Es noticia
Cuando el torpe es el otro: la paradoja del Rey Salomón aplicada a la vida cotidiana
  1. Alma, Corazón, Vida
UN POCO DE AUTOCRÍTICA, POR FAVOR

Cuando el torpe es el otro: la paradoja del Rey Salomón aplicada a la vida cotidiana

Somos perfectos a la hora de ver y medir los fallos de los demás y cómo enmendarlos, pero a la hora de gestionar nuestros propios conflictos... cuidado. ¿A qué se debe esta curiosa percepción psicológica?

Foto: Rey Salomón (Foto: iStock)
Rey Salomón (Foto: iStock)

Cuando estamos viendo una película en la que uno de los protagonistas se enfrenta a un problema del que todavía no es consciente (normalmente provocado por un antagonista), se produce una identificación con sus circunstancias. Entonces, la peli nos engancha. Pero más allá de lo mucho o poco parecido que podamos sentir por él (si es demasiado, sentiremos un "eske soy yo literal" que hará que nos guste realmente la obra), emerge en nosotros una necesidad de actuar, de no mantenernos callados ni sentados en la butaca y gritar un "¡date cuenta!".

Esto es particularmente común en las películas de terror, en las típicas escenas en las que el protagonista se interna en lo oscuro y nosotros intuimos dónde está el asesino o monstruo que quiere asesinarlo. Y, como suele suceder, al menos en aquellos 'filmes' del género slasher, pocos consiguen escapar de las redes del villano, precipitando a todo el mundo hacia un desenlace fatal en el que, con suerte, solo sobrevive una persona. Entonces nos llevamos las manos a la cabeza pensando cómo es posible que fuera tan tonto el personaje, que no viera venir la tragedia antes de tiempo, y entonces nos identificamos más con aquel que sobrevive (ya sea por azar o acierto), aquel que resuelve el puzzle del drama y se anticipa a lo malo, resolviendo por fin el conflicto de la historia.

Para contentarnos con nosotros mismos, recurrimos a la comparación, ya que no estamos tan mal como cualquier otro que esté peor

Esto, de alguna forma, se puede trasladar a nuestra vida personal. Por ejemplo, cuando un amigo cercano está pasando un mal momento con su pareja, ya sea porque esta le ha engañado o porque ya no se quieren. ¿Cómo es posible que sea tan ciego como para no ver y aceptar su inminente ruptura? O cuando alguien se equivoca a la hora de enfrentarse a un reto importante y, a pesar de haberle advertido tantas veces de las amenazas que encontrará en el camino y haberle dado tantos consejos sobre lo que haríamos nosotros en su lugar, sigue cayendo en el error. Entonces, ya solo queda criticar sus acciones con terceras personas, pues cuando alguien no se da cuenta de los innumerables errores que comete y que vuelve a cometer sin cesar, solo cabe pensar en que es un imbécil y hacer chanza con ello.

Todos somos torpes a ojos de los demás

En este momento, habría que hacer una labor de autocrítica ante este flagrante "consejos vendo, que para mí no tengo". Porque básicamente si reparamos en lo que nos ha pasado en los últimos meses, seguro que tampoco estaremos tan orgullosos de todas nuestras acciones o formas de gestionar los conflictos que tenemos con otras personas o con nosotros mismos. La torpeza, al fin y al cabo, solo se ve en el otro, pues incluso cuando nos estamos equivocando en el fondo pensamos que lo estamos haciendo bien; de lo contrario, no lo haríamos. Bien es cierto que puede aflorar en nosotros una pulsión autodestructiva, pero se supone que las decisiones que tomas siempre son por algo racional y positivo. Entonces, para contentarnos con nosotros mismos, recurrimos a la comparación, lo cual nos consuela porque evidentemente no estamos tan mal como ese, o como aquel o como el de más allá.

