Los dibujos animados son peligrosos, según esta neuroeducadora: "Ningún tiempo frente a pantallas es seguro en menores de 6 años"
Elvira Perejón, maestra y especialista en neuropsicología infantojuvenil, explica las consecuencias de la sobreexposición tecnológica en los más pequeños y sabe cómo reducirlas
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Que los niños pasen mucho tiempo delante de las pantallas no es saludable para ellos. Sin embargo, en 2025 es muy complicado huir de ellas; lo es para los adultos, pero también para los más pequeños.
A menudo vemos cómo personas de nuestro entorno tratan de reducir el tiempo que pasan utilizando el teléfono móvil y lo complicado que les resulta conseguirlo. Puede que incluso seas tú esa persona que lleva ya semanas intentándolo. ¿Qué potestad tienen, entonces, estos padres para impedirle a sus hijos que utilicen la tablet si les están viendo hacer justo lo contrario durante todo el día?
Puede que los padres sean un poquito hipócritas al limitar el tiempo que pasan sus hijos delante de una pantalla, pero, asegura Elvira Perejón, será muy positivo para su neurodesarrollo.
Elvira Perejón es neuroeducadora y especialista en neuropsicología infantojuvenil, maestra de Primaria y de Educación Infantil; además de CEO y cofundadora de Educación Incondicional. A través de Instagram, Elvira conciencia sobre las consecuencias que puede tener para los más pequeños ver determinados dibujos animados o pasar horas delante de una pantalla.
PREGUNTA. ¿Existen algunos dibujos animados más adictivos que otros?
RESPUESTA. Sí, algunos dibujos animados pueden ser más adictivos debido a su estilo y ritmo, más que por su contenido narrativo. Elementos como los cambios rápidos de escena, los colores brillantes, los sonidos intensos y el ritmo acelerado pueden sobreestimular el sistema nervioso infantil y esta sobrecarga sensorial genera una dependencia de estímulos cada vez más intensos, dificultando que los niños disfruten de actividades más pausadas.
Por ejemplo, Cocomelon tiene aproximadamente 35 cambios de plano por minuto, La Patrulla Canina baja a unos 25 (y sigue siendo rápido). Por otro lado, Bob Esponja tiene aproximadamente 35 cambios de plano por minuto (aparte de no ser nada adecuado para el público infantil), mientras que 'Percherón Remix' de La Granja de Zenón llega a 39. En estos casos, el cerebro infantil recibe una cantidad excesiva de estímulos en un corto periodo de tiempo, lo que afecta su capacidad de concentración.
Incluso programas educativos clásicos como Barrio Sésamo han acelerado su ritmo en comparación con las versiones de los años 70, lo que demuestra cómo la industria del entretenimiento infantil ha adaptado su contenido a las nuevas demandas de atención generadas por la tecnología. Cuánto mayor tiempo se pase frente a la pantalla, mejor para estas empresas...
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P. ¿Afecta más a la adicción de los menores estas cuestiones de estilo que la trama en sí misma?
R. Sí, aunque la historia puede generar interés, lo que realmente engancha al niño es la estimulación constante del sistema de recompensa cerebral. Los dibujos animados con un ritmo rápido y cambios de cámara constantes generan una liberación repetida de dopamina, lo que refuerza el deseo de seguir viendo más episodios. Este mismo principio se observa en redes sociales y videojuegos diseñados para mantener la atención durante largos períodos. La saturación sensorial que producen estos programas hace que los niños se acostumbren a un nivel de estimulación difícil de encontrar en actividades del mundo real, lo que puede afectar a su neurodesarrollo, comportamiento y su tolerancia a la frustración.
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P. ¿De verdad es tan peligrosa la exposición de los niños a un contenido frenético?
R. Sí que lo es, debido al impacto que tiene en su desarrollo cerebral y comportamiento. Estos dibujos animados sobreestimulan el sistema nervioso infantil, generando una necesidad constante de estímulos intensos para alcanzar el mismo nivel de placer. Esta sobreestimulación puede llevar a un aumento en la irritabilidad e impulsividad, dificultando el control de impulsos y emociones, ya que la corteza prefrontal, responsable de la autorregulación, aún está en desarrollo.
"Estos efectos son particularmente pronunciados en niños menores de seis años, ya que su cerebro está en pleno desarrollo y sus funciones ejecutivas todavía son inmaduras"
Las consecuencias de esta sobreexposición afectan directamente el rendimiento académico de los niños, ya que reduce su capacidad de concentración en actividades que no ofrecen el mismo nivel de estimulación, como la lectura o las tareas escolares. La atención sostenida se ve comprometida, lo que puede derivar en dificultades para recordar instrucciones, planificar tareas y resolver problemas. Es más, estos efectos son particularmente pronunciados en niños menores de seis años, ya que su cerebro está en pleno desarrollo y sus funciones ejecutivas todavía son inmaduras. Sin embargo, los niños más mayores también pueden experimentar sobrecarga cognitiva si consumen este tipo de contenido de manera frecuente, afectando a su capacidad de planificación, organización y regulación emocional.
