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La Batalla de la Luna Llena: donde las dan las toman
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La Batalla de la Luna Llena: donde las dan las toman

Las batallas navales nocturnas fueron infrecuentes en la larga historia de enfrentamientos entre Gran Bretaña y la Corona Española. La carencia de visibilidad restaba posibilidades a cualquier alternativa táctica con garantías de éxito

Foto: Batalla naval del siglo XVII (Fuente: iStock)
Batalla naval del siglo XVII (Fuente: iStock)

Los que no estudian la historia están condenados a repetirla, y los que si la estudian están condenados a ver como la historia se repite por culpa de los que no la estudian.

Interpretación libre de la frase original del filósofo español Jorge Santayana (1863-1952).

Las batallas navales nocturnas fueron infrecuentes en la larga historia de enfrentamientos entre Gran Bretaña y la Corona Española. La carencia de visibilidad en esas condiciones restaba posibilidades a cualquier alternativa táctica con garantías de éxito, más allá de que impedía maniobrar con solvencia los riesgos que ello comportaba. Era una noche de luna llena cuando se dieron estos acontecimientos.

Para abrir boca, en los primeros lances, allá a mediados de enero del año 1780, sucedió un hecho frente a las costas portuguesas a la altura del Cabo San Vicente, que fue el pistoletazo de salida a la guerra formal que no de despachos.

Antes se hace necesario poner en contexto lo que iba a acontecer. Corría el año 1779 cuando en Aranjuez firmábamos un tratado de alianza con Francia y las colonias rebeldes. A partir de ahí se sucedieron una serie de acontecimientos que generaron un fin de siglo de traca. La Guerra de Independencia de los Estados Unidos actuaría como un potente freno de mano para las disparadas ambiciones hegemónicas británicas y, como es obvio, los enemigos naturales de los ingleses no se iban a quedar cruzados de brazos.

Foto: Ejército de tierra español (Fuente: iStock)

En 1780, el Reino Unido se enfrentaba a una situación crítica para su propia supervivencia, pues combatía a los colonos rebeldes en Norteamérica, en lo que se conoce como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Pero sería durante el siglo XVIII donde los encontronazos irían in crescendo en intensidad y duración. Francia y la Corona Española se aprestaron para sacar réditos en medio de aquel follón.

Todo comenzó cuando un excelente almirante inglés, George Brydges, que a la sazón sumaba 20 navíos de línea, escoltaba a un enorme convoy de abastecimiento en dirección a Gibraltar (bajo asedio en ese momento) y se dio de bruces al doblar el mentón de Portugal. Ahí estaba Lángara al acecho, aunque en manifiesta inferioridad de condiciones. La verdad es que no se esperaba una marabunta de anglos.

Los hechos vinieron a demostrar que, a la postre, la guerra es un laboratorio de innovaciones e I+D más que contrastado. Los ingleses tenían una sutil ventaja que decantaría la batalla a su favor. Las quillas de sus naves iban forradas de cobre, una novedosa invención náutica que evitaba la acumulación de las incrustaciones biológicas y el deterioro tan típico de las naves con mucha circulación. Esto daba a los británicos una sobredosis de velocidad como contrapunto al rozamiento que generaba la madera y sus inquilinos de mar, pues esta, con toda su tradición secular y marinera, no dejaba de ser una superficie rugosa.

"a velocidad conseguida con las quillas recubiertas y protegidas por el cobre determinaron el plus que decantó la batalla"

Lángara, a pesar de verse claramente desbordado por la enorme superioridad numérica, estableció una la línea de batalla, pero en su percepción de marino había algo que no le cuadraba. Siendo algunas de las naves parejas en porte y dimensiones vélicas, no entendía que a igualdad de trapo los británicos bogaran mejor… ¿A qué se debía? Asumiendo lo evidente, tomó la única decisión razonable, resguardarse en Cádiz.

Viendo los británicos que las naves adversarias no estuvieran conectadas a una flota de refuerzo, comenzaron a perseguir a los navíos de línea españoles atacándolos por su retaguardia. La velocidad conseguida con las quillas recubiertas y protegidas por el cobre determinaron el plus que decantó la batalla.

La tragedia con mayúsculas fue la pérdida del navío Santo Domingo, al que una potente, trágica y definitoria andanada arrasó la cubierta, barriendo todo vestigio de vida. Tras soltar toda la línea de cañones, un último disparo hizo diana en el pañol de municiones, la nave literalmente se desvaneció en la nada. Un náufrago fue rescatado y anticipándose al modelo que más tarde pondría en práctica el almirante Nelson (no todos son unos hooligans) devuelto a tierra en Algeciras con una moneda de supervivencia.

Foto: Ilustración del interior de la Alhambra (Fuente: iStock)

Los británicos se hicieron con media docena de embarcaciones. Dos fragatas lograron escapar con todo el trapo tendido y la tripulación a pleno rendimiento. Más tarde, a la altura de las costas de Huelva, aunque las fuentes no son claras sobre este particular, se les unieron cuatro navíos de línea que habían conseguido zafarse de la persecución.

Desde la Guerra del Asiento, llamada eufemísticamente la Guerra de la Oreja de Jenkins, Gran Bretaña había apostado claramente por la mina que suponía el mercadeo, el trapicheo, la guerra (o la piratería en tiempos de paz). Es la ventaja que tenían las filosofías protestantes derivadas del luteranismo, el calvinismo y una retahíla de ismos, la hipocresía que conlleva el puritanismo por la diferencia que hay entre lo que uno se cree que es y su verdad.

Pero al poco tiempo (tarde o temprano se encontrarían con la horma de su zapato), los marinos de la Corona Española les aplicarían un correctivo antológico.

"Probablemente, una de las derrotas más duras infligidas a otra nación en el transcurso del siglo XVIII, fue la que le endosó Don Luis de Córdova al llamado Doble Convoy"

Durante la Guerra de Independencia Norteamericana, los espías españoles destacados en la isla y los comprometidos estibadores católicos irlandeses que trabajaban en los puertos del sur de Inglaterra advirtieron de extraños movimientos en varios puertos. Todo lo que ocurría era infrecuente y muy extraño, pero atando cabos, se dedujo lo que, con tanta precaución y disimulo se desarrollaba. Un potente convoy se iba a dirigir en menos de una semana con refuerzos, munición, artillería, fusiles, alimentos, etc. con dos rumbos en principio coincidentes. Parte de él a India, el resto a darles caña a los colonos.

Probablemente, una de las derrotas más duras infligidas a otra nación en el transcurso del siglo XVIII, fue la que le endosó Don Luis de Córdova al llamado Doble Convoy. Para Inglaterra supuso una tragedia de proporciones incalculables. Fue de tal magnitud el desastre causado que solo sería superado en otra guerra del futuro por la monumental paliza que sufrieron a manos de los alemanes que afectó al famoso convoy PQ 17 cuando circulaba por el ártico hacia el puerto soviético de Múrmansk.

Para concluir, si tuviera que darles una “chapa” a estos rubicundos elementos en el Speakers' Corner de Hide Park un apacible domingo, solo les diría esto:

Una vida sin amigos acarrea una muerte solitaria, como así reza un proverbio vasco. Aunque siempre les quedará el 'primo de Zumosol'. ¡Ah! Viendo el caos en el que se encuentran, les sugiero que llamen a Marie Kondo para que les arregle la casa en un pis pas.

Los que no estudian la historia están condenados a repetirla, y los que si la estudian están condenados a ver como la historia se repite por culpa de los que no la estudian.

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