Martín Padilla y la escuadra perdida: cuando el mar devora a sus hijos
Cómo un enorme marino que destrozó a flotas holandesas, francesas, berberiscas o turcas fracasó estrepitosamente ante los caprichos del líquido océano
Infancia es la incapacidad de usar la razón sin la guía de otra persona”.
Immanuel Kant.
La marina española, a lo largo de su historia e incluyendo la época castellana, ha tenido un recorrido plagado de éxitos y victorias, memorables la mayoría, y desconocidos para el gran público. También, como es obvio, ha habido fracasos; pero estos, son los menos. Bonifaz, Pero Niño, Bocanegra; el incendio de Gravesend- Londres, La Rochelle; son grandes hitos, quizás olvidados por no promovidos por nuestra historia. Nuestro marketing es bastante deficiente, pero daría para una enciclopedia de victorias atronadoras. Nos vendemos mal. Hoy, veremos como un enorme marino que destrozó a flotas holandesas, francesas, berberiscas, turcas, etc., fracasó estrepitosamente ante los caprichos del líquido océano.
Segundogénito de Antonio Manrique de Lara y Laso, Martín de Padilla, fue un notable marino que dio prestigio y lustre a la Marina española en los potentes años del imperio durante el siglo XVI. Repartió estopa en Flandes, en los puertos del oeste francés y contra los piratas de Berbería o moriscos reciclados en el norte de África. Tal que un 7 de octubre de 1571, “en la mayor ocasión que vieron los siglos”, en la inolvidable y descomunal batalla naval de Lepanto, combatió con tal arrojo que, hundió cuatro navíos adversarios, causando una enorme mortandad entre aquellos (30.000 muertos en ocho horas de combate). Se estima que la infantería de marina embarcada en aquellas naves españolas infligió, en lo tocante a Padilla, cerca de un millar de fenecidos en aquel lance. Don Juan de Austria, entonces al mando de la flota que se enfrentó al turco en la alianza cristiana de la Santa Liga, señaló como providencial la intervención de Padilla, cubriéndolo posteriormente de honores.
En otro orden de cosas, en aquellos momentos, el canal de la Mancha era como un todo a 100, o pagabas a la piratería inglesa y holandesa por transitar hacia los mercados Hanseáticos con la lana castellana o, se te caía el pelo. A esta situación vino a poner remedio Martín Padilla, que a la alopécica Isabel de Inglaterra le puso de punta los cuatro capilares testimoniales que le quedaban de adorno.
Ya metidos en harina, se le ordenó reprimir el comercio anglo-holandés en el mar Mediterráneo. Dicho y hecho. Una mañana temprana se levantó de tal manera que echó el guante a una escuadra anglo – holandesa (Dios los cría y ellos se juntan), apresando veinticuatro navíos de alto bordo en las aguas de Almería; este golpe espectacular del que su aura de marino osado salió reforzada, sirvió para incorporar a la marina, no solamente barcos de buen porte, sino que el botín fue mayúsculo y como era habitual, Martín Padilla, lo repartió entre sus marinos y el diezmo real.
"Tuvo la mala fortuna de encontrarse con una formidable tempestad con terribles vientos a la altura de Finisterre"
Pero la cosa no acaba ahí. Era el año 1596 cuando se le puso al frente de 125 navíos para ayudar a los díscolos irlandeses que cuando no se peleaban entre clanes estaban a la greña con los ingleses. Nominalmente y para variar, los irlandeses se aplicaban en arrearse de lo lindo los unos a los otros, pero, un buen día, se pusieron de acuerdo para darle un susto a la reina virgen que sin duda tenía sus escarceos con Drake y algún otro conde pillín.
Aquella Armada con destino a Irlanda y procedente de Lisboa (era el tiempo de la fusión hispano-lusa) tuvo la mala fortuna de encontrarse con una formidable tempestad con terribles vientos del orden en la Escala Beaufort 10 (temporal de alta intensidad) a la altura de Finisterre. Ante esta adversidad, el Gran Almirante Padilla, perdería cerca de 35 naves y más de 2200 hombres, refugiándose el resto de la flota en los astilleros y base del Ferrol. Al año siguiente, nuevamente se intentó durante las mareas de octubre, pero en vano.
Este hombre de mar, bendecido por su inspiración y maldecido por Satanás, fracasó en todos los intentos por invadir Inglaterra. Sin embargo, todas las batallas que dio en el mar contra las flotas angloholandesas y los piratas de Berbería, las ganó sin excepción.
Ironías del destino, el mar pudo con el más grande almirante de la época.
Cosas de la vida.
P.D. La semana pasada colé un gazapo en el que decía que en el recodo del río Níger estaba la capital (Tombuctú) de Sudan por Mali. Confió en la indulgencia de mis bienamados lectores.
Infancia es la incapacidad de usar la razón sin la guía de otra persona”.