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Mano dura contra el 'pinball': ¿por qué se prohibió en EEUU después de Pearl Harbor?
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Mano dura contra el 'pinball': ¿por qué se prohibió en EEUU después de Pearl Harbor?

Era un entretenimiento de bajo coste, por lo que se convirtió en la alternativa perfecta durante la Gran Depresión, a la que muchos acudían para evadirse de la realidad

Foto: La policía de Nueva York destruye una máquina de pinball en1949. (Getty/Bettmann)
La policía de Nueva York destruye una máquina de pinball en1949. (Getty/Bettmann)

Podríamos decir que es la antesala a Internet, el lugar donde la infancia digital fue tomando forma. Allí todo estaba oscuro y colorido al mismo tiempo: luces de neón por todas partes, el sonido de decenas de máquinas que pitan y tocas alguna cancioncilla eléctrica, bolas, discos, niños y niñas con los ojos insertados en el juego. Las pantallas aún eran mínimas, pero se emulaban a base de cristal. Las pelotas pasaron a ser muy pequeñas, dejaron de estar en el suelo, entraron en cajones por los que desplazarlas era todo un reto a dedo. Un par de botones que apretar y a jugar. ¿Qué había más divertido que un pinball para los peques de los setenta, los ochenta y los noventa?

Aquella normalidad alguna vez fue poco normal, y aquel juego (aquellos juegos) que iban alejándonos de la calle alguna vez fueron "de la calle" en el sentido más despctivo de esta expresión. Poco antes de que llegaran a nuestra vida pulularon por Estados Unidos, su país de origen, a través de los bajos fondos y la mafia. Estamos en la década de 1930, y el pinball no es cosa de niños. Su historia es la historia de la marginalidad contra las clases obreras y el cercado de las autoridades hacia tantas personas marginadas. Para que el pinball naciera tuvo primero que morir. Pero eso sucedió con el ataque a Pearl Harbor, así que vayamos por partes.

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Para comprender la trayectoria de este curioso juego debemos remontarnos, en realidad, a Francia. Ahora estamos en el siglo XVIII: los últimos años gloriosos de la aristocracia, aquella que se pasaba la vida jugando al croquet. Hasta que se cansaron de esperar a que dejara de llover para poder seguir jugando. De esta forma, a los franceses adinerados se les ocurrió la idea de un juego llamado Bagatelle.

Los orígenes aristócratas del juego

No era más que un tablero de madera con obstáculos por los que había que hacer rodar una bola para introducirla en alguno de los agujeros que se tallaban en la madera. A cada hoyo se le aginaba un número, y el jugador ganaba puntos en función del hoyo en que la insertara. Sería, también, el "antepasado" más evidente de la máquina de pinball. Desde el primer momento tuvo un gran éxito, tanto que los soldados franceses lo llevaron consigo a Estados Unidos durante la Revolución Americana a finales de siglo. Una vez allí, al otro lado del Atlántico, el Bagatelle se popularizaría entre todas las clases sociales y estratos de la sociedad.

Fue el inventor Montague Redgrave, natural del Estado de Ohio, quien cogería aquel centenario juego para hacerle algún que otro retoque: el primer juego de pinball nacía, aunque aún sin este nombre. A Redgrave se le otorgó una patente estadounidense por sus "mejoras". Había añadido un resorte en espiral, una pendiente y canicas más pequeñas. Ahora se llamaba "Parlor Table Bagatelle".

La nueva versión del juego se hizo rápidamente popular en los bares de todo el país. La gente se reunía alrededor de él como lo había con una mesa de billar, pero aquí lo que importaba era las puntuaciones. Cuanto más puntos, más orgullo te llevabas a casa; y, con suerte, hasta caída alguna bebida gratis. Así transcurrieron las dos primeras décadas del nuevo siglo XX.

Depresión, pobreza y alcohol

Llegado 1930, todo cambió. Con la llamada Depresión, todo lo que supusiera una evasión de la realidad era tomado casi como milagro. Cualquier cosa, además, valía para alejarse durante un rato de la pobreza que azotaba a la sociedad. El alcohol y el juego se convirtieron en una necesidad de primera, claro, y por ello también en el objetivo de las autoridades. La máquina de pinball era entretenimiento de bajo coste, por lo que muchos acudían a ella en el interior de los bares para olvidar lo que sucedía en el exterior. La primera máquina automática de este tipo data, de hecho, del año 1931.

