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Aquellos bellos tiempos en los que una España naciente se entendía: la batalla de Simancas
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LA CONSOLIDACIÓN DEL PODER CRISTIANO

Aquellos bellos tiempos en los que una España naciente se entendía: la batalla de Simancas

Esta contienda, enmarcada en el año 939, marcó un punto de inflexión en la Reconquista, enfrentando a un colosal ejército musulmán contra las fuerzas cristianas, lideradas por el astuto Ramiro II

Foto: Cuadro de San Millán en la batalla de Simancas. (Cenobio)
Cuadro de San Millán en la batalla de Simancas. (Cenobio)

Cuando las órdenes son razonables, justas, sencillas, claras y consecuentes, existe una satisfacción recíproca entre el líder y sus subordinados.

Sung Tzu.

Una espectacular cota de malla confeccionada en oro puro y un precioso Corán manuscrito con esmero, abrazado por unas sólidas tapas verdes, yacían cercanos y entremezclados en el barro, confundidos con la sangre vertida. El lodazal, mezclado con los restos de la todavía roja vida muerta, generaba una visión apocalíptica. Miles de cadáveres yacían esparcidos, dibujando espantosas y caprichosas formas sobre una kilométrica calzada de horizonte interminable. Era un día de agosto del año 939 de nuestra era.

Abderramán III, quizás el más grande líder musulmán que ha dado Al-Ándalus en toda su historia; estratega, esteta, astrónomo por vocación y matemático aplicado en la Madrassa, un hombre de una vasta cultura incontestable, había accedido al califato de Córdoba por las bravas en el año 929. Cabreado con los líderes omeyas en la península arábiga, había decidido dar un soberano portazo erigiéndose en el líder de las conquistas hechas por sus predecesores en el Magreb y en la península. Todo su poder se dio de bruces con la realidad durante la canícula veraniega y frente al reino de León y sus aliados. Los reinos cristianos habían progresado lentamente, casi arrastrando los pies, hacia la frontera norte del Duero. Era un tiempo dorado en el que los contendientes, bajo la cobertura de la cruz, dirimían sus diferencias entre ellos en fútiles desavenencias de patio de colegio, pero se unían en la labor común de vencer a los musulmanes, porque entendían que, de no hacerlo, serían sencillamente devorados por aquella voraz marabunta de turbantes.

Abderramán III adivinó la estrategia del rey de León, Ramiro II, y, en consecuencia, preparó un gran ejército para borrarlos del mapa. Los historiadores no han sido capaces de determinar el número exacto de integrantes que configuraban la horda musulmana, pero se estima que podría rozar los 40.000 hombres, logística incluida; un ejército monumental para la época. Las huestes de Ramiro II no llegaban a un tercio de las musulmanas.

La batalla de Simancas supone, para el poderoso reino de León, la consolidación del poder que había acumulado en la centuria anterior

El rey leonés, antes de entrar en combate y traduciendo las informaciones de sus exploradores, llegó a la conclusión de que era un enfrentamiento de una magnitud inusual; no era una escaramuza de andar por casa, no. Ante la evidencia del carácter del enfrentamiento, convocó a todos los caballeros y les ordenó que transmitieran a las gentes de a pie que aquellos que fueran padres de familia renunciaran a ir al fregado. Algunos entendieron que una negativa podía ser asociada a una derrota y, por ello, la merma de la infantería podía llevarlos a una debacle sin paliativos. Prácticamente nadie abandonó a sus pares.

Una batalla crucial

El ejército cristiano contaba con una motivación adicional, pues defendía sus tierras y haberes. La desventaja numérica se vería compensada por el fuerte contingente de caballeros navarros y castellanos, que tenían muy clara la trascendencia del momento. Era la caballería pesada, más propia de la aristocracia, frente a la ágil caballería musulmana, pero sin la protección suficiente en el cuerpo a cuerpo, porque en ese escenario clave se desarrollaría la batalla. El conocimiento del terreno y la planificación conjunta entre los pares cristianos creó una comunión o fraternidad entre ellos que sería determinante. Una fuerte mayoría de los historiadores nativos considera que Simancas fue una batalla crucial, de un nivel parecido a Las Navas de Tolosa, pues se hace hincapié en la manifiesta inferioridad numérica de los cristianos y la estrategia que se adoptó mancomunadamente. Otros creen que fue una batalla secundaria cuya trascendencia no alcanzaba el nivel de la acontecida en Despeñaperros en 1212.

Foto: Retrato de Francis Drake, de Marcus Gheeraerts el Joven. (1591)

De lo que sí hay certeza es de que las bajas fueron cuantiosas, calificándose como una masacre por ambas partes. Alrededor de un 50 % por bando es la estimación más moderada que se ha podido hacer. Quizás estemos hablando de cerca de 20.000 caídos si sumamos la batalla acontecida en Simancas y la que vino después en el desfiladero de Alhándega, tras una emboscada en la que los pastores locales fueron determinantes al dirigir a los caballeros hacia donde acampaban las huestes musulmanas. En esencia, se amortiguaron las pezuñas de las caballerías para evitar que se delataran; el factor sorpresa fue determinante. Era el 21 de agosto y las tropas de Abderramán huían a uña de caballo, dejando a los infantes huérfanos de protección. Hoy se cree que el lugar donde se produjo la emboscada podría estar cerca de Caracena, en la provincia de Soria.

La batalla de Simancas da comienzo a un lento declive del poderío, prácticamente incontestable, del califato

Desde el punto de vista estratégico, nace un nuevo equilibrio de poder en la península y crece la confianza en las filas cristianas, siempre a la defensiva, huyendo o convirtiéndose al islam para sobrevivir. La batalla de Simancas supone, para el poderoso reino de León, la consolidación del poder que había acumulado en la centuria anterior. El poderoso califato de Córdoba había perdido enteros en la batalla de Simancas y sus diezmadas tropas no estaban para muchos trotes. La batalla de Simancas da comienzo a un lento declive del poderío, prácticamente incontestable, del califato.

Pero, como la vida está llena de paradojas, no hay que olvidar que, pocos meses antes de que el enorme ejército musulmán fuera batido por los reinos cristianos unidos (tomen nota los políticos españoles actuales si realmente quieren una España sólida o servir a intereses que mejor no nombrar), nace uno de los militares más famosos de la historia protoespañola: Almanzor. La venganza estaba servida.

Cuando las órdenes son razonables, justas, sencillas, claras y consecuentes, existe una satisfacción recíproca entre el líder y sus subordinados.

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