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Si la vida es sueño, el sueño se nos perdió: así cambió nuestra forma de dormir en el siglo XIX
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Si la vida es sueño, el sueño se nos perdió: así cambió nuestra forma de dormir en el siglo XIX

Hasta no hace tanto, las noches de luna nueva o menguante solo podían ser para dormir, o para navegar por el oído, el olfato y el tacto y usar hechizos para alejar a los malos espíritus

Foto: Fuente: Chica durmiendo, por Jean-Baptiste Santerre. Fuente: Wikimedia.
Fuente: Chica durmiendo, por Jean-Baptiste Santerre. Fuente: Wikimedia.

La oscuridad nunca fue agradable. Nos opaca la mirada, nos hace sentir insignificantes ante su totalidad envolvente. Esas noches de la mente, decía Emily Dickinson, cuando no hay luna que nos dé un signo o estrella que salga de ahí dentro. Sin luz, la vida se nos vuelve hacia dentro como un pájaro enroscándose: solo podemos tentar nuestros pensamientos. Y así lo hicieron durante siglos nuestros antepasados, entregándose a la oscuridad en una forma de duelo. Porque incluso para pensar se necesita un pequeño destello que ilumine las palabras.

Los humanos siempre se han rebelado contra la oscuridad. Con fogatas y antorchas, primero, con candiles después, cualquier forma de recuperar las formas era el mayor de los objetivos cada vez que caía el sol. En las profundidades de la cueva de Lascaux, en Francia, se han llegado a encontrar lámparas de piedra llenas de aceite usadas hace aproximadamente 30.000 años para iluminar las paredes de Cromañón y convertirlas en un lienzo.

Foto: Fuente: iStock

Tal era el empeño por ver que buscaron luz a costa, incluso, de otras vidas usando animales para conseguirla. Hace miles de años enhebraban, por ejemplo, un pescado o un pájaro con una mecha y lo encendían, o atrapaban luciérnagas en una jaula. Mucho más tarde, el aceite de ballena, la cera de abeja y las farolas de gas se irían introduciendo en las calles y en las casas. Y entonces los patrones de sueño comenzaron a cambiar, y con ellos el mundo entero.

No, no siempre hemos dormido igual

Quizás, la extrañeza del pasado pre-eléctrico que sentimos hoy, esa distancia que marca la propia luz, va más allá de los hábitos cotidianos y las convenciones sociales bajo las que hemos crecido, reflejando procesos biológicos que funcionan de manera diferente en nuestra era artificial. Porque sí, nuestro sueño (y probablemente también nuestros sueños) es bastante nuevo. No, no siempre se ha dormido igual.

placeholder The sleeping beauty from the small Briar Rose, por EdwardColey Burne-Jones. Fuente: Wikimedia.
The sleeping beauty from the small Briar Rose, por EdwardColey Burne-Jones. Fuente: Wikimedia.

Este fenómeno, que por orgánico lo entendemos constante en el tiempo (todos necesitamos dormir y todos intentamos dormir en torno a un número determinado de horas habitual), ha cambiado en los dos últimos siglos como nunca antes lo había hecho. La mayoría de las personas aseguran que duermen entre 6 y 8 horas seguidas por noche en la actualidad, aunque algunas pueden apuntar menos. ¿Están de verdad haciéndolo mal estas últimas? Por 'correcto' o 'natural' que pueda parecer el patrón moderno de sueño, lo cierto es que no tiene nada de correcto o natural.

Como explica el historiador A. Roger Ekirch en su libro Al final del día: la noche en tiempos pasados, durante miles de años, el llamado sueño doble fue la forma estándar y aceptada de dormir. Esta idea, que consistía en dividir las horas de vigilia en dos etapas, se practicó ampliamente en todo el mundo hasta finales el siglo XIX.

Un sueño en dos etapas

Puesto que la oscuridad dura entre 8 y 12 horas, siempre según la ubicación y la época del año en que nos encontremos, las horas de sueño siempre han oscilado en ese intervalo. Sin embargo, lo normal en otro momento fue dividir estas ocho horas en dos etapas. Es decir, nuestros antepasados no dormían del tirón como ahora todos intentamos, sino que lo hacían solo unas cuatro horas seguidas para luego tomarse un descanso despiertos.

placeholder Chica plegando una carta en la penumbra, por Jean-Baptiste Santerre. Fuente: Wikimedia.
Chica plegando una carta en la penumbra, por Jean-Baptiste Santerre. Fuente: Wikimedia.

La mayoría de las personas, explica Ekirch, permanecerían aquí despiertas entre dos y cuatro horas y, de nuevo, otra vez a dormir. Este período intermedio, como un descanso del descanso, se consideraba un buen momento para la contemplación y la creación: escribir, pintar... o, cómo no, para charlar y procrear.

"Al acostarnos más temprano y despertarnos en medio de la noche, nuestros ancestros estarían dormidos o al menos en la cama durante toda la oscuridad, protegiéndonos así de los peligros de movernos de noche. De hecho, ahora se cree que es la forma 'natural' de dormir. Es nuestro hábito de dormir lo que no es natural". Sin embargo, con el advenimiento de las máquinas, el mercado laboral de la producción de masas y, con el tiempo, cada uno de los añadidos tecnológicos, los ritmos sociales se tuvieron que amoldar a ellas. La nueva vida laboral puso fin, por ejemplo, a las siestas de la tarde; y si las bombillas afianzaron el ocio nocturno, las pantallas de televisión y los teléfonos inteligentes actuales terminaron de acotar nuestro sueño natural: si queremos dormir más debemos no solo irnos antes a la cama, más o menos en la hora en que lo harían nuestros ancestros, sino mantener el sueño constante.

