a guantazo limpio. Sí, se trata de la histórica batalla campal entre dos subculturas dentro de la juventud mexicana, los emos y los punks. Lo que terminó convirtiéndose en un meme con el paso de los años (y las décadas), resta importancia a la trascendencia histórica del momento. Vamos a rescatar algunas declaraciones que tomó la prensa a los allí presentes:
-El emo no es una regla de moda, es una cultura de muerte.
-Esta es una manera de rebelarme ante la sociedad y expresar que yo soy libre de hacer lo que quiera con mi cuerpo.
-Hola, no soy emo, soy la mamá de dos emos. No tenemos el derecho, tenemos la obligación de ser nosotros mismos y defender lo que queremos.
Estas tres declaraciones son bastante ilustradoras para entender lo que significó, en líneas generales, la subcultura del emo: obsesión con la muerte y glamurización de la tristeza (estéticamente definida por elementos macabros como calaveras y ropa oscura), una pretensión de transformar el cuerpo individual (adoptando rasgos andróginos para diluir el género biólogico, cuando no llevar a cabo autolesiones visibles en la propia piel) y, por último, la necesidad de ser aceptados tal y como son, es decir, con toda su vulnerabilidad emocional. El motivo de fondo de tanto rechazo por parte del resto de tribus urbanas era haberse apropiado de sus géneros musicales, como el metal o el punk, géneros que llevaban el marchamo de una férrea masculinidad por su agresividad con las distorsiones y rapidez a la hora de tocar.
Cultura de muerte: "Me odio a mí mismo y quiero morir"
Aquí, en España, la sangre no llegó al río; aunque sí que es cierto que la subcultura fue percibida en su eclosión como una moda ridícula o impostada. En redes sociales ya extintas como Fotolog o Tuenti, una ola de miles de adolescentes se lanzaron a publicar contenidos depresivos que glamurizaban la autolesión o el suicidio acompañados de frases de canciones de My Chemical Romance, Bullet for My Valentine o Panic At The Disco!, de ahí que el resto de tribus urbanas forjadas al calor de la música underground entendieron que no solo se trataba de una mera apropiación cultural, sino que había un corpus teórico y práctico basado en una necesidad fervorosa de aceptación a través de la vulnerabilidad emocional y la tristeza. Algo un poco patético al fin y al cabo. Mira qué guay soy por lo mucho que sufro.
"El imaginario juvenil quedó jerarquizado en base a la depresión como capital simbólico"
Han pasado unos cuantos años de aquel movimiento contracultural adolescente. De aquellos barros, estos lodos. Los emos de aquel entonces ahora, en su mayoría, tienen más de treinta años. No obstante, las cicatrices que dejaron (nunca mejor dicho) en el mundo adolescente y en la cultura cibernética del presente son bastante patentes. Si tan obsesionados estaban con el suicidio aquellos jóvenes, podemos intuir que el emo contribuyó de alguna manera a la creciente psicopatologización de la juventud, algo que se ha comprobado a lo largo del tiempo con el aumento de diagnósticos psicológicos como el TDAH o el TLP. ¿Pudo ser esta la respuesta por parte del mundo adulto frente a tanta fetichización de los trastornos depresivos que llevó a cabo lo emo?
Ricardo Fandiño, psicólogo y coordinador general de Aseia (Asociación para a Saúde emocional na Infancia e a Adolescencia), quien tiene una larga experiencia trabajando con jóvenes y adolescentes, cree que el emo fue un hito de expresión juvenil muy importante para el devenir cultural en el que estamos inmersos, en el que el sistema tiende a reconducir esas perturbaciones anímicas propias de la edad para que los jóvenes sean "felices, adaptados y productivos". Pero... ¿en qué momento los chavales entendieron que la tristeza era un elemento subversivo frente al mundo adulto?
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Hay que remontarse a los años 90, a la figura desaliñada y decadente de Kurt Cobain, líder de Nirvana y trágico padre del grunge. Este mesías musical fue el responsable de adueñarse de ciertos elementos de la estética y cultura underground que provenían del hardcore punk para darles un nuevo giro. "La estética grunge enfatizó la vertiente depresiva en tanto signo de 'madurez' y 'profundidad'", escribe Fandiño junto a Oriol Rosell, en un texto apropiadamente titulado Cultura de la depresión en la página web Tácticas de choque. "Paradójicamente, el nuevo ídolo pop renunciaba a la superficialidad y liviandad del pop. A su propia condición de adolescente. Era un inadaptablo sensible y atormentado, suerte de antihéroe existencialista cuya desazón metafísica se canalizaba a través de unas letras teñidas de pesimismo y oscuridad".
