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Otro olvidado más: la historia del marino Carlos de Ibarra y su guerra inagotable
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La gloria le fue efímera

Otro olvidado más: la historia del marino Carlos de Ibarra y su guerra inagotable

La leyenda que encumbra a este muchacho de Eibar nacido en las postrimerías del siglo XVI se fundamenta en un periodo crítico para la Corona Española: la Guerra de los Treinta Años

Foto: Barcos portugueses y españoles que luchan contra los holandeses en la Batalla Naval de Abrolhos (también conocida como la Batalla Naval de Pernambuco) del 12 de septiembre de 1631. (Wikimedia)
Barcos portugueses y españoles que luchan contra los holandeses en la Batalla Naval de Abrolhos (también conocida como la Batalla Naval de Pernambuco) del 12 de septiembre de 1631. (Wikimedia)

Una nación que gasta más dinero en armamento que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual.

Martin Luther King

La marca de agua de aquel marino era su historial de victorias, pero por lo que le sacaron a hombros fue por una batalla en particular. Sus hazañas dan para un panegírico y podían igualarse a las descritas en La Ilíada y sus hexámetros. Era un amante del riesgo, sin duda, pero siempre que este fuera manejable. Su capacidad de improvisación y su visión estratégica sobrepasaron su época, eran en él algo intuitivo. Pocos hechos de los que acontecieron después pueden igualar lo que les vamos a relatar.

La leyenda que encumbra a este muchacho de Eibar nacido en las postrimerías del siglo XVI se fundamenta en un periodo crítico para la Corona Española, tal que fue la Guerra de los Treinta Años. Como es sabido, este conflicto, emanaba de un tratado muy complejo y precario (Paz de Augsburgo) que no satisfacía a las partes y que a la postre engendraría una guerra inagotable que arrasaría media Europa, cuyos matices serían largo de desglosar en estas páginas, pero que prefiguran lo que podría perfectamente haberse llamado Primera Guerra Mundial.

Foto: Hernán Cortés (Wikimedia)

Hacia 1555, Carlos I de España, emperador de casi todo lo que se movía, firmó aquel complejo convenio con los príncipes luteranos que, por cierto, eran peor que una gota malaya. Una variante del protestantismo, los anabaptistas (que no andaban muy descaminados en sus reivindicaciones), vino a sumarse a aquella jaula de grillos religiosa en la que los católicos también atizaban duramente en beneficio de sus intereses habida cuenta que el tratado en cuestión no lo entendía ni el Tato y que cada uno hacía de su capa un sayo. A aquel conflicto, sin pretexto de que el adversario pensaba diferente, se sumó todo quisque cuando detrás del trampantojo -como siempre-, existían evidentes intereses geoestratégicos. Con la Dinastía Filipina en marcha se daba la afortunada fusión de Unión Ibérica. En el resto de Europa se tentaban la ropa. Total, una merienda de blancos en la que todos querían "pillar".

Europa de acuerdo para boicotear su futuro

Como no había ninguna voluntad de diálogo, aquello se convirtió en una batalla de filisteos con apariciones marianas unos, mentando a la madre de los españoles, el resto. La verdad es que no se entiende como la humanidad no se ha extinguido todavía. Una vez más, Europa se puso de acuerdo para boicotear su futuro y en esta ocasión la CIA no estaba detrás de ello.

placeholder Retrato de Carlos I. (Wikimedia)
Retrato de Carlos I. (Wikimedia)

Sabemos que la Flota de Indias era el pulmón que financiaba la verticalidad del imperio. Sostenía todos los frentes y saraos en los que estábamos metidos. El oro, la plata, las esmeraldas eran fundamentales para no colapsar. Las guerras nos devoraban y el prestigio tenía un precio. El escenario bélico abarcaba todo el orbe y la globalización de la guerra era un hecho. Los enemigos eran muchos y su voracidad insaciable. Cartagena de Indias era la terminal desde donde el mastodóntico imperio que fuimos engrasaba la maquinaria de la Corona y la defensa de sus intereses. Holandeses e ingleses andaban medrando y al acecho.

