España conquista Tombuctú: Diego de Guevara y la victoria más aplastante de la historia
El legendario marino español, esclavo convertido en líder, jugó un papel clave en la conquista de esta ciudad del Magreb, enfrentando piratas berberiscos y guerreros tuareg en una gesta histórica olvidada
En el interior de cada anciano hay un joven preguntándose qué pasó.
Groucho Marx.
Ya lo dijo en su momento el que fue temido pirata español y posteriormente, teniente general de la Armada, Don Antonio Barceló, uno de los más famosos marinos de los muchos que ha parido esta atribulada nación. A los piratas de Berbería había que privarlos de aire, arrasar sus refugios en el área de Argel, y no dejar títere con cabeza; dicho y hecho.
En el tiempo de los romanos y antes de Cristo, ya existían los piratas Mauros y los Númidas, todo el Magreb era pura piratería, piratería que con el tiempo devendría en los berberiscos o piratas de Berbería; ¿cosas de la genética? Sabe Dios. Todos los emperadores se confabulaban para exterminarlos, pero no se sabe cómo, resucitaban como por arte de magia o quizás se reproducían por esporas, no se sabe a ciencia cierta. Muchos de ellos acababan muertos o en régimen de esclavitud. Posteriormente, como es sabido, su relación con los turcos, basada en su parentesco religioso, les dio alas y el amparo otomano disparó su osadía. Parece ser que el correctivo que les infligió la monarquía española en Lepanto en su momento, conjuntamente con sus socios de la Santa Liga, no fue el antídoto que se esperaba contra esta plaga de turbantes.
Especializados en la captura de cristianos y muchachitas de buen ver, arrasaban con frecuencia las costas de Málaga y Almería con sus tartanas, haciéndose pasar por pescadores y, creando un quebranto descomunal por los efectos psicológicos y económicos de sus razias. El caso de la captura de más de 400 víctimas en Cuevas del Almanzora (1573), la inmensa mayoría irrecuperable por carecer de fondos para su rescate, es palmario. Asimismo, debemos de recordar que fue la Orden Trinitaria dedicada a la redención de cautivos la que tras arduos esfuerzos consiguió reunir los 500 ducados exigidos por el Bey de Argel para recuperar a Cervantes tras cinco años de cautiverio. Pero el caso de Diego Guevara se lleva la palma.
Diego de Guevara resolvió para el sultán el problema del nudo gordiano de la entrada en el desierto profundo con una logística impecable
Muchos de los españoles secuestrados eran personajes cultos que se manejaban como bachilleres o sencillamente sabían escribir y leer que, en aquel tiempo, no era poco. Dentro de la burocracia local, entre jerifes y emires, consiguieron importantes cargos administrativos, que fue a la postre lo que le ocurrió a Diego que cambio de nombre por imperativo de la supervivencia y de paso fue emasculado por si tenía tentaciones con las criaturas del harén. Esclavo del sultán magrebí Abd al-Malik, y una vez domesticado adecuadamente, subiría paulatinamente las escaleras del poder en los círculos locales.
Tal fue la confianza de la que se le dotó que, en el relato de un anónimo, tal vez escrito por un jesuita o probablemente un embajador de Felipe II que, en un precioso opúsculo de una veintena de páginas describe la travesía del Sáhara, a partir de Marraquech, con una belleza descriptiva inigualable. Ortega y Gasset allá por el año 1924, recorre los hitos del viaje y su increíble espectacularidad en un artículo escrito en el diario El Sol, en el que resume en “Las ideas de Frobenius”, los avatares de la exploración. Tanto el artículo como el opúsculo son dos obras de arte de la narrativa de aventuras.
Allí, donde el Sáhara se disuelve en la nada y de alguna manera en la eternidad que procura el avasallador silencio, comienza Mali en un recodo al norte del río Níger. En esa latitud, la ciudad santa de Tombuctú, emerge imponente con sus miles de casas de adobe ocre, a veces luminosa, a veces fantasmagórica en medio de la Calima. Para comienzos del siglo XX, no más de tres europeos habían penetrado en lo profundo de esa inmensa incógnita de arena.
Siglos más tarde, la armada norteamericana arrasaría con dos escuadras todo el norte del Magreb en una exhibición de músculo
Fue hacia finales del siglo XVI, cuando las ambiciones territoriales del sultán de Marruecos intentaron arrebatar Tombuctú a los tuaregs. Más de 4.000 españoles, cada uno con su correspondiente arma de fuego, fueron contratados para combatir a aquellos ubicuos guerreros de azul. Quizás en los libros de historia de nuestro país, los hechos dirimidos por Diego de Guevara hayan quedado como una nota a pie de página, pero la que probablemente sea la victoria más aplastante de un ejército europeo combinado en tierras africanas. No se produjo en la II Guerra Mundial, ni la protagonizaron Rommel o Montgomery, ni en Jartum los derviches contra Gordon, ni los ingleses en las guerras Boers en Sudáfrica; fueron soldados españoles que posteriormente se instalaron en Tombuctú habilitando orgullosos su origen hispano.
La conquista de los inabarcables territorios tuareg, unida a la codicia que representaban las riquezas del imperio songhai, radicaban en la gran cantidad de oro que los musulmanes pusieron en circulación durante la Edad Media, oro de genealogía etíope y egipcia. Diego de Guevara resolvió para el sultán el problema del nudo gordiano de la entrada en el desierto profundo con una logística impecable. Quizás ahí radicara el éxito de la expedición y no tanto en la preparación de los ejércitos españoles sobre el terreno. Siglos más tarde, la armada norteamericana arrasaría con dos escuadras todo el norte del Magreb en una exhibición de músculo sin precedentes. Nunca jamás los piratas de Berbería volverían a tentar a la suerte. Diego de Guevara, otro gran olvidado.
En el interior de cada anciano hay un joven preguntándose qué pasó.