Elcano y los últimos héroes: la historia de la docena y media que desafió lo imposible
Dichos miembros de la expedición regresaron exhaustos tras una odisea marítima que desveló la redondez de la Tierra, enfrentando hambre, escorbuto y persecuciones, en el viaje más épico jamás realizado
Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.
Albert Camus.
Durante la travesía de vuelta desde las Molucas, la nao Victoria, una excelente y marinera embarcación gobernada con pinzote y vela cuadrada, muy apropiada para aprovechar los vientos portantes, tuvo una odisea heroica u homérica. Una tripulación de una treintena de hombres, de ellos media docena de asiáticos, no hacía otra cosa que achicar el agua embarcada en la sentina las 24 horas del día durante más de tres meses. La condena a muerte pendía como una espada de Damocles sobre aquellos supervivientes. Los portugueses iban tras ellos al llegarles noticias de los tejemanejes de Magallanes y su tropa en el área lusa de influencia. Magallanes había dejado de ser portugués al naturalizarse español tras ser rechazado por la corte portuguesa por sus ínfulas de soñador.
Tras la terrible muerte de Magallanes a manos de Lapu-Lapu y su tropa de nativos cabreados; él, que era jefe de expedición, que había reconducido dos motines con saludables soluciones, hombre bragado en el mar; tras aplicarles un correctivo a los chorizos de Lapu-Lapu (se acercaban a la nao del marino a levantarle sus efectos con un descaro monumental), moriría en un feroz cuerpo a cuerpo contra millar y medio de aborígenes enfrentados a tan solo setenta españoles allá, en una playa perdida del Índico, en latitudes desconocidas.
Se puede decir que, a partir de la caída del enorme marino nacido luso, la huida en medio de la nada oceánica se torna épica. El escorbuto, el hambre, la sed, la ingesta de agua podrida, el miedo atroz a un hundimiento en aquellas procelosas aguas del Índico con colosales olas y huérfanos de cualquier asistencia, con el aliento de los portugueses en el cogote, sin un patente Dios protector; aquello era el acabose diario... Hasta que llegaron a Cabo Verde tras bordear el Cabo de Buena Esperanza.
En Cabo Verde habían descubierto que la tierra era redonda, así, como suena. Eratóstenes y la sombra de sus estacas tras casi dos milenios eran creíbles
Era el tiempo de Carlos I. Todavía no se había producido la tan ansiada Unión Ibérica que cuajaría con Felipe II. Los portugueses, alucinados al ver a aquellos espectros vivientes, los asistieron. Agua dulce impoluta, salazones, galletas de pan, verduras frescas, víveres de sobra para llegar a la península, 150 gallinas... Pero, algún lenguaraz de la marinería de Elcano, quizás sobrado de morapio, dijo algo que no debía decir. Cuando el capitán vasco vio que los soldados portugueses se acercaban temerariamente a la nao Victoria, lo entendió todo. Con todo el trapo echado, aquellos exiguos marinos; cadavéricos, cetrinos por el castigo solar y la sal marina de los rociones, castigados por las secuelas de una aventura gigantesca; se dirigían al noreste, a la salvación o a la rendición; estaban agotados. Los cadáveres de los interfectos que iban cayendo ante la terrible realidad eran envueltos en mallas y tirados por la borda. Todas las semanas caían uno o dos.
Una expedición histórica
En Cabo Verde habían descubierto que la tierra era redonda, así, como suena. Eratóstenes y la sombra de sus estacas tras casi dos milenios eran creíbles. El principio de razón suficiente u ontológico había cumplido sobradamente. Elcano y su lánguido equipo rubricaban una parte de la gesta con una constatación extraordinaria. Lo que era, es, y lo que es, será. Los portugueses vivían en el jueves, los marinos españoles en el miércoles. Antón de Pigafetta, notable notario de la bitácora de a bordo, había registrado el día correcto. Sí, el día correcto. Pero... los marinos españoles habían navegado contra la razón sin saberlo.
El 6 de septiembre del año 1522 (habían salido de Sevilla el día diez de agosto del año 1519), llegaron a Sanlúcar de Barrameda 18 hombres exhaustos. Eran muertos vivientes, agotados, deshechos; pero, con una épica descomunal. Habían dado la vuelta al mundo por primera vez en la historia conocida. Después de 47.270 millas náuticas recorridas, esto es, 85.700 kilómetros, la nao Victoria, con las bodegas llenas de canela, jengibre, azafrán, pimienta y varias salvíficas toneladas de clavo; los 8.000.000 de maravedíes invertidos por Cristóbal de Haro y el emperador daban como resultado que una sola nave, con unas plusvalías del 10.000%, había amortizado el viaje más fascinante de la historia de la humanidad.
Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.
- Cuando al emperador le dio un repente: el gran legado de Carlos V Á. Van den Brule A.
- Un hombre decente entre turbulencias: Alonso de Salazar en los juicios de Logroño Á. Van den Brule A.
- Francis Drake: uno de los personajes más cobardes de la historia Á. Van den Brule A.