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"El icono de aquella generación, Kurt Cobain, puso el explícito título I hate myself and I want to die a una de las últimas canciones que compuso antes de dispararse en la cabeza con una escopeta", recalcan los autores en su texto. Efectivamente, estamos ante el nacimiento de la cultura emo como subcultura juvenil, a pesar de que todavía no había flequillos ni redes sociales. "Después del grunge, el imaginario juvenil quedó jerarquizado en base a la depresión como capital simbólico", argumentan Rosell y Fandiño. "Quien más sufría, quien peor lo pasaba, mayor prestigio adquiría dentro del orden cultural adolescente". Estrellas del pop mainstream de ahora, como Billie Eilish o Lana del Rey, son una perfecta muestra de esa evolución de la tristeza como elemento subversivo propio de la juventud.
Androginia, libertad sexual y autolesiones
El segundo elemento que más definió la cultura emo y, a la par que más rechazo causó en otras culturas y subculturas, fue precisamente la pretensión de querer llevar sus rasgos estéticos impresos en el cuerpo, modificando su forma originaria. Antaño los rockers, los punks y los mods desarrollaron una forma de presentarse a la sociedad basada en una vestimenta y una actitud. Sin embargo, el emo fue más allá, apostando por looks que renunciaban al género biológico, algo que se puede ver, por ejemplo, en la aparición de bandas como Tokio Hotel, cuyos miembros eran difíciles de enmarcar dentro de un género concreto. En este sentido, la cultura queer, por fortuna más aceptada y asentada en el mainstream, debe mucho a estos personajes que en su día normalizaron el hecho de no saber muy bien si tu ídolo era una chica o un chico.
"Lo que vemos en el emo como novedoso es una exhibición del daño, no como un rasgo de fortaleza, sino de una identidad autodestructiva"
Sí, bien es cierto que en épocas anteriores ya había precedentes de ídolos pop de apariencia andrógina, como David Bowie o Prince (en España imposible olvidarse de Tino Casal). Pero en ningún caso supusieron una alerta tan amenazante para la cultura cisgénero dominante como lo emo. El periódico Daily Mail llegó a lanzar varias alertas en 2008 y 2006 a los padres con artículos literal y llamativamente titulados "EMO cult warning for parents" en los que se decían frases como esta: "A las adolescentes les asusta la masculinidad: les atraen chicos que parecen chicas". Esto, junto con las marcas de autolesiones en los brazos, resultaban un cóctel explosivo para los adultos. A los jóvenes ya no les resultaba transgresor llevar melena y chupa de cuerpo, llevaban su estética impregnada en su propia piel. De hecho, fue en esa época cuando se pusieron muy de moda accesorios corporales estéticos como las dilataciones en las orejas, los piercings o las escarificaciones.
"Hacerse un tatuaje, un piercing o una escarificación es una forma de intentar controlar el propio cuerpo"
"Creo que el esfuerzo por intervenir, modificar y estetizar el propio cuerpo es una característica muy humana que tiene un largo recorrido histórico", afirma Fandiño. "Frente a un cuerpo esencialmente natural un cuerpo humano es, a fin de cuentas, un cuerpo intervenido culturalmente, y por tanto, tecnológicamente. Todo esto es muy habitual en la adolescencia, precisamente por ese proceso de transformación corporal que se da durante la misma. Hay una vivencia de pérdida de control del propio cuerpo. Mi cuerpo está mutando... ¿dónde irá a parar y cómo terminará siendo? Hacerse un tatuaje, un piercing o una escarificación es una forma de intentar controlar el propio cuerpo. Además, se le puede dar una significación, un sentido. Lucir cicatrices como forma de identificarme con la tristeza o la autodestrucción. Lo que vemos en el emo como novedoso es una exhibición del daño, no como un rasgo de fortaleza (como podrían ser cicatrices de batalla), sino de una identidad autodestructiva".
