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Los orígenes del paraguas no tienen mucho que ver con su nombre
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Una trayectoria curiosa

Los orígenes del paraguas no tienen mucho que ver con su nombre

Llevar uno encima cuando el tiempo no es muy predecible se ha convertido casi en obligación, aunque no siempre fue para refugiarse de la lluvia

Foto: Paraguas, por Pierre-Auguste Renoir en 1883. (Wikimedia)
Paraguas, por Pierre-Auguste Renoir en 1883. (Wikimedia)

Cuando llegan las lluvias no pueden faltar. Desde luego, no somos animales acuáticos, pues aunque se trate de agua, huimos de ella sin pensarlo. Da igual que sea verano y una tormenta repentina nos pille en plena jornada de playa, nuestro instinto nos invita a correr. Ay, pensamos, quién tuviera un paraguas a mano.

Llevar uno encima cuando el tiempo no es muy predecible se ha convertido casi en obligación. Sin embargo, este artilugio tiene un origen que no hace honor a su nombre y, por tanto, tampoco al uso generalizado que tiene hoy.

Foto: Fuente: iStock.

No es un invento nuevo, eso sí, pues lleva entre nosotros más de 4.000 años. Según los historiadores, apareció por primera vez en el territorio que ahora conforma Irak. Evidentemente, como estarás ya pensando, las lluvias allí no suelen ser grandes protagonistas, tampoco antes. ¿Qué pudo entonces dar pie a que el paraguas apareciera allí?

Un utensilio de sombra

El sol, claro está. Que hay que protegerse del astro siempre fue sabido por nuestra especie, y por eso mismo nuestros antepasados crearon la sombrilla. Ese es su nombre original, del latín 'umbra'. En aquel momento, se trataba de una especie de copa de árbol ambulante para llevar la sombra incorporada.

placeholder Relieve de una sombrilla egipcia, que también se usaron como parasol y abanico por igual (flabellum). (Wikimedia)
Relieve de una sombrilla egipcia, que también se usaron como parasol y abanico por igual (flabellum). (Wikimedia)

Fueron los chinos quienes dieron otra utilidad hacia los siglos V o VI de nuestra era. Esparciendo aceite en las capas de papel para hacerlas impermeables crearon los primeros paraguas. Al emperador se le distinguía bien, entre otras cosas, por el paraguas, porque llevaba uno rojo y naranja, y el resto de chinos solo podían llevarlo en tono azul.

Ya en el siglo XIII, un monje franciscano de Florencia, Giovanni de Marignoli, emisario del por entonces Papa, lo descubrió durante uno de sus viajes a la India. De Marignoli supo rápido que aquello tenía próspero negocio y no dudó en importarlo a Europa.

Su popularidad en Europa

Sin embargo, en un principio el objeto tuvo poco éxito. Para volverse exitoso de verdad, el utensilio necesitaba un clima muy lluvioso, como el inglés. No obstante, no llegó hasta allí hasta el siglo XVIII, cuando lo introdujo el escritor y viajero Jonas Hanway. En 1830 se abrió en Londres la primera tienda especializada: James Smith & Sons, que todavía existe.

placeholder Estampa de calle repleta de paraguas, por Louis-Léopold Boilly. (Wikimedia)
Estampa de calle repleta de paraguas, por Louis-Léopold Boilly. (Wikimedia)

En 1852, Samuel Fox dio un paso más allá creando un paraguas más cóncavo y hecho de acero, que suplía así la madera o el hueso de ballena (y de ahí proviene el nombre de barbas de ballena para las varillas).

placeholder Mujeres se protegen del sol con paraguas en unas fotografías de comienzos del siglo XX. (Wikimedia)
Mujeres se protegen del sol con paraguas en unas fotografías de comienzos del siglo XX. (Wikimedia)

A partir de ahí, los paraguas evolucionaron con los ingleses como líderes mundiales. El enigma no resuelto es por qué precisamente en Inglaterra siguen diciendo 'umbrella', y no lo han adaptado a su realidad, como sí han hecho otras lenguas, una palabra que indique protección contra el agua. Como si allí tuvieran demasiado riesgo de insolación.

Cuando llegan las lluvias no pueden faltar. Desde luego, no somos animales acuáticos, pues aunque se trate de agua, huimos de ella sin pensarlo. Da igual que sea verano y una tormenta repentina nos pille en plena jornada de playa, nuestro instinto nos invita a correr. Ay, pensamos, quién tuviera un paraguas a mano.

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