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P. ¿Recomendarías otro tipo de contenido o desaconsejarías cualquier cosa que pase por sentar a un niño delante de una pantalla?
R. Lo ideal es reducir al máximo la exposición a las pantallas en la infancia, especialmente en los menores de seis años. Ningún tiempo es seguro frente a las pantallas en menores de 6 años y así por fin también lo ha recogido la Asociación Española de Pediatría el pasado diciembre 2024. No se trata solo de elegir programas más educativos o adecuados, sino de comprender que el cerebro infantil se desarrolla a través de la interacción humana, el juego libre, el movimiento y la exploración del entorno; y cuando los niños ven pantallas en exceso, se limitan las experiencias sensoriales y emocionales que favorecen el desarrollo cerebral. Por tanto, si lo enchufas a una pantalla lo estás desenchufando de la vida real.
P. ¿Lo que sucede con los dibujos animados pasa también con las películas?
R. Sí, aunque los efectos pueden variar según el contenido y la forma en que se expongan. En el caso de las películas, que generalmente presentan una narrativa más pausada, lo que preocupa es el tiempo frente a la pantalla. El uso excesivo de pantallas, ya sea en televisión, tabletas o móviles, se ha relacionado con problemas de atención, dificultades en el desarrollo del lenguaje, alteraciones en la regulación emocional, mayor predisposición a enfermedades cardiovasculares y trastornos del sueño.
P. ¿Por qué crees que en los últimos años los padres utilizan tanto las pantallas para tranquilizar a sus hijos, sirviendo incluso de apoyo cuando estos no quieren comer o no dejan de llorar?
R. Porque su efecto es inmediato y aparentemente efectivo, es lo que se conoce como el chupete emocional. Un niño que está inquieto o llorando suele quedarse en silencio y absorto frente a una pantalla, lo que representa una solución rápida para los adultos en momentos de estrés o cuando necesitan atender otras tareas. Sin embargo, aunque esta estrategia puede funcionar a corto plazo, tiene consecuencias negativas a la larga, ya que impide que el niño desarrolle mecanismos internos de autorregulación emocional. En otras palabras, el niño no aprende a gestionar el aburrimiento, la espera o la tristeza porque siempre tiene una distracción inmediata a su alcance.
"Muchos adultos recurren a las pantallas para que sus hijos coman sin dificultad, pero este hábito genera un desapego del proceso natural de hambre y saciedad"
Este mismo mecanismo se traslada a la alimentación. Muchos adultos recurren a las pantallas para que sus hijos coman sin dificultad, pero este hábito genera un desapego del proceso natural de hambre y saciedad. Un niño que come mientras está distraído por una pantalla no está prestando atención a las señales de su cuerpo, lo que a largo plazo puede generar problemas alimentarios. Comer deja de ser un proceso consciente y se convierte en una acción automática.
P. ¿De qué manera se pueden reemplazar las pantallas en la crianza?
R. Es esencial ofrecer alternativas que sean atractivas y adecuadas a la edad del niño. Los niños necesitan experiencias reales que estimulen su desarrollo cognitivo, emocional y social. Esto implica fomentar el juego libre, la interacción social, la actividad física y la alimentación consciente. Muchas veces, los padres y madres recurren a las pantallas porque funcionan como una solución rápida, pero si se sustituyen por experiencias enriquecedoras, es posible reducir su dependencia sin generar conflicto.
Muchas veces, los niños se acostumbran a comer viendo una pantalla porque se les ha introducido este hábito desde pequeños, pero esto puede revertirse si se implementan estrategias adecuadas. Si los padres o cuidadores utilizan pantallas mientras comen, es más difícil que el niño entienda por qué no debe hacerlo. Por ello, es recomendable establecer hábitos familiares saludables en los que todos los miembros de la familia desconecten de los dispositivos durante la comida.
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P. He leído y escuchado discursos de personas que consideran que negarle el uso de las pantallas a un niño sería negarles de alguna manera la realidad en la que han nacido: un mundo en el que todos vamos pegados a nuestro teléfono móvil, ¿qué opinas de esto?
R. Los niños no necesitan pantallas en la infancia para adaptarse al mundo digital en el que vivirán. Lo que realmente necesitan es desarrollar habilidades fundamentales como la creatividad, la resolución de problemas, la regulación emocional y la interacción social. La tecnología es solo una herramienta dentro de su entorno, no un requisito esencial para su desarrollo temprano. Esto se debe al mal uso que se ha dado del término “nativo digital”. El concepto de "nativos digitales" ha llevado a la falsa creencia de que los niños nacen con una predisposición innata para manejar dispositivos digitales, cuando en realidad su habilidad con la tecnología proviene de la repetición e imitación de los adultos. Su cerebro no está diseñado biológicamente para adaptarse mejor a las pantallas que el de generaciones anteriores, de hecho el cerebro no ha evolucionado tanto en tan pocos años que han parecido los dispositivos tecnológicos en nuestras vidas. En cambio, lo que sí necesita el cerebro en los primeros años de vida son experiencias sensoriales, afectivas y de exploración del mundo real para desarrollarse de manera saludable.
