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Nunca acabaremos con el placer de 'putare': recorriendo la historia a través de los motes
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Y tú, ¿de quién eres?

Nunca acabaremos con el placer de 'putare': recorriendo la historia a través de los motes

Con ellos, producto de la creatividad oral propia de comunidades rurales y de escasa población, o de barrios con características muy identitarias dentro de las ciudades, se traza una narrativa aún poco estudiada

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"La sangre de mi espíritu es mi lengua", decía Unamuno. A través de ellas, de la sangre como alguna suerte de herencia y la lengua, que también lo es, la historia puede trazarse de una forma particular, la que ha hilado durante siglos la noción popular del mote o apodo. Muchos apellidos hoy en día, de hecho, provienen de expresiones que alguien alguna vez empezó a emplear para referirse a una persona, y así a la familia, y a las generaciones de esa familia. Tirar de ese hilo sigue siendo una tarea compleja, ya que el academicismo aún no se ha acercado al fondo de todas las cuestiones que plantea (antropológica, social, histórica) desde lo oral, pero podemos intentarlo. Y tú, ¿de quién eres?

Alfonso X el Sabio, Pedro I el Cruel, Jaime I el Conquistador, Fernando e Isabel los Reyes Católicos, Luis XIV el Rey Sol, Domenikos Theotokopulos el Greco, Miguel de Cervantes el Manco de Lepanto… El concepto de apodo hunde su raíz en la acepción latina "putare", que significa, literalmente, juzgar. Por eso todos los apodos, al fin y al cabo, encierran juicios, a veces positivos, a veces peyorativos. A veces fundamentales para significar a alguien, en el mejor de los sentidos: en la época medieval, fueron la forma más habitual en que la gente se distinguía hasta que se creó un mandato para registrar a las personas. Al registrarlas, se escribían sus apodos o descriptivos. Que si el granjero, que si el hermoso, el alegre… Por elegir los más sencillos.

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No obstante, podrían remontarse aún más en el tiempo si le suponemos un origen bíblico, como destaca el escritor y etnógrafo José Ramón López de los Mosos en su trabajo Los motes y apodos como ejemplo de realidad lingüística y social. El mote en la provincia de Guadalajara: Jahvé, tras la creación, se encontró con que no podía poner nombre a sus criaturas, dado que aún no se habían inventado; por lo que hubo de buscar la solución en una onomástica basada en la motivación. He aquí algunos ejemplos: Adán "hecho de tierra", Eva "madre de todos", Sansón "pequeño sol", Saúl "pacífico" o Moisés "salvado de las aguas".

Cada mote es único

A priori, sus orígenes se pueden clasificar según las profesiones, los topónimos, el aspecto físico o el carácter. Luego, ya sabemos: ruedan de generación en generación, aunque las profesiones cambien, y los topónimos, y el aspecto físico y el carácter. Que te conozcan como conocían a tu bisabuelo, o incluso a tu tatarabuelo, y así sucesivamente, no es nada raro, sobre todo si vives en un pueblo. Esto quiere decir que cada mote es único, pero eso sí, todos tienen algunos puntos en común.

placeholder Retrato de Fernando e Isabel de Castilla, los Reyes Católicos. (Wikimedia)
Retrato de Fernando e Isabel de Castilla, los Reyes Católicos. (Wikimedia)

Según López de los Mosos, nace de una motivación, ya que los nombres y apellidos impuestos tras el nacimiento sirven simplemente para designar y distinguir; el apodo añade alguna carga expresiva o estilística especial, que es motivada por algún rasgo o herencia personal o social (real o atribuida imaginariamente por la comunidad) de quien lo recibe. Además, la autoría y asignación de apodos, que no suelen ser positivos, es por lo general anónima o reservada.

"El apodo es ambiguo, inestable, su número crece o disminuye, no tiene norma que lo regule. Es generalmente producto de la creatividad oral propia de comunidades
rurales y de escasa población, o de barrios con características muy identitarias dentro de las ciudades.
Se hereda a veces de una generación a otra; y convive con otros apodos, lo que conduce a que en ocasiones un mismo individuo pueda reunir motes heredados por línea paterna y materna, por ejemplo. Y suele ir acompañado de artículo, sobre todo en el mundo rural, y a veces deriva en masculinos, femeninos y plurales: 'la Cana', 'el Boliche', 'los Charranes'", explica el experto.

De identidad y humillación

Sentencia un refrán, que no anda muy lejos del asunto de los motes, que de casta le viene al galgo. Al final, podemos entenderlos como una referencia reivindicativa para la identidad o como otro método más del humillante ninguneo que las clases enriquecidas han usado para silenciar esa identidad misma del pueblo y sus habitantes humildes a lo largo de los siglos.

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No todos los vecinos y vecinas tenían la suerte de verse favorecidos por un apodo con título nobiliario. En cambio, este título que la sociedad concede, no precisa de carta de concesión dada por el rey, ni está sujeto al pago del impuesto correspondiente. Se trata de una "herencia preciada que se valora con la fanega de tierra, el capitalejo a usura, o las deudas galanas, que de todo hay, o como vituperio que la filosofía de los sabidores de plaza ha dejado escrito", que decía Luis González López en su artículo El mote, contribución preciadísima al idioma castellano, publicado en el Boletín del Instituto de Estudios Giennenses en 1963.

Así, no puede decirse que "el mote sea privativo o exclusivo de una región lingüística determinada, ni síntesis festiva o expresiva de un pueblo, ni capricho predominante de un escritor por afamado y culto que sea. En toda la geografía española tiene presencia el mote, de tal manera que podemos afirmar que ninguna firma popular, esencialmente popular, escapa a su influjo, a su ironía, desde Cervantes hasta nuestros días", como apunta González López, aunque puede conjugarse según donde nos encontremos.

