Cuando al emperador le dio un repente: el gran legado de Carlos V
El monarca dejó una notable herencia con obras civiles, defensas costeras contra piratas y una red de postas, destacando el palacio en la Alhambra y la catedral de Granada
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“Al final, es imposible no convertirse en lo que los demás creen que eres.”
Julio César.
El primer mandatario de la época Austria en la España naciente, Carlos I, entró con calzador en nuestros pagos tras unas cuantas corruptelas y saquear las arcas castellanas. Cuando tras repartir un poco de estopa por aquí y otro poco por allá, serenó los ánimos, se le encendió una bombilla inspiradora y rediseño nuestro suelo patrio. Su obra civil es bastante desconocida, sin embargo, ni de lejos sería la que aportaron los romanos o los árabes en su periodo de influencia; pero sí dejó huella.
En una de esas, el que probablemente fuera el hombre más poderoso del siglo XVI, visitó Granada y le dio tal subidón, que le quiso regalar a su amada Isabel de Portugal, allá por el año 1526, un palacio de aquí te espero. La intención del emperador no era otra que la de dotarse de una residencia a su medida. Fue Pedro Machuca, un bisoño arquitecto sin mucho curriculum quien había hecho sus pinitos en los talleres de Miguel Ángel, que aterrizó en una España dominada por el tránsito del gótico hacia el plateresco, un estilo genuinamente español. Machuca puso manos a la obra y construyó un palacio de corte manierista, estilo que estaba dando sus primeros pasos en Italia como contestación al ya caduco Renacimiento, con un acusado estilismo y ciertas extravagancias caso de Rodolfo II como Vertumno, por Arcimboldo (1590) o la sofisticada elegancia de Joachim Wtewael, Persus and Andrómeda.
Siguiendo con el pícaro emperador Carlos V; el poderoso proto-alemán se hizo levantar en el corazón de la Alhambra musulmana, ocupado por la plataforma del patio de los Arrayanes, esta monumental obra que es impactante por su colosal y adusta presencia en medio de la delicadeza nazarí. Aquel espectacular mastodonte, entraba en conflicto estético con la arquitectura vecina, admirada con asombro por cualquiera que la haya visitado; y se hace necesario destacar que, con independencia del choque de estilos, en aquel tiempo lo más normal era destruir la obra del adversario sin más preámbulos o, chamuscarla con un buen incendio, por lo que cabe deducir que, el emperador, tenía cierta sensibilidad.
Pero la cosa no quedó ahí. Ya cogiendo carrerilla, le dio por construir cosas útiles.
La arquitectura local se hace fuerte durante el periodo de Carlos V renovando el arte de las piedras
Como los piratas de Berbería estaban abonados a nutrir sus mercados de esclavos de Argel con género humano capturado desde Sicilia hasta el Algarve; se habían especializado en el rubro de la afananza pandillar, más allá de arramplar con todo lo que pillaban en sus mortíferas razias por las costas del sur español. Carlos I se puso manos a la obra y fortificó cientos de kilómetros con torres de vigía, siempre a la vista unas de otras, con independencia de que la distancia entre ellas podía variar y mucho.
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Esta formidable obra defensiva – por su extensión- incluía no solo las costas del sur, sino también el levante y las Baleares. Dotadas de pequeñas bombardas o culebrinas, solo ofrecían la estampida del fogueo que era más que suficiente para poner sobre aviso a los destacamentos de caballería que rápidamente podían entrar en acción y neutralizar la agresión de los del turbante. A estas dos creaciones del monarca emperador podríamos añadir la de postas tan trascendente como la anterior por su eficiencia.
Una obra ingente
Toda la Península y los territorios bajo control de la monarquía hispánica en Europa fueron cubiertos por estaciones de postas en las que los correos y mensajeros del emperador o de sus generales podían transferir información casi inmediata a sus destinatarios. Esta ingente obra requería en algunos casos la reparación de puentes y senderos abandonados o directamente en mal estado de conservación. Carlos V consiguió, así, agilizar sus correos tras esta iniciativa, prácticamente inexistentes con antelación como idea de conjunto.
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La arquitectura local se hace fuerte durante el periodo de Carlos V renovando el arte de las piedras. De entre las obras menores ya citadas y las mayores, quedan para el recuerdo la catedral de Granada, obra del arquitecto Diego Siloé y el mencionado palacio de Carlos V obra del ilustre Pedro Machuca; ambos radicados en Granada, lugar que, en principio pareciera ser el destino del emperador e Isabel de Portugal, pero que por exigencias de gobierno y básicamente de la lejanía de los centros de decisión, fueron descartados. Carlos V no llegaría a tener el alcance en cantidad, calidad y repercusión de los Medici, Sforza o Pitti; pero sí fue fiel a su promesa de reinvertir en la península sus esfuerzos para engrandecer el legado que dejó a su muerte a Felipe II.
La parca, siempre diligente en su macabro oficio, envió a un mosquito a finiquitar al hombre más poderoso de la tierra. Cosas que pasan.
“Al final, es imposible no convertirse en lo que los demás creen que eres.”