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La pérdida del Rosellón: lo que pudo haber sido para España y no fue
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La pérdida del Rosellón: lo que pudo haber sido para España y no fue

El "cambio de cromos" que sucedió en la Guerra de la Convención fue fatal para España. La Paz de Basilea puso punto y final para este "callejón sin salida"

Foto: El General Ricardos (Goya / Wikimedia)
El General Ricardos (Goya / Wikimedia)

"Como voy a culpar al viento del desastre que hizo, si fui yo quien abrió la ventana"

Mario Benedetti.

El gobierno revolucionario francés, tras el agotamiento de la indiscriminada matanza posrevolucionaria, pretendía llegar a un acuerdo con los españoles. Los sublevados contra la monarquía carecían de recursos necesarios para mantenerse en el esfuerzo bélico. La logística brillaba por su ausencia y las líneas, sobre extendidas y en ocasiones carentes, no permitían esfuerzos mayores. Los franceses estaban exhaustos ¿O no?

Las rutas comerciales traían los vientos revolucionarios como en la siembra; en ocasiones de manera indiscriminada. Las monarquías absolutistas habían entrado en pánico tras la Revolución Francesa. Floridablanca, a la sazón ministro primero, quiso establecer un cordón sanitario que nos aislara de las ventoleras levantiscas del otro lado de los Pirineos. Sus razones tenían para tentarse las ropas. Desde una mentalidad adaptada y tradicionalista para los tiempos de aquella época, la teoría democrática era cosa de campanas en el desierto; algo incomprensible.

La ejecución de Luis XVI y su impactante corte de cuello habían convulsionado a las cortes europeas. Años más tarde, tras su poblado mostacho, un bolchevique iluminado diría "la violencia es la verdad de la política"...

Mientras en España...

En España, la gobernanza, no dudó en escamotear a la opinión pública la información sobre la realidad que acontecía en las periferias de Europa. Dos concepciones distintas; autoritarismo o absolutismo frente a un nuevo concepto de renovación institucional y administrativa se enfrentaban en un escabroso proceso de largo recorrido.

Por aquel tiempo, los soldados franceses de la revolución consideraban a los españoles esclavos del rey y de sus caprichos; más, a pesar de esa apreciación, no querían ir a la guerra ni los unos ni los otros. Parece que aquellos insurrectos del norte ya atisbaban el concepto de clase. El ejército profesional español del momento era muy inferior al francés, pero la cadena de mando funcionaba y los soldados estaban bien entrenados; por el contrario, toda una generación de oficiales franceses había perecido a manos de la delirante turba revolucionaria.

La historia nos ha demostrado repetidas veces que no hay que infravalorar al enemigo pequeño.

Foto: Ilustración antigua de Napoleón en 1814 (Fuente: iStock)
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El caso es que a la postre, la república de los galos declaró la guerra a España y, por ende, se iniciaron las hostilidades en la zona del Rosellón y de la Cerdaña. Para quienes sean legos en geografía como yo que confundo una servilleta con un mapamundi; decirles que estas dos regiones están en el sureste de Francia y que ambas tienen unos vermuts y mostazas no aptas para cardiacos. En el año de 1793 las cosas se torcieron un poco.

Gracias a la pericia del General Ricardos, un bragado estratega, este hizo frente a los revolucionarios inicialmente con resultados favorables para las armas españolas; pero también acontecía que los conceptos militares que se manejaban eran opuestos en su filosofía. Los españoles perdonaban la vida al que se rendía y punto. Los franceses, sin embargo, eran levas forzadas sin preparación destacable, si te pillaban estabas "aviado". No practicaban la ética del manual para Dummies del buen soldado. La aparición y la estética de la guillotina los había dejado rayados y en vez de contar ovejas soñaban con cortar cuellos. La guerra se recrudeció.