El asunto, de cara a las autoridades, empeoró sobre todo cuando Bally comenzó a fabricar máquinas que cobraban al ganar, lo que entraba en conflicto con las leyes de apuestas del país norteamericano en aquel momento

Ante la necesidad, es decir, la demanda, el negocio en la oferta se hizo evidente. Karen Harris señala en un artículo para History Daily que "1931 fue un año excepcional para el pinball": Raymond Maloney desarrolló un juego de pinball mecánico que funciona con monedas, llamado "Bally Hoo". El juego fue tan bien recibido que, ese mismo año, Maloney fundó Bally Company. Por su parte, otra empresa como Bingo Novelty Games encargó a D. Gottlieb & Company que fabricara su propia versión, llamado Baffle Ball. Aquel tablero se prestaba a cualquier cosa, y a finales de la década, aparecieron las primeras máquinas con campos luminiscentes que marcaban la puntuación. Unas pequeñas luces parecían tener el poder que el gobierno no encontraba. Era una especie de psicodelia colectiva (con el alcohol siempre a escondidas que reforzaba la experiencia del juego).

placeholder Dos niños juegan con una máquina de pinball en torno a 1955. (Getty/Three Lions/Vecchio)
Dos niños juegan con una máquina de pinball en torno a 1955. (Getty/Three Lions/Vecchio)

El asunto, de cara a las autoridades, empeoró sobre todo cuando Bally comenzó a fabricar máquinas que cobraban al ganar. Estos ajustes estaban en conflicto con las estrictas leyes de apuestas del país norteamericano en aquel momento. Efectivamente, las máquinas de pinball se acabaron prohibiendo. Estuvieron fuera de la ley desde principios de la década de 1940 hasta nada más y nada menos que 1976: la policía las buscaba, y si las encontraba se liaba a mazasos con ellas. Incluso las amontonaban en la calle para romperlas en un acto simbólico ante los ojos de la gente. Así querían imponer su poder, pero por supuesto no lo consiguieron. Como apunta Eric Grundhauser en Atlas Obscura, "consideraban que este juego resonaba, zumbaba, saltaba y golpeaba como una mancha tanto moral como económica en la orgullosa cultura de Estados Unidos".

Tres décadas en la clandestinidad

Desde la clandestinidad, las máquinas siguieron prosperando. Por cada mazaso se fabricaban tres o cuatro o cinco. Por aquel momento, los jugadores aún tenían que golpear e inclinar la máquina para que la pelota cambiara de dirección. Difícilmente podemos imaginar una máquina de sin aletas que faciliten estos movimientos, pero es que estas no llegaron hasta 1947. El pinball ya estaba prohibido, asociado con la mafia y, ya sí, visto como una distracción peligrosa para los niños.

Esta guerra contra el pinball fue iniciada en gran parte por Fiorello LaGuardia, alcalde de la ciudad de Nueva York, como explica la historiadora Rosemary Giles en un artículo para The Vintage News. LaGuardia "fue elegido como parte de una plataforma que prometía acabar con la corrupción y el crimen, en particular contraatacando a la mafia. Hizo una misión personal para 'sacar a los vagabundos de la ciudad'. Para ello, su primer objetivo fueron las máquinas tragaperras, muchas de las cuales estaban controladas por el conocido jefe de la mafia Frank Costello".

La estrategia, en un principio, resultó óptima para las élites, ya que con ella LaGuardia logró echar a miles de personas marginadas, personas que vivían en la calle, controlada por la delincuencia y el crimen donde Costello siempre tenía algo que ver. "Su siguiente objetivo fueron las máquinas de pinball que se fabricaban en Chicago, otra ciudad llena de crimen organizado. LaGuardia afirmó que este juego "robaba los bolsillos de los jóvenes en forma de monedas de cinco centavos y diez centavos que se les daban como dinero para el almuerzo".

