Es noticia
El cajero automático, ese gran invento que nació en la bañera
  1. Alma, Corazón, Vida
No es broma

El cajero automático, ese gran invento que nació en la bañera

Un día de 1965, el escocés John Shepherd-Barron viajó hasta Londres para cobrar un cheque en la filial de su banco. Cuando llegó, el banco acababa de cerrar... Al ducharse, su problema cambiaría para siempre (y para todos)

Foto: Una mujer utilizando un cajero automático a comienzos de la década de los setenta. (iStock)
Una mujer utilizando un cajero automático a comienzos de la década de los setenta. (iStock)

Acercarse a un cajero automático es hoy una tarea fácil en cualquier ciudad y en muchos pueblos medianos y grandes (otro gallo canta en las zonas más rurales, desde luego). En áreas urbanas, sin embargo, hay por todas partes, a la vuelta de cualquier esquina, en lugares donde ni siquiera uno se espera encontrárselos, y eso que cada vez hay menos. En 2007, España contaba con 60.899 de estos, la mayor cifra de entre todos los países de la eurozona en aquel momento. Quince años después, el número ha descendido a en 45.288. La digitalización ya ha llegado también a las tareas típicas del día a día.

Puedes pagar en metálico aquí o allí, pero la oferta de un nuevo método a un solo clic ya ha hecho que mucha gente, especialmente los más jóvenes, se olviden de sacar la cartera. Basta con llevar el móvil con batería. Este gesto es ya tan común que incluso empieza a haber negocios donde no se acepta el clásico modo de pago. Pese a todo ello, el papel nos sigue salvando de muchas. Porque la tecnología a veces falla, y en esos caso, un billete físico es, nunca mejor dicho, lo más efectivo.

Foto: Unas niñas se sirven limonada recién exprimida con un exprimidor manual de plástico, en los años sesenta. (iStock)

Es por ello que los cajeros automáticos siguen siendo uno de los grandes inventos del siglo XIX, aunque llegara poco después de la primera mitad del XX. Entonces, fue toda una revolución. Ahora es la opción que nunca falla. Vale, sí, también puede fallar, pero con eso no contó su inventor, que ya tenía bastante con lo suyo: fue tan urgente su idea que le surgió nada más y nada menos que en la ducha.

Las máquinas de chocolate, su modelo a seguir

Era 1965. Sábado. El escocés John Shepherd-Barron viajaba hasta Londres para cambiar un cheque en la filial de su banco. Cuando llegó, el banco acababa de cerrar. Había tenido que conducir durante largo rato para nada, pero ese era solo su problema, ¿o quizás no? Por entonces, cualquiera que necesitara dinero en efectivo tenía que acudir físicamente a las oficinas de su banco más cercanas. Como ahora, las oficinas tenían un horario que, lógicamente, coincidía en muchos casos con el horario laboral de cualquiera. Lo de conseguir el dinero se complicaba, como ves.

placeholder Mujeres en las ventanillas de los cajeros del Fifth Avenue Bank, en Nueva York en 1900. (Wikimedia)
Mujeres en las ventanillas de los cajeros del Fifth Avenue Bank, en Nueva York en 1900. (Wikimedia)

Había que hacer algo, y a ello se puso Shepherd-Barron de vuelta a casa con los bolsillos vacíos. Estaba claro, hacían falta cajeros automáticos, ¿pero cómo? En los años treinta, un armenio que vivía en Estados Unidos, Luther George Simjian, ya había inventado un dispensador automático de billetes, pero la gente entonces no confió mucho en aquel artilugio.

Shepherd-Baron se propuso mejorarlo con la tecnología de la época. Al fin y al cabo, habían pasado 30 años. Quería algo más serio, en lo que la gente pudiera confiar: si pedías una cantidad, la máquina debía darte dicha cantidad (hoy suena tonto, pero no era tan sencillo). Por suerte tuvo un mejor modelo a seguir, aunque bastante gracioso: los dispensadores de chocolate.

Como Arquímedes y su principio

En una entrevista concedida a la BBC en 2007, Sheperd-Barron contó que la idea definitiva se le ocurrió en la ducha, igual que Arquímedes y su principio. Eso sí, en vez de gritar "Eureka!" por las calles, lo apuntó al salir y más tarde, bien aseado, se lo explicó al director general de Barclays, la compañía financiera de la que el escocés era cliente.

