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¿Qué hacemos con todos los pesados que nunca admiten sus errores?
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Guerra a la tozudez humana

¿Qué hacemos con todos los pesados que nunca admiten sus errores?

Seguramente conozcas a alguien con el que nunca puedes hablar porque siempre salta. O que solo está a gusto cuando se cumple lo que él quiere. Hablamos de ese espejo del narcisismo con una psicóloga

Foto: Foto: Istock.
Foto: Istock.

Llevas mucho tiempo queriendo visitar aquel pueblito junto al mar, comer en ese restaurante que tanto te han recomendado y hacer la ruta del paisaje que llevas viendo en fotos desde que eras pequeña. Por fin has reservado los días. Te acompaña gente a la que quieres y algún acoplado más. Y, una vez allí, descubres que no podrás realizar ninguno de esos planes concretos. ¿La causa? Que otros ya han pensado el viaje por ti, concretamente uno. Sí, la persona en la que estás pensando, aquel amigo al que tienes un gran aprecio, pero que nunca da su brazo a torcer; siempre hay que ir cuándo, dónde y cómo él diga. Da igual que os levantéis pronto para aprovechar el día, él se levantará más tarde y entonces propondrá otra cosa, total, ya no va a dar tiempo. Si se lo dices será peor, pues tu sinceridad desembocará en un alud de reproches o de caras largas con el que tendrás que convivir las próximas horas. Y estás de vacaciones. Los demás tampoco dicen nada, no quieren malos rollos.

¿Qué hacemos con la gente que siempre se sale con la suya, pase lo que pase y, en este caso, que manipula para llevar a los demás a su terreno y que se cumpla por fin lo que él o ella quiere? Otra situación, algo similar: estás descansando un domingo por la tarde con tu pareja en el salón, después de haberte apretado una comida deliciosa. Un momento de relax y dispersión que puede preceder a una perezosa siesta. Sin embargo, de pronto aparece en las noticias algo lo suficientemente polémico como para que la persona que está tu lado empiece a pegar gritos, a ofuscarse, sabiendo de antemano que estás en la posición contraria. Intentas tranquilizarla y exponer tus argumentos para que se dé cuenta de que lo que dice no es cierto, pero todo esfuerzo es en vano. Se enfada más y más, y entonces bajas la cabeza con resignación y esperas a que se le pase o acabas dándole la razón como a los tontos de manera convincente.

"El nivel de narcisismo es el resultado del tipo de apego que tuvimos en la infancia"

Esta situación puede extenderse a las redes, donde la terquedad, tozudez y el fanatismo es el pan de cada día. Opiniones manidas y divididas sobre la última polémica de la semana, una competición ególatra por ver quién tiene el mejor punto de vista y, sobre todo, quien hace gala del insulto con mayor facilidad. De esta forma, estos mensajes se amplifican a otros seres igual de obstinados, y cuando nos queremos dar cuenta, estas opiniones (todas iguales entre sí) saltan a la conversación cotidiana, borrando cualquier principio crítico propio adquirido durante los años y la experiencia. Al final, todos como cacatúas, repitiendo lo mismo, empeñados en tener la razón.

Alerta pesados

Esta obstinación en la vida cotidiana y a un nivel más macro genera hartazgo, lo que nos lleva a englobar a la gente que hace gala de ella bajo el adjetivo simple y despreciativo de "pesados". Pero, ¿qué hay detrás de este comportamiento psicológico más o menos extendido? ¿Por qué hay gente a la que nunca podremos convencer de nada y acabemos bailándole el agua o haciendo lo que quiere por temor a enfados? Cuando aparecen esta clase de situaciones nos viene a la cabeza una palabra, "empatía", que define la facultad de reparar en las razones o los sentimientos del otro. Cuando alguien carece de ella, lo asociamos inevitablemente a un rasgo de la personalidad que tenemos todos en gran medida, pero que puede hacerse patológico y crear muchos problemas si se agrava: el narcisismo.

