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Historia del semáforo: el curioso origen del preciso metrónomo de nuestras ciudades
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ROJO, ÁMBAR O VERDE

Historia del semáforo: el curioso origen del preciso metrónomo de nuestras ciudades

Su origen se remonta a 1868 y, desde entonces, es un elemento urbano imprescindible tanto para regular el tráfico como para evitar accidentes. Hoy repasamos su historia

Foto: Foto: iStock.
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Cuando reparamos en el urbanismo de las grandes ciudades, siempre en continua mutación, tendemos a dar por descontado la existencia de un elemento que sin duda funciona como perfecto símbolo e icono de eso que llamamos "ciudad". En realidad, a diferencia de los estilos arquitectónicos de los edificios o las corrientes urbanísticas que dan forma a las calles, permanece inalterable desde su fundación hace ya casi dos siglos. Se trata del semáforo, agente inmóvil y regulador del tráfico de las grandes urbes, metrónomo de los ritmos metropolitanos y señal discreta y universal de cuándo debemos proseguir con nuestro camino o directamente quedarnos plantados en la acera.

Pensemos en la cantidad de accidentes, con su respectivo número de heridos y fallecidos, que han podido evitarse desde que todo el mundo se pusiera de acuerdo que rojo significaba parar y verde seguir hacia delante. Sin duda, resulta ser una de las máquinas más efectivas que habitan entre nosotros. En tiempos de aceleración tecnológica e industrial como los que vivimos, merece la pena reparar en esta máquina tan discreta como útil, que damos por sentado e incluso desobedecemos a diario, poniéndonos en riesgo debido a nuestra incontenible prisa metropolitana.

La "farola de señales luminosas para regular la circulación de peatones y vehículos" llegó a España en 1926, a la Gran Vía de Madrid

Su origen se remonta a 1868, cuando un ingeniero británico llamado John Peake Knight diseñó el primer semáforo para controlar el tráfico de vehículos, inspirado por un artilugio similar que usaba señales luminosas para regular el paso de los trenes y ferrocarriles. En diciembre de ese año fue colocado en pleno centro de Londres, frente al parlamento británico de Westminster, aunque resultó ser un fracaso debido a que a los pocos meses de que lo instalara explotó de manera accidental. Ese semáforo primitivo contaba con dos lámparas de gas y unos brazos mecánicos que de día se colocaban en vertical para indicar "seguir" y en horizontal para "parar". Por la noche, el gas prendía una mecha de los colores rojo y verde que debía accionar un policía supervisor.

El primer semáforo moderno

Hubo que inventar algo nuevo y mucho más seguro. Además, la fiebre automovilística de la época hizo que el tráfico aumentara exponencialmente, trayendo a la realidad una escena que desde entonces no ha dejado de repetirse: los temidos atascos. A la par, llegó la hermana del semáforo, la farola eléctrica, la cual facilitó la invención de un aparato mucho más seguro para regular el tráfico de manera fácil. Fue un hombre llamado Garrett Augustus Morgan quien colocó en 1914 el "primer semáforo moderno" en el cruce de la avenida Euclid y la calle 104 de Cleveland, en Estados Unidos. Su diseño ya trajo consigo las luces rojas y verdes e incorporaba un altavoz para que la advertencia de no pasar o pasar fuera más efectiva.

No fue hasta los 50 cuando se introdujeron las figuras humanas que resaltan sobre los colores para regular a coches y peatones

El color ámbar de los semáforos llegó en 1920, gracias a un nuevo diseño del inventor William Potts, que en Detroit (capital automovilística por antonomasia) cosechó grandes elogios al conseguir transmitir la señal de precaución al volante como punto intermedio entre el rojo y el verde. Pero, ¿por qué estos colores? Evidentemente, el rojo es uno de los colores más vívidos de la escala cromática, con una gran longitud de onda, por lo que es notablemente visible a distancia. De alguna forma, lo asociamos a un posible peligro, aunque sea solo de manera inconsciente, al igual que sucede con las banderas que colocan en las playas para informar si es seguro el baño. El verde, en cambio, es un color más agradable a la vista, que destaca también mucho sobre otros, y que viene a significar vía libre para pasar.

Y en España...

Aquí en España, el primer semáforo se colocó en el cruce de la calle Alcalá con la actual Gran Vía, exactamente el 17 de marzo de 1926. Fue la empresa SICE (vinculada por entonces a la compañía General Electric, quien tenía la patente del diseño de los semáforos) quien se encargó de instalar la primera "farola de señales luminosas para regular la circulación de peatones y vehículos", como lo llamaron en un inicio. Por aquel entonces, ese era el lugar donde residían las principales firmas de automóviles y concesionarios, como Citroën, Fiat o Renault.

Foto: Cartel en busca del paradero de Ettore Majorana, a los pocos días de su desaparición en la Italia de Mussolini. (Wikimedia Commons)

Hubo que educar a los ciudadanos para que supieran cuando debían parar, como todo padre y madre hacen con su hijo para enseñarle las normas cívicas de circulación en la actualidad. De ahí que se emitieran anuncios en periódicos y medios de comunicación para concienciar en el Reglamento de Tráfico. Sin embargo, estos semáforos todavía solo estaban dirigidos a los vehículos y no a los peatones.

No fue hasta la década de los cincuenta cuando se introdujeron las célebres figuras humanas que resaltan sobre los colores para regular a coches y peatones de manera conjunta. Hoy en día, la regulación del tráfico se hace mediante algoritmos desde un centro de control con un software especializado. En 2011 se introdujo también la tecnología de luces LED para reducir el consumo de electricidad, las cuales no solo sirvieron para ahorrar en energía, sino para otorgar una buena visibilidad a pie de acera.

Cuando reparamos en el urbanismo de las grandes ciudades, siempre en continua mutación, tendemos a dar por descontado la existencia de un elemento que sin duda funciona como perfecto símbolo e icono de eso que llamamos "ciudad". En realidad, a diferencia de los estilos arquitectónicos de los edificios o las corrientes urbanísticas que dan forma a las calles, permanece inalterable desde su fundación hace ya casi dos siglos. Se trata del semáforo, agente inmóvil y regulador del tráfico de las grandes urbes, metrónomo de los ritmos metropolitanos y señal discreta y universal de cuándo debemos proseguir con nuestro camino o directamente quedarnos plantados en la acera.

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