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La prenda de vestir que revolucionó el feminismo en los años 70: el suéter de Francine Gottfried
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LAS "SWEATER GIRLS" Y LAS "OGLE-INS"

La prenda de vestir que revolucionó el feminismo en los años 70: el suéter de Francine Gottfried

Una mujer acudía su puesto de trabajo en Wall Street cuando una turba de hombres la acosó con comentarios groseros. Después, mujeres como ella por fin se negaron a ser cosificadas por las miradas masculinas

Foto: El suéter de la actriz Anne Gwynne, que luego llevaría Gottfried.
El suéter de la actriz Anne Gwynne, que luego llevaría Gottfried.

Nueva York, 1968. Una mujer sale de su casa para ir a trabajar en las oficinas de IBM alojadas en el sur de Manhattan. Su nombre es Francine Gottfried y tiene 21 años. Como todos los días, recorre varias paradas de metro hasta llegar al corazón de Wall Street, donde se baja y prosigue andando unos cuantos metros hasta su puesto. Es primavera y las temperaturas de la época, cada vez más cálidas, animan a dejar el abrigo en casa y decir adiós al frío. Ya en su primer día se percató del entorno hostil en el que estaba. No hay muchas mujeres por esas calles. Pero lo que le inquieta es su propia fisonomía, determinada principalmente por una talla de pecho más grande que la media. Para tapar este pecado que nunca quiso cometer (si es que existe algún atisbo de responsabilidad, nótese la ironía), decide arroparse con una prenda de vestir que lo está petando en Hollywood y que objetivamente no deja nada a la vista: un suéter de lana con el cuello alto.

El 27 de mayo ocurrirá algo que cambiará el curso de su vida. Un grupo de hombres se reúne en la boca de metro para observar cómo camina hasta la oficina. Entre risotadas y comentarios obscenos, avanza angustiosamente por todo Wall Street. El acoso callejero masculino no está mal visto, sino más bien al contrario; se promociona hasta en la televisión. Si se ofende, el problema lo tiene ella y sus senos abultados. Lo peor es que las burlas indecentes corren en el boca a boca, y al cabo de unos días ya no son cuatro o cinco, sino multitudes de hombres las que se reúnen cada mañana en su parada de metro para proferirle los más variados adjetivos sobre sus senos y su aspecto físico, haciendo de su derecho a trabajar un auténtico suplicio, forzándole a aceptar que por mucho que se empeñe, la calle no es un territorio seguro para ella ni para tantas otras mujeres víctimas del acoso machista.

"Tratas de llegar al trabajo", pero "este acoso está limitando tu derecho de caminar por ciertas calles o de trabajar en cierto tipo de espacios"

Los diarios de la época se hicieron eco del suceso con titulares como "Boom and Bust on Wall Street" (que podríamos traducir como "Auge y Caída de Wall Street", pero que en realidad alude a un juego de palabras con doble sentido que podríamos interpretar como "el éxito de los pechos de Wall Street", al asociar el término "bust" con "senos" en lenguaje vulgar). Las páginas de New York Magazine o del Daily News reportaron que más de 5.000 hombres se dieron cita en las inmediaciones de la boca de metro para acosar a Gottfried, saliendo de las oficinas de la bolsa, una turba de acosadores que no cesaban de increpar a la joven de 21 años y que hasta se subían al capó de los coches aparcados para vejarla.

Hasta la policía tuvo que intervenir, escoltando a la joven hasta su llegada al puesto del trabajo. Una vez allí, sus jefes le conminaron a no regresar al día siguiente para que no se repitiera la misma escena. Esos hombres lo habían conseguido: a pesar de gozar de su derecho a trabajar, el acoso machista callejero le había despojado a Gottfried de su libertad para cumplir con su horario laboral, conseguida tras muchas décadas de activismo político, sacrificio y sufrimiento.

Foto: El batallón Six Triple Eight. (Foto promocional del documental 'The Six Triple Eight')

"Tratas de llegar todos los días al trabajo. Necesitas el dinero. Este acoso está limitando tu derecho de caminar por ciertas calles o de trabajar en cierto tipo de espacios. Y así, surge esta discriminación forzadamente sexual", asegura en este sentido Estella Freedman, historiadora de la Universidad de Stanford, en declaraciones recogidas por la revista Ozy. "Lo económico y lo sexual son dos caras de la misma moneda. No se trata solo de tu cuerpo y de ser vulnerable. En realidad, va de tu poder adquisitivo. Y a su vez, no se trata de tu poder adquisitivo, también va de la forma en la que tratan a tu cuerpo. Ambas cosas se influyen entre sí".