Esa máscara de obstinación esconde una autoestima frágil que lleva a alguien a sentirse valioso a costa de dejar por debajo a alguien

Así lo asevera Loreto Barrios, psicóloga del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP), quien cree que el narcisismo es "una dimensión que todos podemos tener en mayor o menor medida, pero que se vuelve patológica cuando afecta a uno y a su círculo más cercano". Y, en este sentido, la obstinación en los argumentos, las ideas o los planes que uno quiere llevar a cabo sin tener en cuenta a los demás, parten de "una contradicción respecto a la autoestima de uno mismo". Es decir, "tienen demasiado alta la autoestima, pero a la vez devalúan la de los demás". Hay dos tipos de autoestima, la explícita (que se muestra de un modo reactivo) y la implícita (que está soterrada). En el caso de este tipo de personalidades, que Barrios cataloga como "narcisistas brillantes", aparentemente tienen una autoestima alta, porque se sienten muy seguros de sí mismos y de sus argumentos, pero implícitamente, es muy baja, por lo que tenderán a pasar por alto las razones y necesidades ajenas.

"El nivel de narcisismo es el resultado del tipo de apego que tuvimos en la infancia", explica Barrios a este diario. "Si unos padres supieron construir en su día un tipo de apego seguro en los primeros años de vida de sus hijos, luego ellos tendrán seguridad en sí mismos, ya que la incorporaron en sus mecanismos mentales inconscientes. En cambio, si de niño has interiorizado que no eres una persona valiosa, te vas a sentir amenazado cuando alguien se acerca a ti y te haga sentir que no lo eres, para lo que antepondrás una máscara que te sirva de defensa". En este sentido, cabe reparar en los casos de acoso escolar, que muchas veces son perpetrados por niños que anteriormente han sufrido desprecios y malos tratos similares. "Esa máscara esconde una autoestima frágil, por lo que el niño se sentirá valioso haciendo que otra persona se sienta miserable".

Los problemas de conducta y la autoestima

Esto, inevitablemente, nos lleva a reflexionar sobre los brotes de violencia (verbal o no verbal) que pueden surgir en personas demasiado intransigentes. ¿Tiene alguna relación ese tipo de narcisismo con los trastornos de control de impulsos? "Un comportamiento agresivo tiene que ver con el sistema límbico del cerebro", asevera la psicóloga. "Este se activa cuando no podemos tomar una decisión desde el punto de vista racional, es decir, cuando tenemos miedo o nos sentimos amenazados. Evolutivamente, tenía la utilidad de librarnos de peligros inminentes, pero ahora, en este tipo de problemas de conducta, lo asociamos a una especie de trauma".

Foto: Campo de concentración de Auschwitz Birkenau. (iStock)

Hay muchos tipos de trauma. "Los psicólogos nos referimos a los de 't' minúscula para aludir a formas que experimentamos negativamente en la infancia y que, al ver reproducidas en la edad adulta, hacen que saltemos de manera inconsciente, como si saliera el niño o niña que llevamos dentro", recalca Barrios. "No hablamos de episodios traumáticos, que sería la 'T' mayúscula, sino de formas de actuar que el niño vio o adoptó ante una situación. Por ejemplo, cuando viene una persona a consulta diciendo que le cuesta mucho tomar decisiones; tras varias sesiones de terapia, es posible que se acuerde o descubra algún momento de su infancia en el que tuvo que tomar una decisión bajo mucha presión".