Cuando llegó la luz eléctrica

Así, en lugar de acostarnos cuando se ponía el sol, como había sido común durante la mayor parte de la historia humana, empezaron las veladas de las tradicionales veladas nocturnas: ya no era solo cenar y reposar, se podía charlar, jugar y pasar el rato hasta tarde.

Con la llegada de una forma de luz permanente, la dinámica del sueño doble ya no era necesaria porque, las personas se acostaban más tarde, por lo que ya no había tiempo para ello

De esta forma, como se quedaban despiertos hasta tarde, la dinámica del sueño doble ya no era necesaria porque, básicamente, tampoco había tiempo para ello. Lo más sorprendente es que, según los registros históricos, parece que el período de transición entre el sueño doble y el sueño individual fue increíblemente rápido y muy generalizado.

Como escribe Livia Gershon a propósito del ensayo de Ekirch El sueño que hemos perdido: el sueño preindustrial en las islas británicas, salir de casa en las noches de luna nueva o menguante "significaba navegar por el oído, el olfato y el tacto, y usar hechizos para alejar a los malos espíritus. Los niños aprendieron temprano a ser conscientes del paisaje alrededor de sus casas 'en la manera en que un conejo conoce su madriguera'".

En todo el mundo

Ekrich lo apodó el "sueño bifásico" y asegura que ya lo practicaban en la antigua civilización romana y, según diferentes estudios antropológicos, también desde este campo de la investigación se ha comprobado que en pueblos de Nigeria que aún en el siglo XX permanecían sin electricidad sus habitantes dormían de manera similar. "Incluso los occidentales modernos vuelven a un patrón que incluye unas pocas horas de vigilia nocturna cuando se les priva de luz artificial durante varias semanas".

placeholder La Bohémienne endormie, por . Fuente: Wikimedia.
La Bohémienne endormie, por . Fuente: Wikimedia.

En Francia, al primer sueño se le conocía como el "premier somme"; en Italia, era "primo sonno". Desde la Antigüedad hasta finales del siglo XIX, y desde Asia hasta América del Sur pasando por el Medio Oriente y Europa, la noche era de la misma forma para todos. Lo corrobora desde el siglo VIII a. C. Homero en su Odisea, el primer registro que encontró Ekirch en su búsqueda.

Más tarde, el primer y el segundo sueño se mencionan en una de las obras más famosas de la literatura medieval, Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer (escrita entre 1387 y 1400). También están incluidos en Beware the Cat, escrito en 1561 por el poeta William Baldwin, un libro satírico considerado por algunos como la primera novela.

Dormir en el mundo moderno

Claro que podría parecer que esto era solo una posibilidad para las clases adineradas que no dependían de trabajar para otros. Pues bien, en el caso de los campesinos, también sucedía de esta forma, pero en el momento de despertarse volvían a dedicarse a alguna tarea obligada como vigilar a los animales o para realizar tareas domésticas.

Curiosamente, explican las investigadoras Melinda Jackson y Siobhan Banks en The Conversation, la aparición del concepto de insomnio en la literatura a finales del siglo XIX "coincide con el período en el que comienzan a desaparecer los relatos sobre el sueño dividido". Por lo tanto, afirman, esto demostraría que el sistema moderno "puede ejercer una presión innecesaria sobre las personas para que obtengan una noche de sueño consolidado continuo todas las noches, lo que aumenta la ansiedad sobre el sueño y perpetúa el problema".

A principios de la década de 1990, el psiquiatra Thomas Wehr realizó un experimento en el que mantuvo a un grupo de personas en un espacio de total oscuridad durante 14 horas todos los días durante un mes. Wehr quería probar si lo de la necesidad de dormir ocho horas seguidas que todos hemos escuchado más de una vez en nuestra vida podría ser tan solo un mito.

placeholder La luna y el sueño, por Simeon Solomon. Fuente: Wikimedia.
La luna y el sueño, por Simeon Solomon. Fuente: Wikimedia.

Para la cuarta semana de trabajo, resulta que aquellas personas habían modificado sus patrones de sueño: primero durmieron durante cuatro horas, luego se despertaron durante un rato y volvieron caer en un segundo sueño de otras cuatro horas. Para entonces, Ekirch ya llevaba más de una década reuniendo documentación que probara lo rápido que se ha arraigado en nuestra sociedad, un gesto tan innato como irse a la cama.

El caso es que las camas y los dormitorios también han cambiado bastante. Las primeras, por supuesto, no eran camas al uso, sino que las personas debían buscar superficies más o menos estables para relajar sus cuerpos encima. Con eso bastaba. Por si fuera poco, solían tener múltiples ocupantes, subraya Brian Fagan, profesor de antropología en la Universidad de California Santa Bárbara, en un artículo para The Conversation, más allá de una pareja o una familia. En cualquier caso, el término higiene del sueño se nos sigue escapando.

La oscuridad nunca fue agradable. Nos opaca la mirada, nos hace sentir insignificantes ante su totalidad envolvente. Esas noches de la mente, decía Emily Dickinson, cuando no hay luna que nos dé un signo o estrella que salga de ahí dentro. Sin luz, la vida se nos vuelve hacia dentro como un pájaro enroscándose: solo podemos tentar nuestros pensamientos. Y así lo hicieron durante siglos nuestros antepasados, entregándose a la oscuridad en una forma de duelo. Porque incluso para pensar se necesita un pequeño destello que ilumine las palabras.

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