Durante la entrevista, explicaba que antes de su invento no le quedaba más remedio que acudir a sacar dinero los sábados por la mañana, el único día de la semana en la que su horario laboral y el de las oficinas se lo permitía. Todo el mundo intentaba lo mismo, marcarse un día como "el día de ir al banco".

Sheperd-Barron contó que la idea se le ocurrió en la ducha, igual que Arquímedes y su principio. Eso sí, en vez de gritar "Eureka!", la apuntó

Por entonces, las estaciones de metro y tren de Londres ya estaban repletas de máquinas dispensadoras de dulces y chocolates en todos los pasillos. "Me pregunté, ¿por qué no reemplazar el chocolate por dinero en efectivo?", relataba Sheperd-Barron.

¿Cheques radiactivos?

Dos años después, su idea cobró forma y sentido. El primer cajero automático aparecía instalado en una sucursal de Barclays ubicada en un barrio del norte de Londres, comercializado por la firma británica De La Rue. Era 1967. Para redondear el lado anecdótico, apuntan Xavier Duran en la revista Sapiens, cuando se estrenó, el banco decidió que el primero en sacar dinero fuera un popular actor cómico llamado Reg Varney.

placeholder El cómico Reg Varney durante la prueba del primer cajero automático en Londres. (Wikimedia)
El cómico Reg Varney durante la prueba del primer cajero automático en Londres. (Wikimedia)

Fuera bromas, fue todo un éxito. No funcionaba con tarjetas de plástico como podrás estar imaginando. Estas todavía no habían sido inventadas. Aquel primer cajero automático se activaba introduciendo un cheque impregnado de carbono 14. Dicho de otra forma: cheques radiactivos.

Que no cunda el pánico, porque Shepherd-Barron aclaró que, si bien el material usado era, efectivamente, radiactivo, la cantidad contaminante era tan mínima en cada cheque que "para que hiciera algún daño al portador tendría que comerse unos 136.000 de ellos". Más allá de esto, el carbono 14 era lo que permitía a la máquina contrastar el número de identificación personal del cliente.

Con el cajero llegó el PIN

El proceso era el siguiente: el cliente debía pasar previamente por la entidad bancaria, donde le entregaban unas fichas (o cheques) por valor de 10 libras esterlinas, tantas como necesitara, y cuya cantidad era descontada de la cuenta antes del pago, tal y como explican desde la BBC. Con solo una de esas fichas, la persona podía activar el proceso en el cajero automático introduciéndola en la máquina. Luego, había que teclear el 'personal identification number'; es decir, el PIN.

placeholder Detalle de una imagen en la que una chica extrae dinero de un cajero automático en 1969. En ella puede verse el cheque de diez libras fabricado con carbono 14. (Wikimedia)
Detalle de una imagen en la que una chica extrae dinero de un cajero automático en 1969. En ella puede verse el cheque de diez libras fabricado con carbono 14. (Wikimedia)

El inventor escocés contó que, en un principio, pensó en hacerlo de seis cifras, pero fue su mujer quien le convenció de que tuviera solo cuatro. Caroline Sheperds-Baron consideró que era lo mejor para que la gente no lo olvidara. "Estábamos en la mesa de la cocina y le pregunté a Caroline cuál era el número máximo de dígitos que podía recordar sin problemas", detalló el inventor a la cadena.

Shepherd-Barron no llegó nunca a patentar el invento. No obstante, en 2005 recibió la Orden del Imperio Británico como "inventor del cajero automático". En cualquier caso, la falta de patentes registradas en aquellos años abre siempre debates. Así, por ejemplo, en Estados Unidos consideran a Simjian el auténtico inventor; pero claro, su aparato fue retirado seis meses más tarde por el poco interés que suscitó porque, además, daba errores en los cálculos al extraer el dinero solicitado por la persona.

Acercarse a un cajero automático es hoy una tarea fácil en cualquier ciudad y en muchos pueblos medianos y grandes (otro gallo canta en las zonas más rurales, desde luego). En áreas urbanas, sin embargo, hay por todas partes, a la vuelta de cualquier esquina, en lugares donde ni siquiera uno se espera encontrárselos, y eso que cada vez hay menos. En 2007, España contaba con 60.899 de estos, la mayor cifra de entre todos los países de la eurozona en aquel momento. Quince años después, el número ha descendido a en 45.288. La digitalización ya ha llegado también a las tareas típicas del día a día.

Historia Inventos Social
El redactor recomienda