Los emos famosos interpretaban el papel de ser bisexuales por puro espectáculo; mientras tanto, en la calle y en las aulas, estos colectivos seguían siendo discriminados
Por otro lado, volviendo al tema del género y la orientación sexual, hay que reconocer que en aquellos primeros 2000 todavía había mucho por hacer en cuanto a las libertades civiles y sociales del movimiento LGTBQ. España fue uno de los primeros países del mundo en aprobar el matrimonio homosexual justo a mitad de década, en 2005. "El emo surgió como respuesta a la masculinidad del hardcore punk, promoviendo la sensibilidad y estética andrógina", explica la youtuber Verity Ritchie, en un documental en el que explica cómo el emo puso de moda la bisexualidad. Y decimos "poner de moda" porque en realidad la mayoría de los que jugueteaban con cierta ambigüedad sexual en realidad lo hacían desde la impostura, siendo ellos heterosexuales.
Ritchie admite que "aunque el emo permitía a los jóvenes explorar su identidad sexual, los artistas principales eran heterosexuales que utilizaban la estética queer como una estrategia de marketing". Por tanto, "la bisexualidad se presenta como algo transgresor y emocionante, pero solo cuando es utilizada por la industria del espectáculo".
Es decir, las caras visibles que promovían esa orientación sexual estaban mintiendo y actuando a cambio de un puñado de dólares, mientras que los bisexuales anónimos y de a pie que les admiraban acababan siendo rechazados o ridiculizados. Ser emo en un colegio a comienzos de los 2000 suponía sufrir bullying u ostracismo social también por prejuicios relacionados con el género o la orientación sexual, a no ser que, por suerte, te hicieras fuerte juntándote con otros emos. Ritchie concluye que esa "bisexualidad chic" hoy en día es adoptada por otras estrellas de la música mainstream, como Harry Styles o la banda sueca Måneskin, quienes son acusados de queerbaiting por no ser claros con su identidad sexual pero sí apropiarse de sus expresiones y estéticas.
"Está bien llorar" (y da muchos likes)
Casi diez años después de la contienda callejera de emos contra punks, apareció "It's Okay To Cry", un single de la artista SOPHIE que avanzaba su primer disco. Aunque estilísticamente estaba en las antípodas del sonido clásico emo, la melodía y el tono de esta canción perfectamente podría encajar en cualquier discografía de alguno de aquellos grupos. ¿El motivo? Su extrema vulnerabilidad emocional y una justa aceptación de esa identidad queer y bisexual de la que hacían gala espectacularmente los emos. No es casualidad que los pechos de la artista emerjan de la parte inferior de la pantalla, en un acto de reivindicación de la hermosura de los cuerpos no normativos.
Con SOPHIE, junto a otros tantos artistas de género no binario, prosigue esa negación adolescente a los preceptos del mundo adulto, aunque no tan lejos de la cultura depresiva que impregnó los 2000. El sadbaiting es un término que se ha puesto muy de moda de manera reciente para describir a todos esos contenidos en redes sociales como Instagram o TikTok que apelan a provocar una emoción triste en el usuario, a veces de forma irónica o subliminal, y otras de manera muy explícita. Incluso, con gente llorando delante de la cámara, lo que a todas luces resulta incómodo, ya que en el fondo sobresale el motivo de lograr más seguidores (al igual que resultaba incómodo el hecho de cortarse los brazos o las piernas para ser aceptado por otros inadaptados, como sucedía con el emo).
"Los vídeos de personas llorando se vuelven virales porque no encajan en las normas sociales aceptadas". Justo lo que ocurrió con el emo
El sadbaiting es un fenómeno presente hasta en contenidos con tinte ideológico o político, como el vídeo reciente de la artista pop Selena Gómez llorando por los inmigrantes que van a ser deportados tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. De nuevo, las redes sociales se llenan de emociones tristes y el algortimo hace el resto. "Los vídeos de personas llorando se vuelven virales porque no encajan en las normas sociales aceptadas", explica Soma Basu, periodista e investigadora especializada en redes de la Universidad de Tampere, Finlandia, en un artículo de la BBC. "Ver a personas expresar emociones que normalmente solo se sienten en privado ofrece a los espectadores un acceso poco común y preciado a algo de nicho".