Ricardos puso contra las cuerdas al poderoso ejército francés (pueblo en armas) con varias victorias iniciales y hasta se intentó asediar Perpiñán, pero no había artillería para derribar a los asediados. La imprescindible potencia de fuego indispensable para persuadir a los galos de que perdieran toda esperanza, se trastocó en una prudente retirada so pena de quedar embolsados.

Pero había un factor en la ecuación que chirriaba. Carlos IV ya había despachado con cajas destempladas a dos de sus válidos, Floridablanca y Aranda por incompetencia. Finalmente, la responsabilidad recayó en otro elemento llamado Godoy. Si bien es cierto que el Borbón español quería poner sus barbas a remojar tras el roto que le habían hecho a su primo Luis XVI los revolucionarios, no acababa de dar con la tecla. Como resultado de su manifiesta indecisión y apasionada vehemencia impostada (era muy teatrero) tras una cálida época de buen rollito con nuestros vecinos del norte (Pactos de Familia), se dio cuenta de que no tenía red para amortiguar el golpe. Ello permitió la aparición en escena de los malvados ingleses que, encantados de sacudirles a los franceses, se apuntaron a la fiesta.

Movilización general en Francia

Pero no todo el campo es orégano. Los franceses apelaron a una movilización general; más justamente cuando se disponían a asestarnos un golpe demoledor (no se había prestado la importancia debida al Ejército de Tierra por la imprevisible agresión de los francos por la seguridad que proporcionaban los Pactos de Familia) se creó el Comité de Salvación Pública al otro lado de los Pirineos, con mayoría jacobina en la Convención; en el ajo estaban metidos los pesos pesados, Marat, Danton y Robespierre. Los girondinos además estaban bastante cabreados por haber sido desplazados del poder y a todo ello, se sumó la rebelión campesina de La Vendée, uno de los genocidios más infames cometidos por una nación contra su pueblo.

Cuando estas corrientes que con vientos portantes traía la Ilustración, llegaron a los Pirineos, las huestes de los de Atapuerca instalados permanentemente en contra de cualquier forma de oxigenación que inhibiera lo rancio de la atrofia confundiéndola con los genuinos valores de la España eterna; convirtieron en una cruzada contra aquella encarnación del mal su indisimulada aprensión a cualquier tipo de renovación.

El general Ricardos, con todo a favor, éxitos, maniobras de distracción, soldados bien entrenados; tenía una rémora que lo lastraba desde el principio de la campaña

Todo ello repercutió en la Guerra del Rosellón con una demora que permitió a Ricardos hacerles unas pupas importantes a los franceses hasta que tal que un día 25 de mayo, coincidiendo con las victorias del general español, la flota española del almirante Juan de Lángara expulsó a los franceses de Cerdeña. Parecía que todo iba viento en popa. Pero no hay nada más cruel que tener que retirarte cuando vas ganando. El general Ricardos, con todo a favor, éxitos, maniobras de distracción, soldados bien entrenados; tenía una rémora que lo lastraba desde el principio de la campaña. Falto de suministros, de vituallas, de las pagas del personal; tuvo que retirarse, con 20.000 hombres hacia el interior de la península. De hecho, se dio el caso de que la fortaleza de Bellegarde, cercana a Colliure, cayó sin pegar un solo tiro; la entera guarnición con casi un millar de hombres había muerto de hambre; este era el panorama.

placeholder Guerra de la Convención (Wikimedia)
Guerra de la Convención (Wikimedia)

Hay mucho más que contar sobre la Guerra de los Pirineos o de la Convención, pero el desenlace concluyó con un cambio de cromos. François Barthélemy, era a la sazón embajador de Francia en Suiza; su contraparte española, Domingo de Iriarte, era el embajador español en Polonia, ambos se reunieron en Basilea. La Paz de Basilea finiquitó una guerra que pudimos ganar, pero que la desidia de unos y otros llevó a un callejón sin salida. Ricardos murió de una pulmonía de tanto dormir al raso y quizás, harto de extender la mano como un pordiosero ante tanto engalanado sin sesos.

Qué país, qué karma.

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