Mirones everywhere

Afortunadamente, la cosa no se quedó ahí. Aunque hubo que esperar un poco para que el movimiento feminista, en aquella época más soterrado, tomara cartas en el asunto contra lo que le había ocurrido a Gottfried, que no era más que algo que le sucedía a tantas otras mujeres a diario y que se fomentaba desde todos los ámbitos de la cultura, como documenta un interesante artículo de la revista Jezebel. Si hace unos años irrumpió el boom editorial de la seducción masculina y la figura del hitch, esto no es nada comparado a libros como The Girl Watcher's Guide, de Donald J. Sauers, publicado en 1954, donde no solo se alentaba al acoso sexual intimidatorio masculino, sino que se lo comparaba con la observación de aves.

Decíamos en todos los aspectos de la cultura porque muchas empresas sacaron partido al mensaje de Sauers. Compañías como Pepsi, que lanzó una campaña publicitaria dos años antes de lo que le ocurrió a Gottfried, animando a los hombres a observar a las mujeres. A ellas, a que se dejaran desear y cuidaran su físico. "Si la chica es digna de mirar, debe ser observada, sin importar cuáles sean sus motivos o ambiciones", aseguraba otro anuncio de la marca de tabaco Pall Mall. Aunque por fortuna a día de hoy nos parezca exagerado y anacrónico, este acoso visual y sexual hacia las mujeres estaba sistematizado y era promovido por las altas esferas de las empresas, organizándose hasta torneos y concursos de "la chica más observable".

Las Ogle-Ins femeninas

La respuesta de ellas estaba por llegar. En 1970, una activista, y posteriormente académica en estudios de género y cultura LGTBI, llamada Karla Jay, organizó un acto que fue seguido por una docena de compañeras en el mismo escenario en el que Gottfried sufrió el acoso hace año y medio. Este grupo de mujeres bajaron a las calles de Wall Street, territorios de esa masculinidad machista, para dar de su propia medicina a aquellos mirones que tenían tan interiorizado el acoso mediante silbidos, improperios y comentarios groseros. Curiosamente, como apunta la revista Ozy, el término "acoso callejero" no se utilizaba en los medios hasta 1981, lo que añade más valor a la acción de Jay y sus compañeras, ya que estaban denunciando una injusticia que no solo estaba normalizada, sino que era promovida desde todos los ámbitos sociales, y por ello nadie veía como tal.

Foto: Fuente: Wikimedia.

"Un grupo de nosotras nos reunimos en una esquina y le dimos la vuelta a eso de que los hombres se relamieran mirándonos, dándoles de su propia medicina", cuenta en sus memorias la escritora Susan Brownmiller recordando aquellos días. ¿Cómo reaccionarían los hombres? Como es obvio, no les haría tanto daño como pretendían, ya que posiblemente las tomaran por locas. Sin embargo, esta forma de protesta se extendió por todo el país, amplificando el mensaje y por fin rebelándose a la tiranía de las miradas, forzando que poco a poco la costumbre fuera perdiendo peso entre la población masculina.

En cuanto a Gottfried, se hizo muy famosa en el momento, al ser la mujer cuyo caso reveló de la forma más cruenta y palpable lo que a todas luces era una práctica humillante, denigrante y que, como señalaba Freedman, no solo aludía a lo sexual, sino también entroncaba con los derechos socioeconómicos conseguidos mucho tiempo atrás. Sin embargo, cayó en el olvido tiempo después. Su historia sirvió a las autoras de la segunda ola feminista para poner sobre la mesa la condena a ser cosificadas sexualmente de manera sistemática por la población masculina, entre otras muchas cosas. Lamentablemente, hoy en día esta tendencia machista persiste, aunque sea de manera subliminal. Pero, al menos, una gran mayoría de la opinión pública del presente no tolera ni jalea este tipo de comportamientos como sí se hacía entonces.

Nueva York, 1968. Una mujer sale de su casa para ir a trabajar en las oficinas de IBM alojadas en el sur de Manhattan. Su nombre es Francine Gottfried y tiene 21 años. Como todos los días, recorre varias paradas de metro hasta llegar al corazón de Wall Street, donde se baja y prosigue andando unos cuantos metros hasta su puesto. Es primavera y las temperaturas de la época, cada vez más cálidas, animan a dejar el abrigo en casa y decir adiós al frío. Ya en su primer día se percató del entorno hostil en el que estaba. No hay muchas mujeres por esas calles. Pero lo que le inquieta es su propia fisonomía, determinada principalmente por una talla de pecho más grande que la media. Para tapar este pecado que nunca quiso cometer (si es que existe algún atisbo de responsabilidad, nótese la ironía), decide arroparse con una prenda de vestir que lo está petando en Hollywood y que objetivamente no deja nada a la vista: un suéter de lana con el cuello alto.

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