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Por qué en los cuentos de hadas las mujeres dan a luz a niños monstruosos
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Por qué en los cuentos de hadas las mujeres dan a luz a niños monstruosos

Con el paso de los siglos, un recurso político se convirtió en el personaje literario perfecto: el monstruo que nacía, una criatura deforme de una mujer que daba a luz

Foto: Nacimientos monstruosos y presagios en la Crónica de Nuremberg. (Wikimedia)
Nacimientos monstruosos y presagios en la Crónica de Nuremberg. (Wikimedia)

El escritor inglés Charles Dickens escribió en su obra Frauds on the Fairies que "en una era utilitaria, como en todos los demás tiempos, es un asunto de gran importancia que se respeten los cuentos de hadas". Para entonces, lo que hoy conocemos como el período victoriano en Reino Unido (un período cuyos vértices atravesaron, en realidad, los límites geográficos del país hasta otros), los cuentos de hadas plagaban buena parte de la ficción que argumentaba sus días, pero también de la realidad misma de aquella época.

Lo que no decía nadie que teorizara sobre ellos, aunque en realidad se decía solo bajo el relato mismo, es que los cuentos de hadas iban de todo menos de hadas. O, mejor dicho, que la figura del hada podía representar un sinfín de cuestiones desde las más mundanas a las más puntuales y extravagantes. Aunque a veces, y no pocas, las cuestiones más mundanas y las más puntuales y extravagantes se distinguían poco. Era el siglo XIX, y la fantasía ya venía de vuelta de varios giros de guion que la marcarían, incluso, hasta nuestros días.

Foto: Fuente: Wikipedia

Cuando el más allá se convirtió en motivo de juntiña, copitas y pasatiempo asegurado, o cuando la fotografía posmórtem prometía capturar para siempre el último pálpito de la muerte en una casa, o cuando se había puesto de moda eso de guardar mechones de cabello de tu difunto esposo o hacerte un colgante con un diente de tu hijo fallecido, las páginas de los libros y las historias de ficción oral asumieron que debían excarvar en esa cotidianidad. Como quien desentierra un cadáver y lo pone bonito (lo cual tampoco suena tan extraño para aquellos años), un recurso político se hizo el personaje literario perfecto: el monstruo naciente, o una criatura deforme, una mujer que daba a luz.

Los cuentos de hadas y el deseo

En general, los cuentos de hadas se centran en el mayor de los deseos humanos: el hambre, el deseo de amor, el sexo o los hijos. Siempre en función del género de su protagonista. Si se trata de una mujer, a menudo, esos deseos se combinan hasta el punto en que son uno mismo: cuando la historia comienza con la falta de un hijo, entonces el hambre se vuelve central. La comida a menudo reemplaza al sexo en los cuentos populares, y las brujas con cierta delicadeza sujeta a reglas aparecen como especialistas en fertilidad de elección.

placeholder nacimiento de un niño monstruoso, La vraye hystoire du bon roy Alixandre. (Wikimedia)
nacimiento de un niño monstruoso, La vraye hystoire du bon roy Alixandre. (Wikimedia)

En este sentido, es bastante común en los cuentos de hadas que las mujeres den a luz bebés inusuales. A veces, el hijo solo tiene el tamaño de un pulgar; puede ser un niño de nieve, o a veces una madre puede incluso dar a luz a un niño que es un alimento. Seguro que has escuchado más de una vez que los antojos en el embarazo pueden marcar físicamente a la criatura. La comida y los bebés parecen estar curiosamente conectados en el folclore, un catalizador estupendo para la acción en los cuentos de hadas.

Estas historias suelen comenzar con una mujer que desea tener un hijo. Entonces, una fuerza divina, o un ser mágico, le da algo de comer que la dejará embarazada... No sin antes advertirla de cómo debe comérselo, o qué debe hacer exactamente. Y entonces, la mujer desobedece. ¿Te suena? Entre lo inhóspito de la conducta social victoriana, la doctrina católica seguía sujetando las riendas. La figura de Eva podía comuflarse como lo hacían las hadas para sostener a las mujeres. Sin embargo, si bien en la superficie estos cuentos pueden parecer ruido blanco misógino, advirtiendo a las mujeres contra "los peligros" de la curiosidad y la desobediencia, hay otro mensaje, el de no subestimar a aquellos que son diferentes, porque a veces esas mismas diferencias terminan siendo una ventaja: un monstruo es capaz de cualquier cosa. Pero, ¿por qué esa obsesión con su nacimiento?

