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Quién era Ignaz Semmelweis: el médico maldito por el que ahora te lavas las manos
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Quién era Ignaz Semmelweis: el médico maldito por el que ahora te lavas las manos

En el siglo XIX un doctor húngaro que trabajaba en una Clínica Obstétrica se dio cuenta de algo que, a día de hoy, tenemos totalmente interiorizado

Foto: Ignaz Semmelweis. El padre del lavado de manos.
Ignaz Semmelweis. El padre del lavado de manos.

Todo aquel que ha vivido una pandemia (es decir, todo el que está leyendo este artículo) ha podido comprobar con sus propios ojos la importancia del lavado de manos para evitar la propagación de enfermedades. Desde que somos niños nos alientan y enseñan la importancia de higienizar esa parte de nuestro cuerpo con la que cogemos todo, pero en tiempos en los que las enfermedades contagiosas campan a sus anchas, se le da mayor importancia si cabe. No era infrecuente durante el coronavirus toparse con carteles que nos recordaban que nos lavásemos las manos (especialmente después de manipular diferentes objetos o sustancias).

Como todo, lavarse las manos tiene su técnica, y según un comunicado que sacaron a conjunto la OMS y la CDC en 2020, se deben lavar con buena cantidad de jabón y agua durante al menos 20 segundos. Si te sabes la teoría y también la práctica, hasta el punto de que tienes ambas completamente interiorizadas, quizá te sorprenda saber que no siempre fue así. Como es lógico, el ser humano ha ido evolucionando y adquiriendo nuevos conocimientos con el paso del tiempo, entre ellos, que higienizar las manos es importante para evitar la propagación de enfermedades.

Semmelweis asumió que tenía que haber una relación entre los cadáveres y las enfermedades de los pacientes y trató de concienciar sobre la importancia de lavarse las manos

Solo hay que pensar en cómo se ha incrementado la esperanza de vida en el último siglo para comprender que las medidas higienistas (unidas a la aparición de la penicilina) tuvieron un impacto fundamental en la sociedad occidental. Y todo ello se lo debemos a una suerte de serendipia que sufrió un médico en sus propias carnes: Ignaz Semmelweis, al que el tiempo ha dado la razón, pero la suerte no sonrió en vida.

Semmelweis era un médico húngaro que estudió allá por el siglo XIX derecho en la Universidad de Viena, pero que después se interesó por la medicina y terminó en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital General de Viena. Durante esa época aún no sabía (como es lógico) la importancia de su futura contribución a la medicina, tenía tan solo 28 años, pero ya ayudaba como asistente de ginecología. En una sala contigua, muchos de los médicos que ayudaban después a los partos tenían que manipular cadáveres o hacer autopsias, y Semmelweis comenzó a notar que muchas mujeres embarazadas y aparentemente sanas que daban a luz morían poco después de fiebre puerperal, una infección que aparece después del parto.

Semmelweis comenzó a notar que muchas mujeres embarazadas y aparentemente sanas que daban a luz morían poco después de fiebre puerperal

En 1847, mientras Semmelweis estaba ausente de la clínica, un colega y buen amigo (Jakob Kolletschka) falleció como resultado de una herida provocada durante una autopsia rutinaria, que se le había infectado. Como sus síntomas eran muy parecidos a los de las madres agonizantes de la clínica, Semmelweis asumió que tenía que haber una relación entre los cadáveres y las enfermedades de los pacientes. Comenzó así a anotar datos y llegó a la conclusión de que muchos médicos y enfermeros que transportaban cadáveres y hacían las autopsias a veces estaban al cargo de estos partos. Propuso entonces que los médicos se lavaran con una solución de cloro antes y después de atender a sus pacientes, y descubrió que con estas medidas, las muertes disminuyeron del 18% aproximado en abril al 2% en julio de aquel mismo año.

Foto: iStock

Lo sorprendente de todo esto fue que, a pesar de su insistencia porque la comunidad médica optara por incrementar las medidas de higiene, los médicos en general no querían cambiar sus costumbres y se opusieron a ello. A mediados del siglo XIX se seguía creyendo que las enfermedades se transmitían por los malos olores en el aire y los médicos se ofendían de que pudiera creerse que ellos también podían propagar infecciones con sus manos.

A mediados del siglo XIX se seguía creyendo que las enfermedades se transmitían por los malos olores en el aire y los médicos se ofendían de que pudiera creerse que ellos también podían propagar infecciones con sus manos

Semmelweis no vivió para experimentar un cambio de mentalidad en cuanto a este tema se refiere, fue defenestrado y condenado al ostracismo, y pasó sus últimos años intentando convencer a la gente de la importancia del lavado de manos hasta que murió, con 47 años, en una clínica psiquiátrica. Fueron otros que vinieron después los que allanaron el camino para que se produjera el tan necesitado cambio.

Louis Pasteur, años después, trató de convencer de nuevo a los médicos de la importancia de lavarse las manos. El 7 de abril de 1864 dio una conferencia ante los académicos de la Universidad de la Sorbona de París en la que argumentó y demostró lo equivocados que estaban en cuanto al conocimiento de cómo se originaban los microbios y microorganismos. Mucha de la información recopilada para su estudio bebía de la información que Semmelweis había dado años antes y había sido desoída. En aquella ocasión la comunidad médica hizo caso a su colega, y gracias a otros científicos como Joseph Lister se inventó el antiséptico. Gracias a Robert Koch se descubrió el bacilo de la tuberculosis y el del cólera y, a partir de ese momento, se conoció los gérmenes y las bacterias.

Semmelweis murió, paradójicamente, de una herida infectada en su mano.

Todo aquel que ha vivido una pandemia (es decir, todo el que está leyendo este artículo) ha podido comprobar con sus propios ojos la importancia del lavado de manos para evitar la propagación de enfermedades. Desde que somos niños nos alientan y enseñan la importancia de higienizar esa parte de nuestro cuerpo con la que cogemos todo, pero en tiempos en los que las enfermedades contagiosas campan a sus anchas, se le da mayor importancia si cabe. No era infrecuente durante el coronavirus toparse con carteles que nos recordaban que nos lavásemos las manos (especialmente después de manipular diferentes objetos o sustancias).

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