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El experimento Stroud: cómo la filosofía escéptica puede prevenir los 'fakes' de Internet
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¿Y nuestras convicciones?

El experimento Stroud: cómo la filosofía escéptica puede prevenir los 'fakes' de Internet

De Descartes a la actualidad, recuperamos algunas de las bondades de poner en duda todo lo que pasa por nuestros ojos y que, aunque tome una apariencia real, pueda pervertir nuestra idea del mundo

Foto: Barry Stroud (Barrystroud.com)
Barry Stroud (Barrystroud.com)

Imagina que te encierran durante un mes en una casa y permaneces aislado del mundo exterior. En dicha casa, hay televisiones que te muestran en tiempo real imágenes sobre el mundo de ahí fuera. En ellas puedes ver escenas cotidianas sobre el resto de la gente: cómo viven, cómo van a trabajar o cómo se reúnen para comer. Cada hora, un parte informativo te brinda noticias sobre lo que ocurre a nivel político. Y, al cabo de dos semanas, se desata una guerra civil. La rutina de las personas cambia por completo. Las pantallas te enseñan la destrucción de las calles y los edificios más conocidos de tu país, al tiempo que los discursos de los líderes políticos enfrentados. ¿Qué pensarías? ¿Es verdad lo que te muestra la pantalla o es una mera representación?

Más o menos, este experimento fue similar al propuesto por el filósofo canadiense Barry Stroud en su libro La importancia del escepticismo filosófico (1984) para incidir en un debate muy a la orden del día: ¿es real todo aquello que pasa por nuestros ojos o que aparece en nuestra mente? Dudar es libre y sano. No sería difícil que la persona encerrada durante un mes y expuesta a una información constante de lo que sucede en el exterior pensara que todo se trata de un montaje, y que en realidad es como una especie de película destinada a engañarle.

De hecho, tanto el cine de Hollywood como los vídeos deepfake que corren por Internet pueden alcanzar cotas de realidad nunca vistas sobre hechos que nunca han sucedido. ¿Se acuerdan del moderno plumas del Papa? ¿O del plano secuencia extremadamente realista de Hijos de los hombres? Podemos creer todo lo que se nos antoje en distintos grados, ya sea a pies juntillas o con una certeza absoluta. Sin embargo, nunca podremos estar seguros de que aquello que pasa delante de nuestros ojos se corresponda con la realidad. Como mucho, lo único real es nuestra duda; el resto, depende de nuestro conocimiento previo, nuestro contexto o las ideas preconcebidas que tengamos del fenómeno en sí.

Foto: El papa con un abrigo al estilo Balenciaga, según la IA MidJourney.

Esto ya lo dijo Descartes, el padre del escepticismo filosófico, y convendría traerle de vuelta en nuestros días para ahondar en ese conflicto tan actual sobre la inteligencia artificial: hay una fina línea entre lo que es factible y lo que no, y los grandes manipuladores de nuestra época se esfuerzan cada vez más en crear contenidos que podrían ser verdaderos, pero no lo son. El experimento de Stroud, en realidad, podría resolverse atendiendo al conocimiento previo del mundo del sujeto encerrado, de su contexto: si es alguien que está muy radicalizado a nivel ideológico, sería más proclive a creer que esas imágenes de guerra civil que se le muestran son completamente reales. En cambio, si está acostumbrado a vivir tranquilo o la política le da más o menos igual, tal vez piense que todo se trate de un videojuego muy bien hecho.

"La mayor parte de la desinformación visual adopta la forma de falsificaciones baratas, en lugar de 'deepfakes' bien hechos"

¿Quién sabe? Lo cierto es que si ahora mismo, en plena era de inteligencia artificial, el hombre llegara por primera vez a la Luna, una gran parte de la gente lo consideraría una recreación ficticia, lo mismo que cuando no había herramientas de reproducción fidedigna de la realidad. En ese caso, se diluyó la idea de que el alunizaje del Apolo 11 había sido filmado por un genio del cine como Kubrick. Pero ahí teníamos a las figuras de autoridad aeroespaciales diciendo que no, que el hombre de verdad había llegado a la Luna.