P. ¿Qué consejos darías a los padres que ya han introducido las tablets, móviles, pantallas en general… en sus casas y ahora quieren hacerlas desaparecer de las vidas de sus hijos?
R. La buena noticia es que es posible hacerlo, aunque requiere tiempo, paciencia y diversas estrategias. No se trata de prohibir la tecnología de un día para otro, sino de recuperar el equilibrio y devolver a los niños experiencias más ricas y estimulantes que las pantallas no pueden ofrecer. El primer paso es hablar con los niños y explicarles, de forma sencilla, por qué se quiere hacer este cambio. Otra estrategia clave es establecer momentos y espacios libres de pantallas en casa. También es útil establecer límites de tiempo y horarios específicos para el uso de dispositivos, de manera que no interfieran con el juego, la socialización o el descanso. Para lograr un cambio exitoso, los adultos deben dar el ejemplo. Si los niños ven que los adultos están constantemente con el móvil, será más difícil que acepten reducir su propio tiempo de pantalla.
"Las pantallas no son malas en sí mismas, pero su abuso en edades tempranas puede afectar al desarrollo del cerebro"
En cuanto a las situaciones en las que las pantallas se han convertido en una costumbre, como durante los viajes en coche o las comidas, también hay alternativas. Para los trayectos largos, se pueden usar juegos como "Adivina qué es", "Palabras encadenadas" o escuchar cuentos. En las comidas, se recomienda que toda la familia coma sin pantallas y que la conversación sea parte del momento, haciendo preguntas sobre el día o hablando de los alimentos que están comiendo. Es importante entender que las pantallas no son malas en sí mismas, pero su abuso en edades tempranas puede afectar al desarrollo del cerebro.
P. ¿Crees que una regulación gubernamental sobre el acceso de los menores a las redes sociales es necesaria?
R. Sí, sin embargo, una regulación no es la única solución y debe ir acompañada de educación digital, supervisión parental y la promoción de hábitos saludables en el uso de la tecnología. Y es que las redes sociales están diseñadas para captar la atención y generar un circuito de recompensa en el cerebro, lo que puede llevar a una dependencia digital si no se establecen límites adecuados.
"Numerosos estudios han demostrado que el uso excesivo de redes sociales se asocia con mayores niveles de ansiedad, depresión, baja autoestima e insatisfacción corporal en adolescentes"
Además, el impacto en la salud mental es muy importante. Numerosos estudios han demostrado que el uso excesivo de redes sociales se asocia con mayores niveles de ansiedad, depresión, baja autoestima e insatisfacción corporal en adolescentes. Esto se debe a la comparación constante con imágenes irreales, la presión social y la posible exposición a ciberacoso. Una regulación podría establecer medidas de protección para evitar que los menores estén expuestos a contenidos dañinos y fomentar un uso más saludable de estas plataformas. Otro problema es la facilidad con la que los menores pueden acceder a contenido inapropiado o ser víctimas de dinámicas perjudiciales como la hipersexualización, la normalización de conductas de riesgo y el ciberacoso. Al no tener una madurez emocional completa, pueden no ser capaces de gestionar adecuadamente estas experiencias, lo que hace que sea imprescindible una regulación que proteja su bienestar. Una ley podría establecer límites de tiempo, restringir ciertos tipos de contenido y reforzar la necesidad de un uso más consciente y equilibrado.
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Ahora bien, aunque la regulación es un paso necesario, su aplicación es compleja debido a la naturaleza global de internet, y los menores pueden encontrar formas de eludir las restricciones. También existe el riesgo de que una regulación excesiva sea vista como un intento de censura o limitación de la libertad de expresión. Por eso, la mejor estrategia combina regulación con educación digital. De hecho, algunos países ya han implementado regulaciones para restringir el acceso de los menores a las redes sociales. En España, por ejemplo, se está considerando elevar la edad mínima para abrir una cuenta en redes sociales a los 16 años. En otros países de la Unión Europea, el límite de edad varía entre los 13 y los 16 años. En EE.UU., la ley COPPA protege a los menores de 13 años, requiriendo el consentimiento de los padres para el registro en plataformas digitales, y en Australia se ha aprobado una ley que prohíbe el acceso a redes sociales a menores de 16 años.
Que los niños pasen mucho tiempo delante de las pantallas no es saludable para ellos. Sin embargo, en 2025 es muy complicado huir de ellas; lo es para los adultos, pero también para los más pequeños.