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Mochilas propulsoras: un negocio de 'altos vuelos' que nunca llegó a despegar
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LAS "JETPACKS"

Mochilas propulsoras: un negocio de 'altos vuelos' que nunca llegó a despegar

Desde los años cincuenta, se han patentado varios dispositivos especiales, pero ninguno ha recibido la recepción por parte del público de masas. ¿Algún día alzaremos todos el vuelo en una de ellas?

Foto: Un "Rocketman" en acción. (Wikipedia)
Un "Rocketman" en acción. (Wikipedia)

Desde hace siglos, una de las grandes obsesiones del ser humano ha sido ser capaz de volar de forma autónoma. A decir verdad, es una de las ensoñaciones más típicas de los sueños lúcidos. Ello demuestra que nuestro inconsciente pide a gritos que despeguemos los pies del suelo, condenados como estamos a vivir pegados siempre a la tierra por la insoslayable fuerza de la gravedad. De hecho, cuando imaginamos un posible mundo futuro no escasean las visiones de coches voladores en autopistas celestiales. Pero, a decir verdad, la ingeniería del siglo XX hasta nuestros días no ha escatimado esfuerzos en diseñar dispositivos cómodos y discretos que pudieran ir endosados a nuestro cuerpo, para cumplir esta fantasía de un vuelo autónomo, individual y, sobre todo, seguro.

Actualmente, si buscamos en Google "mochila voladora" o "jetpack", nos sorprenderemos de encontrar imitaciones del propulsor de Bobba Fett, el personaje de la saga Star Wars, que parecen más un juguete o un disfraz que un dispositivo hecho para volar. Pero también nos topamos con vídeos de YouTube y contenidos de Facebook de tutoriales para fabricar tu propia mochila capaz de hacerte despegar del suelo. ¿Por qué, en pleno 2023, en una era en la que hay patinetes y otros medios de transporte alternativos, no se ha desarrollado un producto capaz de hacernos volar de manera individual?

Moore se colocó su cinturón y, sujetado por un arnés, accionó el sistema dando pequeños brincos, como "una marioneta espasmódica"

Todo comenzó en los años 50, cuando el ejército estadounidense se puso en contacto con la compañía Bell Aerospace Corporation para que inventasen un dispositivo que pusiera al hombre en el cielo sin necesidad de infraestructura, es decir, pegado a su cuerpo. El proyecto fue encargado a Wendell Moore, un ingeniero de cohetes, quien pensó que podía fabricar un cinturón-cohete, como relata la periodista Jess Romeo un reciente artículo de la revista JStor Daily. "El cinturón-cohete consistía en un motor de 120 kilos que disparaba gas caliente a través de unas tuberías situadas a ambos lados del aparato", relata. ¡Nada menos que 120 kilos sobre tus piernas capaces de hacerte despegar! Para no desfallecer, inventaron una especie de corsé de fibra de vidrio que lo sujetara.

Un sueño cumplido

Tal invento debía ser testado. Y... ¿Quién mejor para probarlo que su propio creador? En 1960, Moore se colocó su cinturón y, sujetado por un arnés de seguridad conectado al techo (ante todo, precaución), accionó el sistema dando pequeños brincos y volando en medio de todos los presentes, como si fuera "una marioneta espasmódica". Las pruebas acabaron mal y el intrépido inventor se rompió la rodilla al aterrizar (por decir algo, ya que no aterrizó del todo al caer desde una altura de unos tres metros sin control).

"Unos lo vieron como respuesta a los atascos y otros como un invento dirigido a rescates humanitarios en puntos de difícil acceso"

Al año siguiente, y tras docenas de pruebas, decidieron presentar el dispositivo en público. El 20 de abril de 1961, una multitud de personas se reunión para ver volar Harold Graham, un voluntario amigo de Moore que quiso hacer el experimento. Con ellos se dio cita un médico y un bombero con un extintor por si las moscas. "Se hizo realidad uno de los sueños más eternos del ser humano: volar libre sin obstáculos a partir de un propulsor integrado", describió emocionado el escritor Robert Roach, en su libro The First Rocket Belt (1963). En lugar de caerse, Grahan completó un vuelo de más de 30 metros de altura a 16 kilómetros por hora.