Una cuestión de confianza

En el caso de Descartes, la figura de autoridad suprema para superar ese escepticismo era el mismo Dios, culpando al mundo de los sueños (o la capacidad creativa del ser humano para crear imágenes por sí mismo a partir de otras imágenes) o a un "demonio engañoso" de todos los engaños inducidos por las representaciones mentales del mundo físico (que en nuestros días podría ser una fábrica de fake news o vídeos deepfake). Para luchar contra este escepticismo, en vez de Dios habría que recurrir a entidades de confianza que garanticen la veracidad de esas imágenes. De hecho, en el futuro posiblemente haya herramientas incorporadas en nuestros dispositivos que permitan detectar si una imagen o un vídeo han sido generados a partir de inteligencia artificial. Del Pentágono a los medios de comunicación de más prestigio y alcance global, distintos organismos ya están trabajando activamente en tecnología que sea capaz de detectar el engaño.

Antes de preguntarnos por la veracidad de los contenidos, habría que pensar hasta qué punto creemos en nuestras propias convicciones

"A diferencia de los enigmas epistemológicos más conocidos, como los formulados por Stroud y Descartes, tenemos recursos para resolver el desafío epistemológico que plantean los deepfakes", asegura Keith Raymond Harris, profesor de Filosofía en la Universidad de Viena, en Austria, quien ha publicado un artículo en Aeon en el que indaga en las investigaciones de la filosofía escéptica. Él pone el acento en estas herramientas y figuras de autoridad que pueden diferenciar entre lo verdadero y falso, aunque acaba concluyendo que "la confianza puede ser mal dirigida o explotada".

Foto: ¿Pertenecemos al tejido informático de nuestro mundo? (iStock)

De hecho, afirma, "la mayor parte de la desinformación visual adopta la forma de falsificaciones baratas, en lugar de deepfakes bien hechos". Pensemos, por ejemplo, en el bulo que difundió Donald Trump como parte de su campaña en el que decía que los inmigrantes comían gatos y perros. Nada más mencionarlo, saltaron a las redes infinidad de imágenes creadas por IA en las que se veía al candidato a presidente salvando a distintas mascotas; imágenes hasta de dibujos animados para ilustrar un bulo que para cierta parte de la población se toma bastante en serio. Por ello, y como concluye Harris, "cuando un público confía indebidamente en la fuente de un vídeo, puede pasar por alto los indicios obvios de que el vídeo ha sido manipulado, más aún aquellos públicos ya motivados ideológicamente para creer en la veracidad del contenido".

Por tanto, antes de preguntarnos por la veracidad o la falsedad de los contenidos, haríamos bien en reflexionar hasta qué punto estamos dispuestos a creer en nuestras propias convicciones. Al margen de delegar a grandes figuras de autoridad o herramientas tecnológicas la veracidad de las imágenes que consumimos, el espíritu crítico de cada uno prevalece sobre cualquier dogma u opinión escéptica. Al fin y al cabo, y como decía Descartes, podemos dudar de todo, menos de que dudamos.

Imagina que te encierran durante un mes en una casa y permaneces aislado del mundo exterior. En dicha casa, hay televisiones que te muestran en tiempo real imágenes sobre el mundo de ahí fuera. En ellas puedes ver escenas cotidianas sobre el resto de la gente: cómo viven, cómo van a trabajar o cómo se reúnen para comer. Cada hora, un parte informativo te brinda noticias sobre lo que ocurre a nivel político. Y, al cabo de dos semanas, se desata una guerra civil. La rutina de las personas cambia por completo. Las pantallas te enseñan la destrucción de las calles y los edificios más conocidos de tu país, al tiempo que los discursos de los líderes políticos enfrentados. ¿Qué pensarías? ¿Es verdad lo que te muestra la pantalla o es una mera representación?

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