El ataque a Pearl Harbor

En esta ocasión, y pese a su éxito anterior, LaGuardia tardó un poco más en conseguir la prohibición por eso que llamaba "cuestiones de moralidad". No fue hasta después del ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 cuando su discurso tomó fuerza. El ataque era un gran gancho de retórica, y LaGuardia se basó en la positividad recién encontrada hacia el conflicto para argumentar que las máquinas de pinball no solo eran una pérdida de tiempo, sino que eran un desperdicio de materiales importantes que deberían usarse para la guerra.

El mensaje de LaGuardia resonó y las redadas policiales se hicieron constantes. En solo tres semanas se hicieron con unas 3.000 máquinas de pinball con las que produjeron más de 4.000 kilos de metal para armamento militar

Se trataba ya, literalmente, de un asunto de patriotismo. Que "el metal de estos artilugios malignos se fabricara en armas y balas que puedan usarse para destruir a nuestros enemigos extranjeros", decía el alcalde. El mensaje resonó, claro, y las redadas policiales se hicieron constantes. En solo tres semanas, apunta Giles, los agentes pudieron recolectar aproximadamente 3.000 máquinas de juegos que produjeron más de 4.000 kilos de metal para armamento militar.

placeholder Máquinas de pinball en una sala de recreativos de Japón en torno a 1955. (Getty/Three Lions/Orlando)
Máquinas de pinball en una sala de recreativos de Japón en torno a 1955. (Getty/Three Lions/Orlando)

Según explica Michael Schiess, director ejecutivo del Pacific Pinball Museum en la localidad de Alameda, en California, y coleccionista de máquinas de pinball desde 2001 a Grundhauser, desde dicho momento otros lugares como la propia Chicago, Oakland y hasta California siguieron el modelo implantado en Nueva York y crearon leyes para prohibir o limitar el uso de estas máquinas. Las nuevas restricciones legales, sin embargo, solo consiguieron anular el uso de aquellas máquinas y configurar su finalidad para que no pudieras "ganar" per se, sino que compitieras por la oportunidad de un juego adicional.

El fin de su prohibición

Así se mantuvo el asunto hasta 1976. En este sentido, nos quedan grandes referencias culturales que lo atestiguan: Cuando se estrenó la ópera rock de The Who, Tommy, en 1972, el pinball todavía era ilegal en la mayoría de las ciudades estadounidenses, por lo que el personaje principal se presentó como "un forájido inconformista y rebelde, a pesar de sus discapacidades", escribe Harris.

De la misma forma, cuando debutó la comedia Happy Days, el rebelde chico malo del programa, The Fonz, aparecía jugando pinball en los créditos iniciales, "probablemente para establecerlo como el tipo duro al borde de la ley". No son las únicas, pues las referencias sutiles al pinball y la rebelión juvenil se volvieron habituales en programas de televisión y películas de los 50, 60 y principios de los 70.

Un buen día, un tal Roger Sharpe tuvo que testificar ante el tribunal por la guerra abierta contra el pinball. No era un hombre cualquiera. Se encontraba bien cerca de aquella máquina demonizada como jugador profesional. Sharpe era bien conocido por su habilidad con la bola, ganaba una y otra vez, y eso le había otorgado una posición tan notable como peligrosa. En su defensa, aseguró que se había convertido en un juego de habilidad en lugar de un juego de azar, como se le entendió en sus orígenes. Lo demostró jugando una partida en la propia sala del tribunal, prediciendo el movimiento exacto de la pelota antes de disparar. Su actuación convenció a la sala del tribunal de que el pinball era en realidad un juego de habilidad inofensivo.

Podríamos decir que es la antesala a Internet, el lugar donde la infancia digital fue tomando forma. Allí todo estaba oscuro y colorido al mismo tiempo: luces de neón por todas partes, el sonido de decenas de máquinas que pitan y tocas alguna cancioncilla eléctrica, bolas, discos, niños y niñas con los ojos insertados en el juego. Las pantallas aún eran mínimas, pero se emulaban a base de cristal. Las pelotas pasaron a ser muy pequeñas, dejaron de estar en el suelo, entraron en cajones por los que desplazarlas era todo un reto a dedo. Un par de botones que apretar y a jugar. ¿Qué había más divertido que un pinball para los peques de los setenta, los ochenta y los noventa?

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