El Marqués de la Ensenada, el reformador que desafió a una España empobrecida y asediada
En el siglo XVIII, atrapado entre gloria y declive, un ambicioso proyecto reformista buscó revitalizar una nación en crisis
La verdad puede ser muy fina, pero nunca se rompe y siempre emerge por encima de las mentiras, como el aceite, flota en el agua.
Don Quijote (Cervantes)
El siglo XVIII español es quizás un gran desconocido en el contexto de nuestra historia. En una sociedad desmovilizada de la esperanza, paralizada y empobrecida por los cuatro frentes de guerra casi permanentes que había que atender; quiebras y hambrunas; la Corona y el pueblo parecían atrapados en el tiempo entre el Siglo de Oro y el fatídico y tenebroso siglo XIX con sus seis guerras – que se dice pronto-, una detrás de otra.
Pero como decía el poeta Leonard Cohen, “hay una grieta en todo, así es como entra la luz”. Con la Ilustración vino el reformismo, pero la resistencia del tejido político o lo que es lo mismo, de la aristocracia y de la Iglesia, no permitían experimentos ni zarandajas. España, sin duda alguna, ha sido siempre un motor de una potencia extraordinaria anulado por un freno de asimetría muy poderosa. Ya lo dijo Bismarck en su momento ante una capciosa pregunta de un periodista inglés. Si a eso le añadimos que somos el mayor parvulario del mundo, nos cuadra la ecuación.
Pero no hace falta una lupa, ni escrutar recónditos recovecos para encontrar increíbles hombres de Estado, genios o héroes de la milicia y darnos cuenta, de que tenemos un sobrado surtido de entre los mejores. Prohombres – y mujeres -, que aportaron a una sociedad atrasada, el sello reformista que allende nuestras fronteras comenzaban a brotar.
Su actuación al frente del gobierno no fue sencilla y estuvo plagada de calumnias, bulos y desplantes; todo ello, muy español
Más conocido como el Marqués de la Ensenada, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, está vinculado al reinado de Fernando VI, un monarca reformador a ultranza que puso el acento en la Armada y la mejora del sistema tributario. Ambos, de la mano en los asuntos de estado, tocaron las teclas adecuadas para frenar la patente decadencia que, inexorable, estaba devorando como la carcoma, un prestigio bien ganado en el concierto de las naciones. Éramos un coloso rodeado de ávidos liliputienses con malas intenciones. Curiosamente, los anglosajones, siempre en su idea permanente de dividir, no aceptaban la neutralidad española, tan fundamental para poder crecer tras tanto desgaste. Pero no hay que olvidar -y esto es fundamental-, que la política española de siempre, ha sido esencialmente cainita. El Marqués de la Ensenada tuvo que lidiar con las envidias internas y las zancadillas externas. Su actuación al frente del gobierno no fue sencilla y estuvo plagada de calumnias, bulos y desplantes; todo ello, muy español. Inglaterra jugó un papel determinante en la zapa del gran ministro que fue Ensenada intrigando, como es habitual para nuestra desgracia, contra este formidable político.
El proyecto político del marqués tenía una proyección de centuria, no era de un mandato o una docena de años, no; era algo más grande y portentoso. Una armada oceánica con más de 150 fragatas de última generación, factible en lo financiero y apoyada en una ingeniería naval (la de Guarnizo- Cantabria) de dimensiones colosales, un ejército profesional y una obra civil espectacular apostando por unas infraestructuras de vanguardia; una revolución en el catastro, y a esto, había que añadir una sanidad preventiva, mejoras sustanciales en los astilleros en Cádiz y La Habana y un compromiso regio con Ensenada que fue determinante hasta que Inglaterra con sus habituales malas maneras, acabó con la que probablemente fue la figura española más importante del siglo XVIII. Las vicisitudes padecidas a lo largo de su magistral gobernanza con los díscolos cortesanos prestos a hacerle la cama sin ningún pudor (era muy prusiano en su quehacer cotidiano en una corte de vagos), le hicieron perder la partida frente al futuro de España. Fue un tiempo en el que la monarquía española se abría a nuevas ideas, iniciativas políticas y una mejora de la calidad de vida para con el atribulado pueblo.
Este hijo de hidalgos riojanos, tuvo una carrera meteórica basándonos en el apoyo de otro excelso ministro previo, llamado Patiño que alentando su probada eficacia lo impulsó hacia las más altas magistraturas del estado. Pero quizás, su error no fue tal, sino una derivada del hecho de la propia existencia de Gran Bretaña. Es sabido que el ilustre marino Jorge Juan, estuvo enredando a través de una nutrida cadena de espías irlandeses y portugueses en los astilleros del sur de la isla. Tras años de operar como Pedro por su casa, antes de ser descubierto, ya había tomado las de Villadiego disfrazado de alfombra persa en una veloz fragata portuguesa dedicada al comercio.
Enfrentado contra la Iglesia
Esta situación, que casi se convierte en un casus belli, descargó todas las iras de los cabreados británicos sobre el Marqués de la Ensenada que se vio obligado a dimitir. Aquellos hombres honorables, muy distintos de los de hoy, como fue el caso de Jorge Juan y el marqués de la Ensenada, dimitirían por pundonor y ética. El caso de Jorge Juan en particular fue sangrante en su enfrentamiento con la Iglesia y la Inquisición con el tema de la teoría heliocéntrica versus la teoría geocéntrica de los tonsurados. Llueve sobre mojado...
El advenimiento de Fernando VI incrementó sustancialmente el poder del Marqués de la Ensenada dándole cancha como un ministro orquesta, universal y plenipotenciario. Pero dos de los más destacados aristócratas del país, con cara de angelitos y de no haber roto un plato en la vida, se la tenían jurada. Los Duques de Alba y el de Huéscar, bien untados por los de Albión, consiguieron que nuestro buen ministro fuera desterrado al Puerto de Santa María. Poco más tarde, un Borbón decente, Carlos III, lo indultaría. Un helado invierno del año 1782, iniciaría en Gran Viaje. España, grandeza a raudales en un país de compleja gobernanza.
P.D. Este escribano desde estas líneas quiere elogiar a las gentes de uniforme y a los miles de jóvenes que se están entregando con gran altura de compromiso para con una desgracia evitable.
La verdad puede ser muy fina, pero nunca se rompe y siempre emerge por encima de las mentiras, como el aceite, flota en el agua.
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