Es noticia
Simón Bolívar, un enigma indescifrable
  1. Alma, Corazón, Vida
¿Héroe o traidor ?

Simón Bolívar, un enigma indescifrable

Su epopeya tuvo una cara B de dimensiones ocultas, escamoteada al encanto del relato de la leyenda del libertador y ensalzado por una hagiografía exquisitamente retocada

Foto: El Libertador (Bolívar diplomático), 1860. Óleo sobre tela 107×69 de Aita (seudónimo de Rita Matilde de la Peñuela, 1840-?), localizado en la colección de arte del Banco Central de Venezuela.
El Libertador (Bolívar diplomático), 1860. Óleo sobre tela 107×69 de Aita (seudónimo de Rita Matilde de la Peñuela, 1840-?), localizado en la colección de arte del Banco Central de Venezuela.

Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.

Proverbio chino.

Mientras España padecía las siete plagas bíblicas al concluir el siglo XVIII y comienzos del trágico XIX —quizás el siglo más siniestro de toda nuestra historia— en el que nos visitarían seis guerras de una tacada, un conspirador oculto maduraba en una de nuestras academias militares con la vocación de enredar y, de paso, morder la mano tendida que le daba de comer. Este sujeto, héroe en Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, para liberar su obsesiva idea de una América independiente de España y financiado en buena medida su alzamiento por las arcas inglesas —todo hay que decirlo—, decidió que el precio a pagar debía ser el de regar con la fértil sangre de la resistencia, de los voluntarios o contra la voluntad de miles de levas secuestradas; liquidando así, en una apoteosis de locura colectiva, a la tercera parte de la población de esos lares con el objeto de conquistar sus ideales objetivos.

Foto: Fuente: iStock

La epopeya de Bolívar tuvo una cara B de dimensiones ocultas, escamoteada al encanto del relato de la leyenda del libertador, ensalzado por una hagiografía exquisitamente retocada; tal fue el enorme sufrimiento padecido por la población civil. Solamente en Venezuela, durante la guerra, cerca de 330.000 personas acabarían envueltas en blancos sudarios. Esta cifra tan escandalosa en aquellos momentos equivalía a casi un tercio de los habitantes de aquellas tierras. Tela marinera.

Pero antes de que todo esto ocurriera, este caraqueño nacido en 1783 y descendiente de dos de las familias criollas más poderosas de aquellas latitudes, ya había sufrido, antes de los nueve años, la orfandad más absoluta. El desdichado muchacho, con una fortuna inmensa, propiedades sin cuento, innumerables esclavos y vastas tierras de cultivo, carecía de lo esencial: el mundo de los afectos. Es quizás por ello que su compleja personalidad —como demostraría el futuro— vendría marcada por una breve infancia y la imperativa psicología de su abuelo, que, a pesar de su autoritarismo, siempre veló para que el chico recibiera una buena educación académica.

Los avatares de la vida le llevaron, tras una serie de indisposiciones con sus mentores —debido a su fuerte carácter—, a dar con la tecla. Simón Rodríguez, un maestro autodidacta, curiosamente el maestro de maestros del Cabildo de Caracas, había creado un método de enseñanza similar al Montessori o el Waldorf (salvando las distancias temporales y los diferentes contenidos). La psicología del maestro y su habilidad para manejar al levantisco muchacho obraron el milagro.

placeholder Estatua de Simón Bolívar con bandera colombiana detrás en la plaza principal de Bogotá, Colombia (Fuente: iStock)
Estatua de Simón Bolívar con bandera colombiana detrás en la plaza principal de Bogotá, Colombia (Fuente: iStock)

Cuando concluía el siglo, su abuelo, que siempre veló por él, fallecía, no sin antes dejarle preparada una hoja de ruta. Madrid, la castiza Atocha y otro mentor de postín (el Marqués de Ustariz) propiciaron una excelente educación palaciega que incluía lenguas extranjeras, historia, equitación, manejo de la etiqueta y otras zarandajas. Pero las nubes negras, los caprichos del destino, lo inexorable de las encrucijadas e imprevistos se tornaron en auténticas pesadillas. Encuentra el amor y se le muere la amada, a la que le dedicaba poemas de andar por casa, pero meritorios en la intención. Todo su vacío lo llenaba ella y, cuando levantó el vuelo, este, sin más soporte que su necesidad de afecto, se vino abajo de nuevo.