"Un sistema de apego óptimo es aquel en el que al niño se le enseña que es y va a ser amado de manera incondicional"

¿Cómo gestionar cotidianamente a esta clase de personas que van desde la intransigencia en sus pensamientos y argumentos hasta las explosiones de rabia incontenidas? La psicóloga madrileña admite lo evidente: no se puede razonar con ellas, es decir, hay que actuar desde lo emocional. Y eso, en último término, tiene que ver con la muestra de afecto. "Nada sencillo", admite, "porque cuando sentimos que alguien nos está manipulando o atosigando con comentarios, salta también nuestro sistema límbico para defendernos". Entonces, como es lógico, se producirá una discusión, lo cual creará un clima de tensión y enfrentamiento en el que el cariño no aparecerá. "Tienes que estar dispuesto a darlo, y esto es lo que más dificultad entraña, el hecho de poder llegar emocionalmente a esas personas, ya que han interpuesto muchas barreras defensivas".

Un apego seguro

Al final, todo se basa en el modelo de apego que hayamos tenido de pequeños. Obviamente, no existen los padres perfectos (o cualquier otra figura de autoridad propia de la infancia). Sin embargo, sí que se distingue mucho cuando un niño es criado en un entorno que le hace sentir seguro simplemente por ser cómo es, no por lo que hace. "Un sistema de apego óptimo es aquel en el que al niño se le enseña que es y va a ser amado de manera incondicional, que tendrá permiso para explorar el mundo, porque siempre podrá volver a su lugar seguro, su hogar", concluye Barrios. "Entonces, esa persona tendrá libertad de decidir qué hacer sabiendo de antemano que siempre va a ser querido. Si tú de niño tienes esa convicción, crecerás con una autoestima sana, pues sabes que eres amado por el mero hecho de ser un ser humano y merecerlo".

"Si realmente te sientes seguro de ti mismo y sabes que eres una persona amada, no necesitas exigir nada a nadie porque ya te lo das tú mismo"

"No tienes que ganártelo", asegura por último la psicóloga. A este respecto, muchos padres están demasiado preocupados por el hecho de que sus hijos siempre cumplan con sus tareas y deberes, poniéndoles premios de por medio, como hablamos ya en otro artículo; algo que sin duda puede generar cierta inseguridad en ese apego, pues el niño interioriza que ese cariño y valor solo es adquirido cuando hace las cosas bien, no por cómo es.

Foto: El lugar donde suelen acabar los regalos no deseados: el trastero. (iStock)

Y, a propósito de esto, al hecho de "ganarse las cosas", aparece otra reflexión muy interesante que conecta con el cascarrabias que emerge sin previo aviso o más de lo necesario. Y, a su vez, con problemas en la gestión de las relaciones: "Si realmente te sientes seguro de ti mismo y sabes que eres una persona amada, no necesitas exigir nada a nadie porque ya te lo das tú mismo. Sientes que puedes querer a las personas, no necesitarlas a toda costa", recalca Barrios, lo que derivaría en un espíritu posesivo en las relaciones, otra posible modalidad de esa tozudez, de esa persona pesada, ya que al final el individuo necesita fortalecer un lazo a toda costa de manera forzada para llenar un vacío. Un vacío que siempre estará ahí y que, por más que nos cueste, hay que saber afrontar.

Llevas mucho tiempo queriendo visitar aquel pueblito junto al mar, comer en ese restaurante que tanto te han recomendado y hacer la ruta del paisaje que llevas viendo en fotos desde que eras pequeña. Por fin has reservado los días. Te acompaña gente a la que quieres y algún acoplado más. Y, una vez allí, descubres que no podrás realizar ninguno de esos planes concretos. ¿La causa? Que otros ya han pensado el viaje por ti, concretamente uno. Sí, la persona en la que estás pensando, aquel amigo al que tienes un gran aprecio, pero que nunca da su brazo a torcer; siempre hay que ir cuándo, dónde y cómo él diga. Da igual que os levantéis pronto para aprovechar el día, él se levantará más tarde y entonces propondrá otra cosa, total, ya no va a dar tiempo. Si se lo dices será peor, pues tu sinceridad desembocará en un alud de reproches o de caras largas con el que tendrás que convivir las próximas horas. Y estás de vacaciones. Los demás tampoco dicen nada, no quieren malos rollos.

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