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Por qué las conversaciones difíciles con seres queridos siempre salen mejor de lo que esperamos
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Por qué las conversaciones difíciles con seres queridos siempre salen mejor de lo que esperamos

Un nuevo estudio refleja que la negatividad nos puede a la hora de gestionar los problemas en nuestras relaciones afectivas, cuando en realidad lo más natural (pero no lo más cómodo) es ser empático y escuchar

Foto: Dos personas se cogen de la mano. (iStock)
Dos personas se cogen de la mano. (iStock)

Si llevas tiempo pensando en dejar a tu pareja, sufriendo la mala actitud de alguien muy cercano a ti que te salpica negativamente, o si planteas contarle algo a tus padres que resulta trascendental en tu vida... posiblemente estés haciendo todo lo posible para demorar al máximo esa conversación que, a tu juicio, significará un punto de inflexión en vuestra relación. No es para menos; sea lo que sea, si temes verbalizarlo es porque esperas que vaya a reaccionar mal. Pero, si lo piensas bien, se hace más necesario expresarlo solo porque remite a algo que es urgente en vuestra vida y, por tanto, necesitas exteriorizar.

No te preocupes. Seguro que la reacción de esa persona es mucho más positiva de lo que piensas en un inicio. Un conjunto de estudios desarrollados los psicólogos James Dungan y Nicholas Epley, publicados a comienzos de este año en la revista Jounal of Experimental Psychology, resolvieron que esas conversaciones difíciles con determinadas personas suelen salir, por lo general, mejor de lo que pensamos en un inicio. Es, precisamente, nuestra preocupación en torno al tema a tratar lo que nos produce esa negatividad, siendo más factible abordar nosotros mismos el conflicto de una forma más relajada con el objetivo de que esa charla salga bien.

Los psicólogos usaron el término "confrontaciones constructivas" para definir ese tipo de conversaciones en las que una persona plantea un problema o preocupación que tiene que ver con la relación que mantiene con otra con el objetivo de abordarlo para solucionarlo. En uno de los experimentos que realizaron, por ejemplo, pidieron a los miembros de 50 parejas que plantearan cada uno de ellos un problema a resolver que tuvieran con la otra persona, que iba desde "los hábitos del sueño y la falta de comunicación, hasta sentirse desconectados emocionalmente o con falta de momentos íntimos".

Los investigadores consultaron a los sujetos sobre cómo creían que iba a responder su pareja, lo enfadado que se sentiría, lo comprensivo que sería o en qué grado de disposición a aportar soluciones se encontraría para abordar juntos el problema. Así, la mayoría respondió que, efectivamente, no se lo tomarían nada bien, pero al final, de media, el resultado de la conversación fue más positivo que negativo. Además, dos semanas después de la charla, los participantes reflejaron que no se arrepentían de haber sacado el problema a la luz y que gracias a su conversación su relación había mejorado o se había vuelto más estrecha.

Lo esperado y lo inesperado

¿Por qué nos puede ese sesgo negativo sobre las conversaciones difíciles? Evidentemente, porque no es fácil sacar a la palestra un tema delicado, más si crees que la única solución es cortar la relación. Pero para otros asuntos no tan trascendentes, como pueden ser problemas de convivencia o de conexión emocional, nuestra mente tiende a pensar en "el resultado más fácil de imaginar, y no necesariamente en el más probable", como explica Matt Houston, periodista de Aeon que se ha hecho eco del estudio.

Por otro lado, lo que más importa en este tipo de conversaciones para que salgan bien son las formas. Si existe ese ánimo constructivo y no destructivo al inicio de la charla, los sujetos actuarán de la forma más natural posible, lo que quiere decir que intentarán, al menos desde un inicio o aunque sea inconscientemente, mostrar empatía. El mejor acto de escuchar atentamente ya significa una muestra de respeto a los pensamientos y sentimientos de la otra persona, por lo que es más fácil y constructivo exponer el tema y dejar hablar que imponer por la fuerza, lo cual solo tiende a suceder cuando el conflicto es muy grande o se pierden las formas.

"Solo aprendemos de las conversaciones que tenemos, nunca de las que no tenemos"

"Nuestros hallazgos sugieren que debemos intentar acercarnos o confrontar nuestras ideas y sentimientos con más frecuencia", admite Epley. "También sugieren que, al hacerlo, es mejor que lo hagamos de una forma que permita la conexión. No podemos comunicar a nuestra pareja un problema por escrito, hay que sentarse con ella y hablar entre los dos". Es incómodo, cuesta, pero es lo más necesario. Como opina Houston en su artículo, "aunque es más fácil desaparecer detrás de nuestros teléfonos móviles, a veces es necesario tener conversaciones difíciles cara a cara para fomentar el entendimiento entre los dos".

Eso no quiere decir que, si el problema es grave, vayáis a llegar a un punto en común. Lo que sí que debemos evitar es caer en el miedo ante la reacción de la otra persona, ya que se merece que seamos honestos con ella si le guardamos respeto. "Solo aprendemos de las conversaciones que tenemos, nunca de las que no tenemos", concluye Epley, de forma fantástica. "Por eso, cuando creas que vaya a salir mal, date la oportunidad de reconocer que estabas equivocado".

Si llevas tiempo pensando en dejar a tu pareja, sufriendo la mala actitud de alguien muy cercano a ti que te salpica negativamente, o si planteas contarle algo a tus padres que resulta trascendental en tu vida... posiblemente estés haciendo todo lo posible para demorar al máximo esa conversación que, a tu juicio, significará un punto de inflexión en vuestra relación. No es para menos; sea lo que sea, si temes verbalizarlo es porque esperas que vaya a reaccionar mal. Pero, si lo piensas bien, se hace más necesario expresarlo solo porque remite a algo que es urgente en vuestra vida y, por tanto, necesitas exteriorizar.

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