Pero en uno de esos extraños lances de la vida, en Milán, conoció a Napoleón Bonaparte y, de esta, se vino arriba. Juramentó en el monte Sacro, en el Aventino de Roma, la famosa frase —se cree que apócrifa e idealizada en exceso— en la que decía: “No daré descanso a mi brazo ni a mi espada hasta el día en que hayamos roto las cadenas del dominio español que nos oprime”. Así, tal cual...

Pero como ocurre —al menos teóricamente— en lo que los cosmólogos llaman el Horizonte de Sucesos, una vez que se entra en la zona oscura, ya no hay retorno. El caso es que le rondaba en órbita geoestacionaria un mosquito que le susurraba la idea de una superación a la que dio en llamar La Gran Colombia. El caso es que, tal que un 14 de mayo de 1813, en una muy osada acción, atravesaría los Andes con un potente destacamento de caballería. La consigna era no dejar títere con cabeza; esto es, no se hacían prisioneros. La proclamación en un edicto en la ciudad de Trujillo de “Guerra a muerte” a todos los españoles y (sic) canarios le condujo a la práctica de un régimen de terror en los campos de batalla, como fue el caso del exterminio de todas las unidades peninsulares en la batalla de Cúcuta. Un ejército polvoriento por la larga cabalgada del trayecto en medio de una tenaz humedad, allá por el mes de agosto de 1813, entraría casi sin oposición en Caracas.

placeholder Fuente: iStock
Fuente: iStock

Pero las lanzas se tornaron bastos. La indisciplina y desmanes añadidos se fueron implantando. A esto había que añadir que el ejército español, muy mermado de fuerzas (España estaba sumida en el caos tras la gigantesca invasión napoleónica), tuvo que enfrentarse con escasos recursos a las tropas republicanas. Un peculiar general asturiano de obediencia monárquica, José Tomás Boves, gran conocedor de la zona central de Los Llanos, trajo por la calle de la amargura al ya nombrado como Libertador. Una enorme fuerza de caballería poblada de desharrapados que le profesaban una devoción casi mística, generó un caos inmenso en las filas de Bolívar. Cabe señalar que, entre él y las intransigencias de Bolívar, convirtieron aquella terrible guerra de independencia promovida por el caudillo venezolano en algo mucho más siniestro, si cabe. Ello no es óbice para señalar que Boves era un excepcional estratega. Todo esto y el advenimiento del recién llegado y competente general español Cagigal marcaron un punto de inflexión que obligó a Bolívar a rebajar sus expectativas, poniendo rumbo hacia la zona oriental de las tres Guayanas.

Pero no hay que olvidar que muchos de aquellos que cabalgan quietos en el centro de muchas ciudades, ensalzados como héroes, esencialmente fueron asesinos en masa amparados tras la legalidad de las leyes de la guerra, las más inhumanas que existen. Cuentan que una de las facultades de Simón Bolívar era la de exterminar en masa a civiles y prisioneros de uniforme, daba igual. El día 22 de diciembre, en la llamada Navidad Negra, Sucre, mano derecha de Bolívar y a instancias del decreto de Guerra Total emitido por el caudillo venezolano, se “cepilló” a medio millar de civiles tras la batalla de la Cuchilla de Taindalá. Es más, Bolívar, en 1814, ordenó la ejecución ipso facto de 860 realistas españoles tras la rendición del destacamento de La Guaira y tras aguantar un feroz sitio. Poco más tarde, con patrañas y falsas promesas, consiguen rendir al coronel realista Agualongo, un meritorio mestizo con enormes dotes para la guerra de guerrillas, y lo fusilan junto con otros militares del mismo paño. Quizás el poeta Virgilio no consiguió adivinar el número total de los niveles que había en el infierno.

¿Bolívar, héroe o villano? Sin comentarios.

Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.

Historia de España