El poder de los motes reales

Lo cierto es que echando una vista rápida a los motes más sonados, vemos que no son otros que los de los propios reyes y reinas: Alfonso Florilaz de León y Galicia el Jorobado; Bermudo II de León, el Gotoso; Sancho I, el Craso; Luis I de Navarra, el Testarudo o el Hosco; u Ordoño IV de León, el Malo, o Ramón Berenguer II, Cabeza de estopa. El poder, desde luego, no quedaba exento de ellos: a veces, la única forma que la sociedad tenía de enfrentarse a la oligarquía que expropiaban sus tierras y su futuro. La oralidad, de esta forma, se volvía un arma de defensa.

placeholder Alfonso Florilaz de León y Galicia, el Jorobado / Carlos II, el Hechizado. (Wikimedia)
Alfonso Florilaz de León y Galicia, el Jorobado / Carlos II, el Hechizado. (Wikimedia)

González López lo define diciendo que el mote es a la persona lo que la caricatura al retrato, tanto más fiel cuanto mejor se ve reproducido. "Un rasgo, un gesto, un ademán, algo característico, el defectillo que no se advierte ni se corrige, la reiteración, el vicio, la torpeza, la fealdad, sirven, a las veces, para pintar de un solo trazo lo que ya ha de quedar en la memoria del vulgo". Con ello, lo único que puede decirse de ellos a ciencia cierta es que dan forma a la cultura desde lo autóctono a lo más amplio del país.

Si bien muchos personajes históricos han quedado precisamente en la historia a través de sus motes, en el día a día esta narrativa se sostiene, sobre todo, en pueblos y aldeas, en el medio rural, donde los apodos comparten con los apellidos, la fijación familiar y la transmisión intergeneracional, pero su carácter extraoficial dificulta recopilarlos, explica la lingüista Ana Boullón. Apenas aparecen en los registros civiles ni en los eclesiásticos, y en los textos escritos solo suelen hacerse un hueco en la literatura de los márgenes o en las esquelas de los periódicos.

Antropología de los pueblos

Sin embargo, en algunos lugares son tantos que es imposible que pasen por alto. Con apodos del pueblo se puede preparar una comida entera, postre incluido, le dijo a Josefa Galán su madre. Conocida como Fifi, esta enfermera prejubilada explicaba así al periodista Francisco Javier Franco para Diario de Cádiz cómo funciona el asunto de los motes en su pueblo, Trebujena. Ella, sin ir más lejos, es hija de Juanillo Rasposo y Josefita la Candida Mechilla, sobrina de Los Coloraos y está casada con un Lopijo. Lo suyo no es más que otro de los ramajes que el árbol genealógico del vecineo en esta localidad gaditana tiene: hay algo más de 7.000 habitantes, y muy pocos pueden decir que se les conoce por su nombre original.

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No hay que ser de Trebujena, eso sí, para reconocerse en esta forma de historia. Desde la localidad malagueña Frigiliana, por ejemplo, los profesores Antonio Sánchez y Mari Carmen Casanova intentan que el vínculo entre lo puramente académico (semántico, fonético y gramatical) de los apodos y su anecdotario se fragüe. Catedrática de Lengua y Literatura en Enseñanza Secundaria, Casanova lleva toda la vida dedicada a las peculiaridades del habla desde en 1973, en su Memoria de Licenciatura analizó "El habla de Maro", pedanía de su pueblo natal. Trabajos concretos como los suyos, dentro y fuera de Andalucía, son los que poco a poco van emergiendo del vacío que los estudios habían obviado sobre esta parte de lo oral.

Si bien es cierto que en dicha comunidad autónoma, la cuestión es más que notoria. "Decididamente, el habla castellana hay que estudiarla en Andalucía, dejando atrás la llanura y metiéndose en el monte", como ya señalaba González López. Si además tenemos en cuenta las observaciones de José Cenizo Jiménez sobre los motes en el ámbito del flamenco, de hecho, podemos observar una dinámica clara y constante de entenderse con motes. Muchos tienen su origen en el físico de la persona. Ya nos encontramos apodos de este tipo en antiguas crónicas como la del Condestable Iranzo (de la segunda mitad del siglo XV), que denomina a un jiennense encargado de transportar a personas presas entre Jaén y el reino de Granada como Alonso "el Gordo".

Desde Galicia, la lingüista onomástica Rosario Soto explica también que los apodos y sobrenombres de la Galicia medieval son fuente de apellidos actuales, entre ellos algunos tan comunes como Fariña, Ferreiro o Pardo. Lo mismo sucedió en Castilla, según apuntaba la filóloga Consuelo García Gallarín. En aquel momento de la Edad Media, "se produjo un empobrecimiento onomástico que se extendería entre el pueblo, al repetirse con demasiada frecuencia los mismos nombres imitando a las clases altas; este hecho provoca la creación de un nuevo sistema de diferenciación, que se produce a través de un sobrenombre, el cual en la gran mayoría de los casos obedecía al oficio ejercido por el cabeza de familia", sostiene Mari Ángeles García Aranda.

"La sangre de mi espíritu es mi lengua", decía Unamuno. A través de ellas, de la sangre como alguna suerte de herencia y la lengua, que también lo es, la historia puede trazarse de una forma particular, la que ha hilado durante siglos la noción popular del mote o apodo. Muchos apellidos hoy en día, de hecho, provienen de expresiones que alguien alguna vez empezó a emplear para referirse a una persona, y así a la familia, y a las generaciones de esa familia. Tirar de ese hilo sigue siendo una tarea compleja, ya que el academicismo aún no se ha acercado al fondo de todas las cuestiones que plantea (antropológica, social, histórica) desde lo oral, pero podemos intentarlo. Y tú, ¿de quién eres?

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