Carlos de Ibarra, al mando de un convoy repleto de existencias cuyo importe se calculaba en 30.000.000 de pesos, apoyado por pequeñas urcas artilladas, unas novedosas fragatas de bajo bordo y buen porte y los gigantes del océano, los galeones, además de una marinería bien entrenada y entregada a su magnetismo, liderazgo y enorme personalidad, hizo frente en el año de 1621 a una enorme escuadra holandesa que ni de lejos tenía marinos tan capaces como los españoles pues lo suyo, era la piratería esto es, carteristas sin mucho pedigrí. En consecuencia, la estrategia de andar por casa era el aquí te pillo, aquí te mato. No había mucho arte en aquello. Sin embargo, ellos porfiaban por hacerse con tan increíble botín y el vasco no daba su brazo a torcer. Una semana duró la persecución. Todo lo que podía salirles mal a los holandeses, ocurrió.

Y llegaron los holandeses

De entrada, la salida anual de Cartagena de Indias de la flota con sus enormes riquezas no auguraba mayores complicaciones. Entre la cercana Barranquilla y Cartagena había una enorme colonia de gaviotas azuladas que acompañó al convoy hasta bien adentrado en el océano. Aquella coreografía era habitual en todos los viajes hacia la península. Fue al día siguiente cuando se avistaron temprano ocultas por la niebla las velas de una imponente flota; eran los holandeses que venían con hambre.

placeholder Ilustración de Cartagena de Indias ocupada por barcos holandeses. (Wikimedia)
Ilustración de Cartagena de Indias ocupada por barcos holandeses. (Wikimedia)

Ibarra ya venía con la reputación certificada. Cerca de Gibraltar en 1627, le había aplicado un correctivo importante a una escuadra holandesa. No cabe duda de que era un navegante audaz y conocedor del medio. Pero nada como para encumbrarlo a la gloria como la antológica derrota que infligió a aquellos osados perillanes en el Caribe.

Fue allá, donde se solapan julio y agosto, en el año 1638, donde aconteció este increíble hecho de armas. Corneliusz Jolls era un excelente marino y nada evidenciaba que fuera manco. "Pie de Palo", que así le llamaban los suyos, llevaba en su flota a lo más granado de una heterogénea chusma de aventureros sin muchas capacidades que sumar, salvo la de levantar carteras a los paseantes.

Un ataque en mitad del océano

Al tercer día de navegación, la escuadra holandesa les dio alcance. Ibarra consiguió repelerla pese a la notoria desigualdad de fuerzas. En el ataque continuado, que se produjo en medio de la nada oceánica, fueron cuantiosas las pérdidas humanas y materiales. Ambos bandos, holandeses y españoles, se dejaron en el empeño, los primeros, cerca de 500 hombres, los segundos, alrededor de 200. Una osada urca adversaria que se acercó imprudentemente por popa de la nave capitana de Ibarra fue capturada y llevada a remolque como trofeo. La técnica de reagrupamiento y formación compacta dio sus frutos.

placeholder Banquete de la Guardia Cívica de Amsterdam con motivo de la Paz de Münster por Bartholomeus van der Helst, pintado en 1648. (Wikimedia)
Banquete de la Guardia Cívica de Amsterdam con motivo de la Paz de Münster por Bartholomeus van der Helst, pintado en 1648. (Wikimedia)

Tras perder la quinta parte de sus naves, ocho de ellas, incluidos dos galeones, los del norte entendieron que el coste que imponía el lance se estaba disparando hasta hacerse insoportable. Ibarra arribaría a Cádiz a primeros de agosto de 1639. Pero la gloria fue efímera. Enfermedades solapadas o de comorbilidad adquiridas en el trópico, lo fueron deshaciendo lentamente. En los momentos en los que parecía que morir era lo procedente, no ocurrió, y cuando no se esperaba, si lo hizo.

En un manso declive hacia la eternidad, se iría acercando al vago mundo de las tinieblas para alojarse en esa zona de umbría plagada de incógnitas.

Una nación que gasta más dinero en armamento que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual.

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