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¿Los humanos fueron los primeros que enterraron a sus muertos? Pues... no
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¿Los humanos fueron los primeros que enterraron a sus muertos? Pues... no

Un "pariente" nuestro, el Homo naledi, enterró en sus cuevas hace unos 300.000 años, mucho antes de lo que se creía

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Probablemente una de las características que nos hacen humanos, si preguntásemos a cualquier persona, es el hecho de que somos conscientes de nuestra propia mortalidad. Dicho de otra manera, somos seres espirituales que comprenden que en algún momento morirán, a diferencia del resto de animales de la Tierra, y lloramos a nuestros muertos y hacemos rituales para que marchen a la otra vida. Ha sido así desde tiempos inmemoriales y marcó la diferencia: con el primer hombre que enterraba y lloraba a un amigo, nacía la civilización y la humanidad.

Pero, ¿y si no hubiéramos sido los primeros en hacer algo así? Según informa Live Science, el pariente humano extinto, Homo naledi (con un cerebro de un tercio del tamaño del nuestro) enterró en sus cuevas hace unos 300.000 años, según una nueva teoría que anularía algunas teorías arraigadas en nuestro pensamiento como que solo los humanos modernos y los neandertales se encargaban de estas actividades complejas.

No obstante, hay que coger todo esto con pinzas, pues algunas expertos dicen que estas evidencias no son suficientes para incluir que el Homo Naledi realmente enterró o conmemoró a sus muertos. Los arqueólogos descubrieron por primera vez restos de alguien de esta especie en 2013 en Sudáfrica. Desde entonces, se han encontrado más de 1.500 fragmentos óseos de varios individuos. Aumque eran pequeños (medían 1,50 aproximadamente y pesaban unos 40 kilos) tenían cerebros pequeños pero complejos y manos diestras, lo que ha llevado a muchos debates sobre su comportamiento.

Se insiste en la evidencia sustancial de que el Homo naledi enterró a sus muertos a propósito y creó grabados significativos en la roca sobre los entierros

Por ello mismo se insiste en la evidencia sustancial de que el Homo naledi enterró a sus muertos a propósito y creó grabados significativos en la roca sobre los entierros. Las nuevas investigaciones en torno a ello describe dos pozos poco profundos de forma ovalada en el piso de una cámara de cueva que contenían restos óseos consistentes con el entierro de cuerpos de carne que estaban cubiertos de sedimento y que luego se descompusieron. Es posible que uno de los entierros incluso incluyera una ofrenda de tumba: se encontró un solo artefacto de piedra en estrecho contacto con los huesos de la mano y la muñeca.

Si se aceptan, las interpretaciones de los investigadores harían retroceder la evidencia más temprana de un entierro intencional por 100,000 años, un récord que anteriormente tenía el Homo sapiens. Además, el descubrimiento de grabadas abstractos en las paredes de roca también podría indicar que el Homo naledi tenía un comportamiento complejo, pues las líneas, formas y figuras parecen haber sido hechas en superficies especialmente preparadas para ello. Es decir, que se lijó la roca antes de grabarla.

¿Tenían un conjunto de creencias en torno a la muerte y un dolor compartido o no eran suficientemente complejos como para algo así?

Los que apoyan la teoría de la complejidad aseguran que "la deposición compartida y planificada de varios cuerpos, así como los grabados, son evidencia de que estos individuos tenían un conjunto compartido de creencias o suposiciones en torno a la muerte y pueden haber recordado a los muertos, algo así como el 'dolor compartido' típico de los humanos contemporáneos". Sin embargo, otros no opinan lo mismo: "Los humanos pueden haber hecho marcas en las rocas. Eso no es suficiente para contribuir a esta conversación sobre el pensamiento abstracto".

Probablemente una de las características que nos hacen humanos, si preguntásemos a cualquier persona, es el hecho de que somos conscientes de nuestra propia mortalidad. Dicho de otra manera, somos seres espirituales que comprenden que en algún momento morirán, a diferencia del resto de animales de la Tierra, y lloramos a nuestros muertos y hacemos rituales para que marchen a la otra vida. Ha sido así desde tiempos inmemoriales y marcó la diferencia: con el primer hombre que enterraba y lloraba a un amigo, nacía la civilización y la humanidad.

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