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Un hombre decente entre turbulencias: Alonso de Salazar en los juicios de Logroño
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Un hombre decente entre turbulencias: Alonso de Salazar en los juicios de Logroño

La presencia de Alonso de Salazar fue clave en la historia de nuestro país gracias a que cuestionó casi todas las sentencias contra "la brujería local", salvando vidas inocentes

Foto: Ilustración de Alonso de Salazar, realizada por Ricardo Sánchez (Wikimedia)
Ilustración de Alonso de Salazar, realizada por Ricardo Sánchez (Wikimedia)

La Naturaleza es sabia: creó al Homo sapiens porque todo tiene que tener un final.

Axier Salazar.

Ser valiente, osado, ir contra corriente en situaciones de máximo riesgo para la propia integridad; es un deber para aquellos que creen en la justicia a pies juntillas, quizás sean el testimonio necesario de un puñado de idealistas, pocos, pero suficientes para evidenciar que las convicciones bien atemperadas son un mensaje nítido de la propia honestidad. Los más, nos atenemos al relato de Groucho Marx y su “cartera de valores”.

La Inquisición fue un órgano terrible de purificación mental y social, además de un adelantado 1984 de Orwell; pero que duró más de 300 años de nuestra historia. Tal vez por los costes económicos y por las quiebras subsiguientes soportadas por nuestro proyecto de nación, nos habría sido más reconfortante ser protestantes que católicos. A la postre, habríamos sido cristianos, que, en esencia, era lo más importante por los valores propuestos. El relato sobre La Inquisición española no excluye cuestionar la barbarie de los calvinistas o de Enrique VIII e Isabel I, sobre la población católica y la feroz represión vertida sobre este colectivo en Centroeuropa o la antigua Inglaterra.

Hacia 1478, los Reyes Católicos, que Dios los guarde en su gloria si es que esta existe, fundaron el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, conocido como la Inquisición española que, bajo el control de la Corona, encargada esta de mantener la ortodoxia en sus reinos, fue un escalpelo colosal actuando sobre la virtud adecuada de las almas.

Foto: 'Aquelarre' fue una palabra creada por los inquisidores para nombrar a las presuntas reuniones clandestinas. (Francisco de Goya, 1798)

Hacia 1808, el Santo Oficio (qué macabra definición) o la Inquisición española, sería suprimida por Napoleón con los decretos de Chamartín, de aplicación rigurosa en la España de los afrancesados o ilustrados. En la España restante o “patriota”, la abolición de esta infausta institución, se produciría años después dispensada por las Cortes de Cádiz tal que un 28 de febrero de 1813. Un gran día para la humanidad.

En ese entreacto, aconteció que, en el norte de España, según la Iglesia de Roma, se estaba subvirtiendo el orden moral. Nada nuevo bajo el sol, sol que no alumbraba nunca los sótanos de aquella rancia iglesia con más cicatrices que Al Capone.

La represión se cebaba sobre todo en aquellos que no eran practicantes habituales de los ritos al uso, de las mujeres que se iban a recoger setas y no volvían a casa puntualmente

Aconteció que, en aquel tiempo gris, la pesada losa de la religión perseguía a los levantiscos de manera implacable. La represión se cebaba sobre todo en aquellos que no eran practicantes habituales de los ritos al uso, de las mujeres que se iban a recoger setas y no volvían a casa puntualmente o que no volvían porque estaban en un monumental Aquelarre haciendo sus cosillas; sobre los paganos (en el País Vasco había una ancestral tradición animista y panteísta con sus rituales de paso y fiestas que podrían rozar el paganismo desde una visión restrictiva como era la de la iglesia de aquel momento). En definitiva, aquellos que buscaban escenarios más hedónicos o que se daban a la fuga un día de oficio; eran altamente sospechosos.

Por ello, se daría en Logroño uno de los juicios más sonados de esta oscura institución a modo de escarmiento o aviso a navegantes. El Santo Oficio, una nota lúgubre en medio de gente necesitada de consuelo, no obedecía a razones.

Giro de los acontecimientos

Pero la mañana en que se iban a producir las ejecuciones de aquella enorme cantidad de mujeres y hombres, ocurrió algo inusual. Deberíamos partir de la base del concepto griego de herejía. La raíz primigenia, la de la voz griega antigua “herétikos", esto es, los que piensan libremente, eran legión en el norte de Navarra y Guipúzcoa en el temprano siglo XVII. El Santo Oficio, un compás lúgubre y bien enhebrado, se había aposentado sobre las costumbres locales con la sola idea de reconducir a las ovejas descarriadas en dirección a la verdad. El País Vasco era campo abonado para este menester.

Y llegó la barbarie. Linchamientos, piras improvisadas, delaciones bajo presiones de todo tipo, acusaciones sin fundamento, agravios antiguos, temas de lindes eran lo más habitual; pero en la tramoya. La epidemia de acusaciones iba 'in crescendo' y comenzaba a tomar un cariz dantesco. La violencia contaminaba la convivencia hasta convertir aquella alfombra verde del norte en un escenario irreal. Una atmosfera de terror se había instalado en los valles del Baztán y Roncal. Juan del Valle Alvarado y Alonso Becerra, eran dos exaltados y crueles tonsurados que habían abierto una causa general en un escalofriante proceso contra la brujería local. Cerca de 5.000 infelices habían pasado por las más variopintas herramientas del dolor que la imaginación humana haya concebido.

Alonso de Salazar cuestionó la casi totalidad de las sentencias, impresionado por la falta de garantías que afectaban los juicios por brujería. En aquel ambiente de histeria colectiva, surgió el único atisbo de justicia. El clérigo castellano se enfrentaría a los otros dos tonsurados centrándose en argumentos jurídicos, cuestionando la veracidad de las poco consistentes acusaciones sin fundamento basadas en fantasías de Perogrullo. El ambiente festivo y experiencial de las brujas y “casheros”, en muchas ocasiones aderezados de setas psicotrópicas, tan abundantes en los bosques locales, confería escenarios irreales en los que se sucedían situaciones incompatibles con la realidad. Hasta ahí bien.

De no ser por la intervención de este hombre justo, aquello se habría convertido en temprano Apocalipsis

Era el año 1610 y once desgraciados serían quemados en hogueras ante una muchedumbre enardecida (“si las barbas de tu vecino ves quemar ...”) en una festiva algarabía. Las autoinculpaciones del conjunto de condenados habían sido obtenidas, bajo brutales sesiones de tortura, y aberraciones asentadas en la "legalidad". Alonso de Salazar llegó a tiempo para que aquello no se convirtiera en un Ragnarök para mayor gloria de los de sotana. De no ser por la intervención de este hombre justo, aquello se habría convertido en temprano Apocalipsis. Las actas posteriores dan fe de la crueldad del proceso y del sadismo que emanaban aquellas gentes de Dios. Lo que está claro es que no representaban el mensaje de Cristo.

Por fortuna para los miles de acusados, la cordura de Salazar con las argumentaciones enviadas al Consejo General del Santo Oficio acabaría con aquel despropósito. En Madrid en 1614 se decretó la suspensión del proceso. De esta manera, Salazar consiguió que un silencio benefactor cayera sobre aquella triste historia y el horror se disipó. Alonso de Salazar tuvo la osadía de imponerse a una forma de pensamiento lúgubre y sin ventanas, por ello, la humanidad le debe un sitial entre los grandes.

La Naturaleza es sabia: creó al Homo sapiens porque todo tiene que tener un final.

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