El histórico (y precioso) pueblo español que, quizás, deberíamos compartir con los portugueses
El 20 de mayo del año 1801, 30.000 soldados se lanzaron sobre el norte del Alentejo tras advertir a nuestros sosegados vecinos de que les íbamos a dar un susto
Nuestras desgracias entran siempre por puertas que nosotros mismos abrimos.
Frase portuguesa.
A la reina española le gustaban las naranjas; las naranjas y otras menudencias. Sabedor el ínclito granuja de Godoy de los caprichos de María Luisa de Parma, fértil madre de 14 churumbeles, con esa coartada decidió regalarle al monarca de turno (un melifluo pillastre de tomo y lomo llamado Carlos IV, para más señas) un regalito para realzar su escaso ego y relanzarlo con una victoria de relumbrón sobre nuestros tranquilos hermanos de corrala, los siempre melancólicos y románticos portugueses.
La verdad es que, durante más de 2000 años, en la península convivíamos dos familias bien avenidas. Godoy, necesitado de alimentar su descomunal narcisismo, quería dejarse ver. El 20 de mayo del año 1801, 30.000 soldados se lanzaron sobre el norte del Alentejo tras advertir a nuestros sosegados vecinos de que les íbamos a dar un susto si seguían entendiéndose con los británicos. Dicho y hecho.
En una infame guerra de opereta, arrebatamos a nuestros hermanos portugueses el área de Elvas (por cierto, una plaza cedida por Fernando de Castilla en el año de 1297), pero eso sí, tras el correctivo, no dejarían de reclamar con esa sabiduría existencial tan particular que habita su filosofía vital y, finalizado el Congreso de Viena (1814-1815), las grandes potencias registraron esta vieja reclamación. En las conclusiones de este conciliábulo de absolutistas, el derecho portugués sobre Olivenza fue reconocido por España con un interés bastante laxo y diferido, y así, hasta hoy. Dicho sea de paso, este Gibraltar portugués les honra, porque demuestra la paciencia infinita que tienen nuestros vecinitos del oeste.
Pues bien, habría que ver un poco el contexto para situarnos en una aproximación a lo cierto; la verdad es otra cosa, porque más que todo es cuestión de interpretación.
Al oeste de la "Raia", una España en decadencia luchaba por mantener el poderoso prestigio del pasado; pero la realidad es que el paso del tiempo no solamente provee de canas, sino que castiga ese constructo llamado cuerpo. Aunque el río Guadiana es la frontera natural que separa a Portugal de España, Olivenza, al otro lado de la "Raia", fue parte de Portugal durante más de cinco siglos, desde 1297 hasta 1801. Es durante la Guerra de las Naranjas, enmarcada en el conflicto entre el subido Napoleón y su acérrima enemiga Gran Bretaña, cuando a Manuel Godoy le da el repente y pretende conquistar Lisboa en vano. Eso sí, le pega un buen bocado al país hermano apoderándose de varias fortificaciones aledañas a la frontera, entre ellas, Olivenza. En ese punto, se llega a un tiempo muerto en el que se propone a Portugal un trato, tal que es el Tratado de Badajoz (1801). Portugal acepta la pérdida de Olivenza y cierra todos sus puertos a Gran Bretaña, tal y como el hombre de la mano en el píloro había concebido en su estrategia de aislamiento contra los británicos. Pero claro, del dicho al hecho hay un trecho.
En el Tratado de Viena de 1817, se estableció que España y Portugal debían demostrar un empeño conciliador para poder resolver la situación de Olivenza; pero ya se sabe que la siesta española es de pijama. Aquel contencioso quedó como una tarea pendiente de la diplomacia del futuro. Al firmar España en 1817 el artículo 105, se abría una ventana de posibilidades para futuras reclamaciones por parte de Portugal, pero, por razones que se ignoran o por el tranquilo motor diésel que preside la política portuguesa, jamás se ha hecho una reclamación formal por la recuperación de Olivenza.
"La mitad de la población que vive en Olivenza tiene raíces portuguesas de segunda y tercera generación e incluso tienen su doble nacionalidad, ya innecesaria en la Europa común"
El caso es que la nación hermana nunca reconoció oficialmente Olivenza como parte de España. En este pandemónium diplomático, según la visión española, el Tratado de Badajoz nunca fue revocado en virtud de este ángulo de visión, por lo que una de las partes decidió que Olivenza es española. Pero los lusos sostienen, aún a día de hoy, que cuando España invadió Portugal en 1807, por la mera acción de la invasión, rompió los términos del Tratado de Badajoz. Portugal, erre que erre, con ese pausado andar por la historia tan peculiar en el carácter de nuestros hermanos del oeste, argumenta que el artículo 105 del Tratado de Viena de 1815 reza de manera inapelable que hay que devolver a sus verdaderos dueños Olivenza.
Se hace necesario destacar que, en la actualidad, la mitad de la población que vive en Olivenza tiene raíces portuguesas de segunda y tercera generación e incluso tienen su doble nacionalidad, ya innecesaria en la Europa común. Hay que señalar que, en la época de la dictadura franquista, se prohibió hablar en portugués en este perdido lar extremeño. En vano, porque se susurraba que era aún más bonito. Hoy en día, menos del 10% de la población se considera portuguesa y una gran mayoría del conjunto de las gentes de Olivenza está orgullosa de sus raíces lusas.
Y a estas alturas de la perorata, el que suscribe, un gran admirador de Portugal e ibérico hasta el tuétano, se pregunta: ¿Por qué no activar una fórmula de condominio que lime asperezas y acerque más, si cabe, a nuestros dos grandes países?
Nuestras desgracias entran siempre por puertas que nosotros mismos abrimos.