Morir al tiempo que se da a luz

Mary Shelley ya había creado al suyo, pero no lo había engendrado, ni siquiera lo planteó como un peligro social como aparentaría después con la lectura de algunos. Pero a Mary Shelley la había engendrado otra mujer, la también escritora Mary Wollstonecraft. Las dos, a su forma, representaban el peligro para todos aquellos que no contaban con las mujeres en la escritura, en la invención y en el cambio de planes para la sociedad. Ellas manejaban todo eso y más. Por si fuera poco, Shelley nunca conoció a su madre porque Wollstonecraft murió durante el parte, en 1797, víctima de la fiebre puerperal.

placeholder Retrato de Mary Wollstonecraft, por John Opie. (Wikimedia)
Retrato de Mary Wollstonecraft, por John Opie. (Wikimedia)

Los médicos, en aquellos días antes de la teoría de los gérmenes, iban de paciente en paciente, sin saberlo, pasando bacteria de unos a otros en sus instrumentos y en sus manos sucias. Que la madre de la creadora de la literatura gótica donde tuvieron cabida todos los bebés "extraños" y "mostruosos" muriera al tiempo que daba a luz, y teniendo en cuenta todo lo mencionado, explica desde la casualidad esta historia. ¿Qué creó el miedo social hacia las deformaciones y todo lo que fuera distinto a los patrones de normalidad señalados durante siglos? Ya tienes la respuesta, pero vamos a profundizar en ella.

Como explica Miss Cellania en Mental Floss, "el parto en gran parte de la historia humana ha sido un acto de clase. Se animaba a las clases altas a reproducirse tanto como fuera posible. Mientras una mujer rica embarazada o recuperándose del parto se podía tomar su tiempo para descansar mientras sus sirvientes cuidaban de ella y del bebé, las de las clases más bajas trabajaban hasta el nacimiento". Estas últimas, una vez que daban a luz, apenas tardaban días, o incluso solo horas, en volver a la faena (tenían que trabajar para comer).

El peligro del parto

En cualquier caso, "el parto era tan peligroso que una mujer hacía su testamento tan pronto como se enteraba de que estaba embarazada". Por supuesto, algunas tenían más ayuda que otras, pero ni estas aseguraban su supervivencia. Según explica, "además del miedo a la muerte o el miedo a que el niño muriera, no había alivio para el dolor durante el trabajo de parto, a excepción del whisky en algunos lugares". No hacía falta, parecía, pues durante siglos, el dolor durante el parto era entendido como el castigo de Dios sobre Eva en todas las mujeres que venían después.

placeholder Figuras grabadas en madera de una mujer embarazada y un feto en el útero de The Expert Midwife or an Excellent and Most Necessary Treatise on the Generation and Birth of Man (1637), una traducción al inglés del manual de partería de Jakob Rüff, publicado originalmente en alemán y latín en 1554. (Public Domain Review)
Figuras grabadas en madera de una mujer embarazada y un feto en el útero de The Expert Midwife or an Excellent and Most Necessary Treatise on the Generation and Birth of Man (1637), una traducción al inglés del manual de partería de Jakob Rüff, publicado originalmente en alemán y latín en 1554. (Public Domain Review)

Sin epidural, sin demasiada higiene (para las clases más bajas ninguna), no solo el dolor mismo podía matarte, sino todas las posibilidades de pillar una bacteria o una enfermedad transmisible. A medida que Europa se poblaba más y más, entre los siglos XVII y XVIII, las enfermedades transmisibles también crecían. La fiebre puerperal siempre había existido, por ejemplo, pero el aumento de los partos asistidos por médicos aumentó su tasa. Es una infección bacteriana que se hacía evidente a los pocos días de dar a luz.

Con ella tuvieron que convivir todas las mujeres hasta, al menos, el siglo XIX con la introducción de los primeros anestésicos. Fue entonces cuando el dentista William Morton desarrolló el uso del éter para la cirugía, en 1846. Un año después, el obstetra James Young Simpson introdujo el cloroformo como anestésico. La propia reina Victoria echó mano de él durante su octavo parto en 1853. Ella misma había descrito la sensación del parto como "algo terrible", en la que una se siente "como una vaca o un perro".

Un asunto religioso

No está del todo claro por qué la literatura fantástica se estaba haciendo tan popular entonces, pero como apunta en un artículo para la web de la British Library MO Grenby, profesor de estudios del siglo XVIII en la Escuela de Inglés de la Universidad de Newcastle, su éxito seguramente estuvo relacionado con un rápido cambio social, económico e intelectual. "Los reformadores sociales como John Ruskin y William Morris pueden haber visto en la tradición de los cuentos de hadas, con su medievalismo y su privilegio del individualismo, el honor y las 'viejas costumbres', un antídoto para la sociedad industrial y urbana cuyo avance lamentaban".