"Existe un sesgo cognitivo social que nos permite lidiar mejor con los problemas ajenos que los nuestros propios"

A este curioso efecto de la percepción de uno mismo y de su entorno podría llamársele como paradoja del Rey Salomón, uno de los hombres más sabios de su tiempo, sin duda, pero un completo incompetente a la hora de gestionar su propia vida. "El Rey Salomón era conocido en todo el mundo por su sabiduría y sentido de la justicia", explica Jonny Thompson, profesor de filosofía en la Universidad de Oxford, en la revista Big Think. "Su reino era el más rico y pacífico que jamás se había conocido. Su nombre era sinónimo de buena realeza y sabiduría. Sin embargo, en su vida privada era notoriamente caótico. Malcrió a uno de los mayores tiranos de la Biblia, su hijo, Roboam, quien convirtió a Judá en un pozo de abominación y pecado. Salomón tuvo muchas esposas y concubinas paganas, con una gran cantidad de hijos bastardos. Era derrochador y extravagante, y pensaba poco en la vida moderada y sensata. A pesar de toda su sagacidad en lo referente a los asuntos ajenos, era lamentablemente miope cuando intentaba ver y remediar los suyos propios".

Vamos, que si eres muy sabio o te lo consideran (por los buenos consejos que das), eso no quiere decir que dirijas tu vida con sabiduría. Pero aquí se da una contracción. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve cosechar sabiduría con las situaciones ajenas si luego no eres capaz de administrar bien tus circunstancias? Thompson recurre a un estudio realizado en 2014 por los psicólogos Igor Grossman y Ethan Kross, quienes distinguieron entre dos tipos de sabiduría, la general (lo que podríamos llamar "sentido común", ya que es la que está enfocada en los demás) y la personal o privada (la que está centrada en uno mismo).

Foto: Fuente: iStock.

Al principio, Grossman y Kross llegaron a dos conclusiones: efectivamente existe un sesgo cognitivo social que nos permite lidiar mejor con los problemas ajenos que los nuestros propios y, en segundo lugar, que solo cuando tomamos cierta distancia de aquello que nos preocupa somos mucho más capaces de tomar buenas decisiones. ¿Cómo podríamos conectar la sabiduría general a la privada para entonces tomar mejores decisiones que tienen que ver con nosotros gracias a la capacidad de vernos desde fuera?

Cómo verte desde fuera

Lo primero, dejar de tomárnoslo a lo personal, tanto con nosotros como con los demás. Esto sería dejar de realizar ataques ad hominem, es decir, tomar el todo por la parte: si un amigo nuestro se ha equivocado una y otra vez, no es porque sea tonto y su personalidad le definan sus acciones, al igual que tampoco somos nosotros más idiotas cuando tomamos una mala decisión. "'Haz lo que digo, no lo que hago' sería una posición más lógica", resuelve Thompson. "Y, según la psicología, muchas veces lo que decimos es mejor que lo que hacemos".

En general, nos vendría mejor dejar de criticar a los demás cuando hacen algo mal y, a la par, dejar de torturarnos por aquello que escapa de nuestro control o no podemos remediar y pensamos que es culpa nuestra. Para vernos desde fuera, Thompson recomienda hacer el ejercicio de la silla vacía, una herramienta que se usa mucho en las terapias psicológicas. Si te colocas frente a ella e imaginas que en ella está tu peor lado, aquel que toma las peores decisiones y que siempre está susurrándote al oído cosas malas, es mucho más fácil ofrecer algún tipo de consejo útil, así como también te servirá para hacer las paces contigo mismo cuando esa otra parte tome el control de la situación.

Cuando estamos viendo una película en la que uno de los protagonistas se enfrenta a un problema del que todavía no es consciente (normalmente provocado por un antagonista), se produce una identificación con sus circunstancias. Entonces, la peli nos engancha. Pero más allá de lo mucho o poco parecido que podamos sentir por él (si es demasiado, sentiremos un "eske soy yo literal" que hará que nos guste realmente la obra), emerge en nosotros una necesidad de actuar, de no mantenernos callados ni sentados en la butaca y gritar un "¡date cuenta!".

Historia Social