Los ingenieros se volvieron locos con semejante proeza. Graham se recorrió todo Estados Unidos haciendo demostraciones en entornos naturales y urbanos. "Unos lo vieron como respuesta a los atascos y otros como un invento dirigido a rescates humanitarios en puntos de difícil acceso", recordaba Roach. En 1966, Graham voló con su cinturón-cohete alrededor del castillo de Disneyland, y al año siguiente dio una vuelta al estadio de la SuperBowl. Sin embargo, ya nunca más se volvería a desarrollar este dispositivo: eran muy caros y consumían mucho combustible para el poco tiempo que permitían estar ahí arriba. El ejército dejó de financiar el proyecto y las proezas de Graham se quedaron en la simple (pero gran) anécdota.

Los Juegos Olímpicos y el Rey del Pop

Habría que esperar hasta 1981 cuando un empresario de globos aerostáticos de Dallas, llamado Kinnie Gibson, decidiera rescatar del olvido el cinturón-cohete. Al parecer, se encontró un viejo modelo en un almacén de su empresa, como relata un artículo de Smithsonian Mag. Gibson no se reprimió y decidió reformarlo para probarlo y mandó fabricar más. Pronto, estaba volando en inauguraciones de centros comerciales y exhibiciones de coches. Así, se ganó el apodo de "Rocketman". Lo único que el tiempo que tardaba el combustible en agotarse seguía siendo pequeño: apenas 20 segundos. "Es como montar en una alfombra mágica", aseguró, en declaraciones recogidas por un antiguo artículo de Enterteinment Weekly. "Era una sensación muy suave y flotante, como si entraras en otra dimensión".

"En aquel tiempo, yo era la única persona con un cinturón-cohete y nosotros éramos la única empresa que los fabricaba en todo el mundo"

Tres años después, nace la JetPack Aviation para diseñar una mochila de propulsión destinada a ser la estrella de la inauguración de los Juegos Olímpicos, celebrados en Los Ángeles en 1984. Los ingenieros Nelson Tyler y David Mayman fabricaron un dispositivo que seguía teniendo un período muy corto de vuelo. Sin embargo, eso no quita intensidad al momento en el que se presentó, dejando boquiabiertos a todos los presentes.

Gibson volvería a volar, pero esta vez para la estrella del pop Michael Jackson en su gira Dangerous World Tour. Era 1991, y ya había fundado su compañía de mochilas propulsoras, Powerhouse Productions. "En aquel tiempo, yo era la única persona que tenía un cinturón-cohete y nosotros éramos la única empresa que los fabricaba en todo el mundo. No había nadie más a quién llamar", recordaba Gibson. "A los fans les encantó. Se volvieron completamente locos". El gancho del espectáculo, con lo que la gente se quedó, fue la incógnita de quién tripulaba la mochila, si él o Jackson. Nunca se sabría la verdad. "Es como Michael hubiera querido", sentenció.

Un vuelo por Nueva York

La última referencia de este dispositivo es de 2015, cuando Tyler y Mayman vuelven a la carga y, después de 25 años de trabajo en JetPack Aviation, presentaron el modelo JB-0, una mochila con estabilidad propia, con dos turbinas a los costados impulsadas por queroseno, muy liviana y con capacidad de despegar y aterrizar de forma vertical sin necesitar un mínimo de experiencia como piloto.

Sin duda, es la versión más perfeccionada del resto de inventos, capaz de alcanzar hasta los 160 kilómetros por hora a una altitud de más de 3.000 metros y capaz de sostenerse durante cerca de 10 minutos. Obviamente, este producto no es nada barato: 150.000 dólares cuando salió al mercado en 2015, casi 140.000 euros. El propio Mayman lo probó el año del lanzamiento, con un impresionante vuelo sobre la bahía de Nueva York, mismamente al lado de la famosa Estatua de la Libertad. Estos han sido algunos de los grandes hitos de este invento, pero... ¿Quién sabe? Tal vez en un futuro no muy lejano, además de movernos en patinete por las grandes ciudades, salgamos todos volando.

Desde hace siglos, una de las grandes obsesiones del ser humano ha sido ser capaz de volar de forma autónoma. A decir verdad, es una de las ensoñaciones más típicas de los sueños lúcidos. Ello demuestra que nuestro inconsciente pide a gritos que despeguemos los pies del suelo, condenados como estamos a vivir pegados siempre a la tierra por la insoslayable fuerza de la gravedad. De hecho, cuando imaginamos un posible mundo futuro no escasean las visiones de coches voladores en autopistas celestiales. Pero, a decir verdad, la ingeniería del siglo XX hasta nuestros días no ha escatimado esfuerzos en diseñar dispositivos cómodos y discretos que pudieran ir endosados a nuestro cuerpo, para cumplir esta fantasía de un vuelo autónomo, individual y, sobre todo, seguro.

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