Una referencia temprana al nacimiento monstruoso lo encontramos en la Biblia: en el segundo texto apócrifo Esdras, este se vincula con la menstruación al afirmar que "las mujeres en su inmundicia darán a luz monstruos"

No obstante, podemos volver a la Biblia para encontrar una referencia temprana al nacimiento monstruoso: en el segundo texto apócrifo Esdras, este se vincula con la menstruación al afirmar que "las mujeres en su inmundicia darán a luz monstruos". Es decir, todo el recorrido de esta historia sobre historias está marcado por la religión.

Hoy sigue existiendo la creencia de que los antojos gastronómicos de una mujer embarazada pueden quedar plasmados en su futuro hijo, pero alguna vez esa relación fue mucho más amplia: hasta, al menos, el siglo XVIII, los antojos, deseos y experiencias de una futura madre, especialmente las experiencias que despertaron fuertes pasiones como el miedo y la lujuria, se entendían capaces de inscribirse directamente en el cuerpo del feto, produciendo deformidades y monstruosidades. Así, señalar a una madre de bruja, era fácil.

Desde la antigüedad

Desde la antigüedad clásica, los monstruos se habían visto como signos religiosos y estaban estrechamente asociados con los milagros en la literatura cristiana primitiva, apunta la historiadora Surekha Davies en su libro Los desafortunados, los malos y los feos: categorías de monstruosidad desde el Renacimiento hasta la Ilustración. "Una de las tres interpretaciones ofrecidas de los monstruos en el período moderno temprano fue que eran signos del desagrado divino. Desde finales del período medieval, hubo un creciente interés en la adivinación a través de nacimientos monstruosos. Durante el Renacimiento se tomaron como signos de que una comunidad practicaba los pecados bíblicos tradicionales, como la avaricia, la vanidad y el adulterio, y presagiaban castigos posteriores a través de catástrofes naturales como inundaciones o plagas", señala Davies.

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(Wikimedia)

La tradición de la crónica medieval, por ejemplo, los interpretó como una variedad de prodigios, desde cometas hasta inundaciones y gemelos unidos, como signos generales de una inminente agitación política o guerra. La tercera tradición era la de los monstruos como maravillas de la naturaleza. A finales del siglo XV, pasaron de resultar presagios de infortunio general a entenderse como "signos de crímenes particulares e inminente retribución divina por errores políticos y religiosos", justo cuando se sucedían los años de la Reforma.

De una forma u otra, los cuerpos femeninos siempre se veían señalados. Aristóteles consideraba a los monstruos como errores ocasionales de la naturaleza, provocados como resultado del trabajo de la naturaleza sobre la sustancia bruta, ocasionalmente irresistente de la materia. Cualquier cosa que no se pareciera a sus padres, particularmente a su padre, era un monstruo en opinión de Aristóteles. Así, incluso las mujeres, que carecían de la perfección de los hombres, eran una especie de monstruo. Desde luego, su pensamiento caló, pero no fue el único. Cicerón, por su parte, percibió los nacimientos monstruosos como signos de una calamidad inminente, apunta Davies. "Los autores clásicos y cristianos posteriores solo continuaron con este enfoque".

De humanos, animales y monstruos

En 1639, embarazada por decimosexta vez, una vecina de la Colonia de la Bahía de Massachussets tuvo un aborto espontáneo y dio a luz una masa de tejido, contaba en 2016 la escritora y profesora Sara Blackwood en Medium. A Anne Hutchinson hoy probablemente le diagnosticarían un embarazo molar, pero en aquel momento y en aquel lugar, la caza de brujas marcaba cada geste y cada actividad.

placeholder Cunicularii de Hogarth, o Los sabios de Godliman en consulta (1726). (Wikimedia)
Cunicularii de Hogarth, o Los sabios de Godliman en consulta (1726). (Wikimedia)

Hutchinson había sido excomulgada de la Iglesia de Boston y expulsada de su colonia el año anterior por celebrar discusiones laicas, sostiene Blackwood. Cuando el gobernador de la zona, John Winthrop, se enteró de su aborto espontáneo, transcribió la descripción que recibió del médico que había examinado a Hutchinson en su diario: "Vi varios bultos, cada uno de ellos muy confuso, sin forma... No muy diferente a los nados de algunos peces... Los bultos eran veintiséis o veintisiete, distintos y no unidos; seis de ellos eran tan grandes como un puño, y uno tan grande como dos puños… Eran cosas redondas". Como indica la escritora, estas descripciones son solo "algunas de las innumerables instancias históricas y contemporáneas en las que un hombre en el poder intenta disciplinar el cuerpo de la mujer reproductora marcándolo como animal y monstruoso".