Lo "real" es llorar
Precisamente, el diagnóstico que realiza Basu de esta nueva moda en redes sociales es sumamente acertado si lo extrapolamos a lo que ocurrió con los emos. "Este tipo de intimidad digital puede parecer un ejercicio de voyeurismo desde el lado de los espectadores y un exhibicionismo por parte de los creadores, pero el sadbaiting también cumple una función más profunda: expone y comenta aspectos de la sociedad offline. En su apasionada exhibición de emociones, los vídeos exponen la grieta entre los distintos tipos de divisiones, sean de clase, casta, etnia, género o sexualidad".
En definitiva, la finalidad de los contenidos emos o sadbait son muy similares: pueden resultar incómodos debido a esa frivolización y fetichización del malestar psiquíco, pero también sirve para encontrar una comunidad de gente que sufre por las mismas circunstancias que tú o, incluso, por asuntos que no tienen que ver contigo, pero por los que desarrollas algún tipo de empatía o compromiso ético y político. ¿Qué pensarán los fans de Selena Gómez al verla llorar, independientemente de su ideología política? Como mínimo, que el voto importa y afecta a ciertos grupos de personas.
Dentro del sadbaiting, hay una categoría muy concreta de vídeos con tono tristón llamada "core-core". Aunque no está muy extendida en España, el "core-core" describe una serie de vídeos amateurs mal editados en los que existen los dobles sentidos o en los que se realiza una especie de metáfora sobre pensamientos dolorosos. En ellos, se realiza un mix de absolutamente todo: gifs de gatitos, canciones de los años 90, películas y series de culto o videojuegos a los que ya no volviste a jugar. Es una amalgama de tendencias, de ahí su nombre, que ironiza sobre lo densa que se ha vuelto la red, y a la vez lo muy estanca en que se ha convertido por fuerza del algoritmo.
@cateatcabbage2006 sorry for reupload. last time tiktok didn't want to promote this vid #fyp #pinkcoree #babulehov ♬ Where Is My Mind? - Pixies
"Este tipo de 'ediciones caóticas' tienen un atractivo eterno en TikTok, que a menudo está sobrecargado de porquerías", analiza Kieran Press-Reynolds, periodista cultural, en un artículo en su blog No Bells. "El 'core-core' y sus frenéticos estilos tienen una seductora improvisación que no da la sensación de que estén tratando de captar egoístamente tu atención o de abrirse paso entre el ruido digital. Este tipo de estética infantil está proliferando descontroladamente a medida que los creadores de contenido intentan hacerse un espacio en un paisaje digital fracturado". En vez de un rostro que te habla sobre su rutina de skincare, un baile estúpido o un emigrado a otro país que te cuenta las bondades de irte de Erasmus, el 'core-core' no tiene a simple vista ningún objetivo manifiesto, tan solo hacerte pensar, llorar o pasar el rato.
Puede que el 'core-core' no comparta demasiadas cosas con el emo o el sadbaiting, pero lo cierto es que es uno de esos lugares de Internet donde lo que importa no es tanto el contenido (absurdo, infantil o llorica), sino la comunidad que se crea en base a esos contenidos. De ahí que los comentarios estén repletos de miles de personas que exponen un seco "real" para manifestar que han captado el mensaje, como se hacía en los vídeos deprimentes de YouTube en los viejos tiempos. "En el fondo, hay un anhelo de relación, un deseo de conectar con personas a través del vacío infinito de los medios hiperdescentralizados", concluye Press-Reynolds. Eso "real" a lo que se refieren los jóvenes y adolescentes no es otra cosa que el llanto, que tanto antes como ahora, sigue siendo la forma de expresión cibernética que más une a individuos de todo el mundo en su desbocado deseo de mostrar su vulnerabilidad emocional.
El 16 de marzo de 2008, en la céntrica Glorieta de los Insurgentes de la Ciudad de México, se produjo una escena que quedaría grabada en las retinas de todo el mundo gracias a la fuerza de Internet. Cientos de jóvenes salieron a la calle convocados a través de redes sociales predecesoras de Instagram o TikTok, en una protesta en principio pacífica, pero que terminó a guantazo limpio. Sí, se trata de la histórica batalla campal entre dos subculturas dentro de la juventud mexicana, los emos y los punks. Lo que terminó convirtiéndose en un meme con el paso de los años (y las décadas), resta importancia a la trascendencia histórica del momento. Vamos a rescatar algunas declaraciones que tomó la prensa a los allí presentes: