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Más allá de 'The Last of Us': un viaje por los hongos amigos y enemigos que nos rodean
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Más allá de 'The Last of Us': un viaje por los hongos amigos y enemigos que nos rodean

Tras las bacterias, los hongos son la vida terrestre más antigua: las primeras en tantear, en allanar el terreno, en hacerlo posible. Y entonces, se multiplicaron sin parar, a velocidades que ni la imaginación alcanza

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Llevan aquí unos mil millones de años, según la última estimación de la micóloga Mary Berbee. Llegaron antes que las primeras plantas terrestres, y antes que cualquier animal. Por supuesto, millones de años antes que los seres humanos. Cuando todo esto era campo, que dirían los más viejos (o más bien una densa mezcla de elementos convergiendo) se ganaban la vida minando rocas, extrayendo minerales, alimentándose de bacterias y luchando contra ellas por los escasos recursos que el planeta aún ofrecía. Así, los hongos se convirtieron en maestros de la supervivencia.

Solo aquellas bacterias habían llegado a la Tierra antes que ellos, y la convivencia fue una auténtica muestra del devenir de la vida. Gracias a ella, de hecho, existe todo lo demás. Tras las bacterias, los hongos son la vida terrestre más antigua: las primeras en tantear, en allanar el terreno, en hacerlo posible. Y entonces, se multiplicaron sin parar, a velocidades que ni la imaginación alcanza.

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En esta historia, la de la evolución misma, convergen muchas historias distintas que nos llevan más allá de los mundos burbuja en que concebimos los humanos la existencia, para adentrarnos en significados cambiantes como cascadas de colaboración y complejidad. Lejos de la demonización con que a veces se les mira, a los hongos solo se les puede abrazar. Tampoco podemos hacer mucho, para bien y para mal, ante la inmensidad que representan. Nos asustan en ficciones como la nueva serie de HBO The last of us, nos aterran porque sabemos que, en la invisibilidad de lo subterráneo, manejan todos nuestros movimientos, pero no lo hacen como un gran hermano, sino como los compañeros de tierra que son o, al menos, que deberían empezar a ser en nuestras ideas, teorías y formas de habitar.

No todos son malignos

Para acercarnos a ellos, lo primero que debemos saber es que varían mucho en tamaño: desde una levadura microscópica hasta el organismo vivo más grande hallado hasta la fecha: el hongo de la miel Armillaria solidipes, cuya red subterránea abarca nada más y nada menos que una superficie equivalente a 1662 campos de fútbol.

Puedes dar un paseo por el bosque para encontrarte a decenas de ellos con una mirada rápida, asomando al exterior con las lluvias. Es posible, por ejemplo, que veas la versión real del hongo rojo y blanco del videojuego Super Mario Bros. Porque de la misma forma que ahora The last of us nos muestra a un hongo maligno que se apodera de los cuerpos de sus protagonistas y emerge de ellos, la ficción nos ha mostrado muchos de ellos en diversos formatos, aunque suele quedarse en lo superficial. No todos son dañinos y todos, en definitiva, existen con un propósito.

placeholder Micelio de un champiñón. (iStock)
Micelio de un champiñón. (iStock)

Lactarius deliciosus, Pleurotus eryngii, Agaricus campestris, Boletus edulis, Suillus luteus, Morchella esculenta y Coprinus comatus son los nombres científicos de los más habituales de entonces. Aunque si no eres ningún experto, seguro que te suenan más como níscalo, seta de cardo, champiñón silvestre, hongo blanco o seta calabaza, babosillo, colmenilla y matacandil. Algunos comestibles, otros no… seguirlos se convierte en toda una aventura, y si no que le pregunten a los micólogos.

El principio de la existencia

Sin embargo, pese a todo lo que puedes ver en un día cualquiera en el campo, apenas habrás arañado la superficie del mundo fúngico: los científicos estiman que hay entre 1,5 millones y 15 millones de especies de hongos, pero hasta ahora han descubierto y nombrado solo unos 140.000 aproximadamente. La mayor parte de esta identificación se ha realizado con microscopios, pero durante las últimas dos décadas, la secuenciación del ADN ha permitido distinguir una gran cantidad de microhongos abriéndonos camino entre ellos.

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(iStock)

Son estos últimos, precisamente, los más maltratados, en los que el micólogo Keith Seifert se enfoca en su libro The Hidden Kingdom of Fungi, aún no traducido al español. Seifert ha pasado su carrera "obsesionado con los nombres latinos de los hongos", y reconoce que la taxonomía puede no ser fácil. Partiendo de ahí, explica por qué son un "mal necesario" y proporciona una introducción al sistema de clasificación moderno, comparándolo con "una guía telefónica para buscar la dirección evolutiva de un hongo". Es por ello que se ha propuesto explorar con palabras el viaje evolutivo de los hongos y las diversas relaciones simbióticas que tienen con otros organismos. Estas relaciones han enturbiado la imagen científica de la ecología y la evolución.