Las historias de nacimientos monstruosos de humanos, animales y (a menudo) híbridos comenzaron entonces a tener fines propagandísticos. Tanto los protestantes como los católicos producirían impresos, panfletos y periódicos de gran formato que interpretaban los nacimientos monstruosos como evidencia de la maldad de sus oponentes.

Del machismo a la ira

El fanatismo religioso, las polémicas políticas, la política de género, los presagios y la retribución divina se fusionaron en las explicaciones populares de los nacimientos. Davies habla en su libro sobre un panfleto londinense de 1646 que detallaba un bebé sin cabeza nacido de cierta "Señora Houghton, una dama papista". El texto relataba en su portada que tenía "la cara sobre el pecho, y sin cabeza". ¿La causa? Que la madre "había maldecido al Parlamento". Allí mismo, en Inglaterra, hasta 32 nacimientos como aquel se presentaron como "prueba del desagrado de Dios hacia las personas y los puntos de vista políticos y religiosos que defendían", indica la historiadora.

"No solo coexistió una pluralidad de interpretaciones en el período medieval (sobrenatural, divina, portentosa y natural), sino que continuaron de muchas maneras en el período moderno temprano"

Si alguna vez los monstruos fueron las personas de otros mundos, mundos desconocidos para el pudor europeo, para principios del siglo XVI, los monstruos se encontraban cada vez más dentro del continente. Durante el medievo y tiempo después, la creencia de que los monstruos eran signos de dios era compartida por la cultura popular pero también por la culta. "No solo coexistió una pluralidad de interpretaciones en el período medieval (sobrenatural, divina, portentosa y natural), sino que continuaron de muchas maneras en el período moderno temprano", subraya Davies.

Para finales de dicho siglo, la medicina académica había creado una variedad de escritos especializados sobre monstruos, "tanto como secciones de trabajos más amplios sobre la naturaleza o la generación humana", en forma de tratamientos monográficos de monstruos. Así, Alemania en la década de 1550 vio el surgimiento de libros de maravillas que combinaban nacimientos monstruosos con otras maravillas naturales. Y lo mismo sucedió en Francia, donde apareció Des Monstres et prodiges, un tratado de Ambroise Paré, cirujano jefe de los reyes, en 1573. En aquellas páginas se presentaban algunos como animales, otros como humanos, y algunos como una mezcla de los dos, como el hermafrodita, alado, con cuernos, con rostro humano.

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(Wikimedia)

Sin embargo, el asunto no se limita a una sola lectura. A lo largo de los siglos, los cuentos de hadas se han utilizado como una forma de hablar, en un lenguaje simbólico, sobre temas que contrastan con la cultura dominante. En ellos están los márgenes, lo rechazado, pero no por ello lo peligroso. Como explica la escritora y ensayista Terri Windling en su blog, para las mujeres victorianas como Shelley y otras tantas escritoras que siguieron su legado de escribir, pese a hacerlo, la totalidad de sus vidas estaba en desacuerdo con la cultura en la que vivían, "acorraladas por los ideales de feminidad, deber y maternidad del siglo XIX, lo que uno encuentra una y otra vez bajo la superficie de esas historias mágicas escritas por autoras victorianas es la ira".

Desmitificando sus propios procesos, entre el cuento de hadas y la literatura gótica, muchas de aquellas autoras encontraron en los monstruos una salida a la condición humana misma. Ser madre era mucho más que lo que se había escrito de ello hasta entonces. Ser madre, de hecho, no tenía por qué significar el deseo de serlo. Imaginaron así otras formas de engendrar, y al mismo tiempo ofrecieron a las personas afectadas por una narrativa cruel la posibilidad de vivir más allá de ella.

El escritor inglés Charles Dickens escribió en su obra Frauds on the Fairies que "en una era utilitaria, como en todos los demás tiempos, es un asunto de gran importancia que se respeten los cuentos de hadas". Para entonces, lo que hoy conocemos como el período victoriano en Reino Unido (un período cuyos vértices atravesaron, en realidad, los límites geográficos del país hasta otros), los cuentos de hadas plagaban buena parte de la ficción que argumentaba sus días, pero también de la realidad misma de aquella época.

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