Así coopera la naturaleza

En la visión tradicional de la evolución propuesta por Charles Darwin, la competencia es vista como la fuerza motriz de la selección natural. Pero Darwin "minimizó la importancia de la cooperación en la naturaleza", expresa Seifert. Basta con tener en cuenta el éxito evolutivo de los líquenes, un grupo muy diverso que se ha extendido por todo el mundo. Estos organismos complejos consisten en un alga y un hongo que viven juntos en una relación mutuamente beneficiosa.

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Dicha relación resulta cada vez más fascinante a medida que se traza una narrativa de ella en libros como el de Seifert o el de la antropóloga estadounidense Anna Tsing La seta del fin del mundo. Comenzó hace unos 450 millones de años, cuando un grupo de algas verdes salpicaron las costas que se habían ido formando. En aquel momento, los hongos les extendieron una mano amiga, como señala la bióloga y geógrafa Annamaria Talas en un artículo para la revista Cosmos, "enviando sus filamentos al tejido de la planta para proporcionarles un sustento de agua y minerales. Las algas devolvieron el favor proporcionando azúcar".

Talas explica que los filamentos fúngicos "penetraron en las mismas células de las plantas, formando una estructura similar a un árbol que se conoce como 'micorriza arbuscular'". A su llegada, los seres humanos no entendieron nada. Esta colaboración entre especies ha sido un secreto perdurable de la naturaleza, de hecho, hasta bien reciente. Concretamente, en 2015.

Así llegó el ecosistema terrestre

Fue entonces cuando el microbiólogo evolutivo Pierre-Marc Delaux, ahora perteneciente a los laboratorios de la Université Paul Sabatier de Toulouse (Francia), reveló que los ancestros de algas de las plantas terrestres, un grupo llamado 'carófitos', estaban equipados para comunicarse con los hongos mucho antes de que se encontraran con ellos. A diferencia de otras algas, estas carófitas poseían un conjunto único de genes de "señalización". Esto les permitió detectar y trabajar con estos hongos cooperativos. Desde entonces, casi todas las plantas terrestres se han nutrido de sus hongos simbióticos.

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El reverdecimiento de la tierra puso en marcha una trayectoria que condujo a la riqueza de la vida que nos rodea. Trabajando con los hongos, las primeras plantas cambiaron la atmósfera y provocaron la evolución de los ecosistemas terrestres con todas sus plantas y animales. Y nunca han dejado de hacerlo: Día tras día, miles de millones de esporas de hongos invisibles caen sobre nosotros. Cada uno tiene el modelo de ADN de un hongo y puede preservar fielmente ese ADN durante períodos de tiempo asombrosos.

El año pasado, investigadores de la Agencia Japonesa para la Ciencia y Tecnología de la Tierra y el Mar cultivaron un hongo de un centímetro de alto a partir de esporas recuperadas de un núcleo de perforación, una sección larga y delgada de material del lecho marino. Perforando 2,5 km bajo el lecho marino del Pacífico, el fondo del núcleo contenía sedimentos de 20 millones de años que transportaban las esporas de un antiguo hongo terrestre.

La "Wood Wide Web"

Sí, están en todas partes. Y deben estar. Su papel en la ecología forestal, la agricultura, la fermentación, el entorno construido e incluso el cuerpo humano da sentido al mundo en su conjunto. Como apunta Seifert, los amantes de la naturaleza disfrutarán aprendiendo sobre eso que ahora llaman "Wood Wide Web" en un juego de paralelismos con la "World Wide Web" pero bajo el suelo. Sin la primera, la segunda sería imposible. Esa red subterránea de hongos micorrícicos que se conectan a las raíces de los árboles para intercambiar agua, nutrientes y minerales son el comienzo de todo.

Mientras tanto, jardineros y agricultores pueden obtener conocimientos aplicables sobre los hongos que pueden ayudar o dañar los cultivos, los amantes de la comida alabarán a los hongos después de conocer las levaduras y los mohos que nos dan la "trilogía sagrada de los hongos" de alimentos como el vino, el queso y el chocolate. Podemos asustarnos al pensar en todas las especies de hongos que acechan en la casa de una persona, en la piel y el interior de esta, pero están en cada lugar para decirnos algo.

La próxima vez que mires un hongo, bien sea porque te comas un trozo de queso roquefort con una buena copa de vino, bien porque lo encuentras en un árbol o sí, también porque padezcas su presencia dentro de ti, recuerda al menos que se trata de uno del algoritmo más primitivo y sabio. No se trata de sucumbir a ellos, sino de entenderlos para entendernos a nosotros mismos. Lejos de lo que se define sobre ellos, aparecen como una señal, un recuerdo, un instinto para que la vida continúe.

Llevan aquí unos mil millones de años, según la última estimación de la micóloga Mary Berbee. Llegaron antes que las primeras plantas terrestres, y antes que cualquier animal. Por supuesto, millones de años antes que los seres humanos. Cuando todo esto era campo, que dirían los más viejos (o más bien una densa mezcla de elementos convergiendo) se ganaban la vida minando rocas, extrayendo minerales, alimentándose de bacterias y luchando contra ellas por los escasos recursos que el planeta aún ofrecía. Así, los hongos se convirtieron en maestros de la supervivencia.

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